Muriendo en un hospital en Venezuela

 

Va a quedar en tu conciencia.
Va a quedar en tu conciencia.
Va a quedar en tu conciencia.

Por Caridad

HAVANA TIMES – Eso es lo que le repitieron a Libia desde que entró al Hospital Central Antonio María Pineda, en Barquisimeto.

Cuando los dolores de su esposo se hicieron más fuerte, comprendieron que no se trataba de una simple mala digestión y corrieron a una clínica cercana; estaba cayendo la tarde.

En la clínica privada lo hidrataron, le realizaron un par de exámenes y le dieron un diagnóstico: operación de urgencia. Al hospital llegaron con la seguridad de que les llevarían de inmediato al salón de cirugía.

Libia y su esposo apenas tenían algún que otro familiar diseminado por Venezuela. Ambos vivían con la madre de ella, anciana y enferma mental. El salario de su esposo, como trabajador de la Misión de Salud Barrio Adentro, se iba en los medicamentos para la anciana y mal comer los tres. 

En cuanto lo remitieron al hospital, Libia avisó a los colegas de su esposo sobre su gravedad. Nadie contestó sus mensajes.

Al llegar al hospital no había camillas para llevarlo a la sala de Urgencias. Tampoco había espacio en la sala para él. No había ningún médico disponible para atenderlo y, por supuesto, no lo llevaron a cirugía como ella imaginó.

Quedó sentado soportando el dolor, hasta que alguna enfermera acudió a los llamados de Libia y le advirtió que no había solución para ponerle sueros fisiológicos. Pero sí le indicó dónde podría comprarlos por quinientos mil bolívares (unos 20 dólares).  Libia exclamó que no tenía dinero para eso y la enfermera solo contestó que quedaría sobre su conciencia si no lo conseguía.

Un amigo acudió con la solución fisiológica, pero el pretexto entonces es que fuera de la sala no podían colocárselo. En una cama, junto a otros dos enfermos, lograron sentarlo para eso. Entonces necesitaban una orden del médico de guardia.

El médico de guardia no apareció en toda la noche.

Mientras, el dolor.

Al amanecer apareció un médico que le ordenó hacerle una radiografía. Libia cargó con su esposo como pudo, ya él no podía sostenerse. La radiografía era de pie, y el técnico solo gritaba que lo sostuviera, sino no saldría bien y quedaría sobre su conciencia. El hombre deshidratado y adolorido se le resbalaba entre los brazos.

Mientras Libia corría buscando otra cosa más que le pidieron, y ya ni ella misma recuerda qué era, su esposo murió.

Entonces comenzó el siguiente dolor.

¿De dónde sacar dinero para sacarlo del hospital?

Un servicio funerario está en cinco millones de bolívares, unos doscientos dólares. La cremación solo cuesta un millón menos. De todos modos, ella no tenía ni un millón. Entre los vecinos recogieron un millón, pero no era suficiente.

Otra vez acudió a los colegas de su esposo. Nada.

Amigos llamaron a conocidos vinculados a alguna institución del Gobierno. La idea era conseguir alguna urna para, al menos, llevarlo al cementerio, donde, por suerte, tenían un panteón familiar. Era domingo. Las instituciones no están disponibles los fines de semana, en caso de que quieran ofrecer alguna respuesta. La única solución que encontró fue donar el cuerpo de su esposo al hospital.

Un amigo (otra vez un amigo), que vive fuera de Venezuela, se enteró a tiempo de lo que estaba sucediendo y envió el dinero que alcanzó para, al menos, pagar la urna y el transporte al cementerio.

Los camposantos no son sitios seguros en Venezuela. Uno entrega en una oficina los papeles, pero el resto corre por nuestra cuenta, incluyendo la seguridad personal. Por teléfono nos comunicamos con los encargados de bajar la urna y, aparte de algunos cientos de bolívares como pago, pidieron varios sacos de arena, cemento y una plancha de zinc para cerrar el panteón, pues ya se habían robado las lápidas.

Apareció la arena y el resto también por manos amigas.

El chofer del carro fúnebre tenía ese aspecto que uno cree que no volverá a ver en un chofer de carroza fúnebre: viejo, sin afeitar, mal alimentado y con la ropa demasiado ajada. Pero hizo algo por nosotros, los amigos que acompañábamos a Libia: nos permitió viajar a los 4 a su lado. De algún modo nos acomodamos e imagino que nuestro amigo muerto, de habernos visto apretujados y sudorosos junto a él, se habría vuelto a morir, pero esa vez de risa.

Caridad

Caridad: Si tuviera la oportunidad de escoger cómo sería mi próxima vida, me gustaría ser agua. Si tuviera la oportunidad de eliminar algo de lo peor del mundo borraría el miedo y de todos los sentimientos humanos prefiero la amistad. Nací en el año del primer Congreso del PCC en Cuba, el día en que se celebra el orgullo gay en todo el mundo. Ya no vivo al este de la habana, intento hacerlo en Caracas y continúo defendido mi derecho a hacer lo que quiero y no lo que espera de mí la sociedad.

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6 thoughts on “Muriendo en un hospital en Venezuela

  • Conmovedor y terrible!!!

  • Y donde están los médicos cubanos de la misión, porque según dicen son miles y miles.

  • Por lo visto morir en Venezuela es como ir al purgatorio en la tierra. Tremendo país para salir corriendo y no mirar para atrás.

  • Lo increíble Irina, es que este es un país hermosísimo, y de verdad que con la gente uno se siente como en casa; el problema es en lo que lo han convertido. El sistema de salud aquí nunca ha sido bueno, pero ahora no existe, así de sencillo.

  • Ya no quedan muchos médicos cubanos aquí, es la verdad. Los pocos CDI que funcionan en su mayoría trabajan venezolanos. Pero en las condiciones en que están, es poco lo que se puede resolver en ellos.

  • Sí, esas son las palabras exactas Pedro. Gracias por pasar por aquí. Saludos!

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