Rescatando a un soldado cubano

Caridad

Medicos cubanos en Venezuela.

HAVANA TIMES — Todavía no me ha interesado ver la película Salvando al soldado Ryan, pero hace una semana atrás debo haber sentido algo similar a lo experimentado por quienes se vieron envueltos en el rescate del susodicho soldado.

No es que haya estado involucrada en una misión del G2, para ayudar a alguno de los tantos miembros de ese ¿grupo? que hoy se pasean también por las calles de Caracas.

El viaje comenzó al atardecer. Dos horas antes mi amiga – que vivía desde hace casi dos años en Monagas, en una de esas casitas donde se hacinan los cubanos que prestan servicios de salud en Venezuela – nos llamó desde su celular.

No puede pasar de mañana…ayer se fue uno de mi Brigada y esto se va a poner muy malo.

La traducción inmediata de la frase de mi amiga:

Desde hace varios meses había tomado la decisión de no regresar a Cuba. A pesar de que la situación en Venezuela es cada día peor, no solo económicamente, en lo político, social y en cualquier otra categoría que pueda ocurrírsele a cualquiera, Venezuela está muy mal; pero todavía no como Cuba. A pesar de eso, y de lo difícil que es para los cubanos “desertores” legalizarse aquí, mi amiga no lo pensó mucho tiempo. Todo era cuestión de encontrar el momento perfecto. Pero el hecho de que alguien de “su Brigada” se adelantara, abandonando la Misión antes que ella, podría traerle malas consecuencias. La desmesurada y habitual vigilancia a la que se ven sometidos los miembros de las brigadas médicas cubanas, se acrecienta cada vez que uno de ellos “deserta”.

Una terminal de omnibuses de Caracas.

Salí con mi novia a la terminal de ómnibus más cercana.

Solo había pasajes de salida para el día siguiente. Mala idea.

Visitamos dos terminales más. Sin pasajes para ese día.

No quedó más remedio que tomar un taxi y viajar hasta la Terminal de Oriente, en la boca de Petare, ese barrio archifamoso que todo venezolano (que no viva en él) hace todo lo posible por no visitar.

Estaba anocheciendo cuando la señora de la taquilla nos vendió un par de pasajes – solo de ida – para Monagas. Había que esperar 3 horas hasta la salida del ómnibus.

Tres largas horas en un local enorme, un poco oscuro, con decenas de kioskos de comida, un par de baños, muchos asientos y muchas más probabilidades de ser asaltadas.

La oportunidad del asalto no se hizo esperar, solo que no era asalto, pudo haber sido más bien robo con fuerza, pero sin armas de fuego que es lo común aquí.

Los santos cubanos, orishas, venezolanos, y todos los espíritus que andan rondando por ahí, ayudaron a que el robo de mi bolso no se concretara. Como experiencia tomamos la decisión de no sentarnos en ningún sitio, sino mantenernos caminando por las zonas más iluminadas y de mayor cantidad de personas.

Cuando fuimos a subir al ómnibus preguntamos cuántas horas podríamos tardar en llegar a ese estado del oriente. El chofer, ni amable ni desagradable, nos aclaró que en Venezuela – cuando se viaja por carretera – se sabe cuándo sale, mas no cuando se llega.

La traducción inmediata de las palabras del chofer:

La mayoría de las carreteras del país no están en buen estado. A esto se adiciona que muchos de los ómnibus tampoco están en su mejor forma. No es inusual que queden varados en algún punto de los extensos recorridos. Y encima de todo, los asaltos.

Como si la pregunta que hicimos hubiese derivado en maldición, a menos de dos horas de viaje nuestro ómnibus se detuvo en medio de una larga y oscura carretera.

Taxista

Fueron 30 minutos de tensión.

¿Qué está sucediendo?

¿Está roto o “alguien” lo mandó a detenerse?

En caso de que estuviera solo descompuesto, ¿aparecería “alguien” para aprovechar la oportunidad?

Enseguida – otra vez agradeciendo a la multitud de espíritus y santos – apareció otro ómnibus de la misma línea que ayudó a resolver el asunto.

El resto del viaje fue lento y sin sobresaltos.

Con los primeros cantos de pájaros entramos a Monagas, pero nuestro viaje no terminaba allí, porque por supuesto nuestra amiga no vivía en el centro de la ciudad, sino en uno de esos pueblitos que casi colindan con las 3 voces del diablo.

Encontramos un chofer de taxi dispuesto a hacer el recorrido de ida y vuelta por un precio razonable. Lo más importante era llegar a la Placita principal – donde encontraríamos a mi amiga – y alejarnos de allí en el mismo carro; hacer una estancia para encontrar otro taxi hubiese sido muy mala idea.

Llegamos a la Placita y nada de mi amiga. Pronto recibimos un mensaje de su celular.
No puedo salir. Hay gente en la sala.

Por muy pocas pertenencias que tuviera ella, siempre había algo con qué cargar, y salir con un bulto un domingo en la mañana podría resultar algo sospechoso…por no decir demasiado sospechoso, teniendo en cuenta que para nuestros compatriotas Todo puede y debe ser motivo de sospecha.

El taxista no se molestó por esperar media hora más. Por suerte era uno de esos tipos agradables y conversadores con los que resulta un placer viajar.

Mi amiga demoraba más de lo que era razonable a nuestros nervios. El taxista se preguntaba por qué demoraba si le habíamos avisado con tiempo.

Médicos cubanos en Venezuela.

No tuvimos más remedio que contarle la verdad.

Mi amiga enviaba mensajes nerviosos.

Al final nos pidió que fuéramos en taxi hasta la misma casa.

En un segundo en que abandonaron la sala los que estaban viendo la televisión, recogió su maletín y salió con la mayor velocidad que sus piernas le permitieron.

Entró al taxi sudada y roja.

El chofer pisó el acelerador sonriendo, divertido y sin mencionar el dolor en el ciático que hasta hacía poco le aquejaba. Sin apenas saludarnos luego de un par de años sin vernos, solo tuvimos tino para mirar a través del cristal, hacia atrás, por si alguien salía de la casa alertado por el chirriar de los neumáticos.

Nada. Como si estuvieran sordos o hipnotizados.

El taxista nos ayudó a llegar hasta otro Estado, para que no tuviéramos necesidad de hacer estancia en las terminales de Monagas: nunca se sabe si vienen detrás de ella.

Pero no vinieron. Solo confirmaron su partida un día después, cuando ya mi amiga caminaba por Caracas, con ojos de susto por la nueva libertad.

 

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