Los sonidos de mi barrio

Caridad

Camino a casa.

Cojímar sigue siendo un lugar tranquilo, hasta silencioso si se le compara con cualquier otro reparto o ciudad.

Por sus calles apenas sin asfaltar casi nunca se escucha pasar un auto, al menos en la zona donde vivo, alejada de la vía habitual del transporte público que, como es de suponer, cada vez es más extraño dentro de este ex pueblito de pescadores.

Mi barrio está a unas 8 ó 10 cuadras del mar, por eso no puedo hablar del sonido de sus olas, salvo contadas excepciones, cuando algún mal tiempo provoca que el agua salada se meta dentro de las casas de los que más cerca del agua construyeron.

Lo primero que escucho, incluso antes de quedarme dormida, y luego al despertar, es el canto del gallo de mi patio, a este contesta el gallo del vecino, que han puesto a vivir justo bajo mi ventana. Al gallo de mi vecino le contesta el de la vecina de al lado y luego es una cadena de gallos que baten sus alas con una fuerza casi increíble, a juzgar por su sonido.

La puerta del patio de mi vecino, el dueño del gallo, está un poco desgastada por el comején y la humedad, ese es el segundo sonido de cada mañana, él sale al patio a colgar su toalla y la puerta da la bienvenida al amanecer.

Una hora después la dueña del otro gallo se asoma a su ventana y grita: ¡Pepeeeeeeee! ¡Pepe!; hay veces que es para pedirle una colada de café, otras para preguntar si ya llegaron los huevos.

Enseguida una cantante que vive en los altos pregunta a otro vecino, desde su balcón, Oye, ¿por fin qué número salió anoche?, y en dependencia de la respuesta así será la música que ponga a todo volumen para ocultar su falta de melodía cuando comienza a cantar.

Siempre es música romántica, y su voz y su música molesta mucho a alguien que aún no logro saber quien es. Enseguida pone en su equipo un buen reguetón, a mi cuarto solo llega, por suerte, el sonido agudo de esta música, mezclada entonces con algún drama romántico de Álvaro Torres o Miriam Hernández (cantantes preferidos de la desafinada de los altos).

Me divierte muchísimo escuchar esta mezcla de drama, con el exaltado ritmo del reguetón. Pero eso solo dura una hora, quizá dos horas. Hay veces que los gorriones se les adelantan a todos, y ahora que no hay gatos en mi patio, viven en él como si fuese su casa y, por supuesto, hacen toda clase de bulla pajarera que siempre es bienvenida.

Detallito mientras tomaba café.

También hay veces que la mañana me regala la visita de un sinsonte, al que más extrañé y extrañaré siempre que esté fuera de Cuba. No sé por qué es el tocororo, (muy bello, es verdad) el pájaro símbolo de Cuba, será que la vista siempre prevalece por encima del oído; creo que el sinsonte está en todos los sitios de este país, aun cuando no nos demos cuenta de su presencia, ahí está; y es una verdadera delicia escucharlo.

Los domingos una niñita que vive en el último piso practica sus instrumentos. Al principio era el piano…luego un acordeón, ahora creo que toca un clarinete, pero estoy segura de que olvido algún otro instrumento y que en el tiempo que no estuve en el barrio practicó con algún otro.

Su padre es músico y hace poco decidió no regresar de un viaje que pudo resolver a algún país de Europa. Aunque no quiero hacerlo la mayoría de las veces me la imagino esforzándose mucho en sus tareas musicales para reunirse con su padre lo más pronto posible.

Cuando no es domingo siempre hay algún vendedor que pasa frente a mi puerta, pregonan otra vez, quizá ya no se cante como en los inicios del pregón; pero no falta el ingenio para vender palos de escoba, palitos de tendedera, aromatizante o lo que aparezca.

Frente a mi casa hay un pequeño parque infantil, que se ha mantenido por muchos años gracias a que los encargados de los parques en esta localidad, le dan mantenimiento dos o tres veces al año. Pero igual los barquitos y el cachumbambé siempre están un poco faltos de grasa, y su sonido chirriante anuncia la cantidad de niños que intentan montarse en ellos.

Ah, los chamaquitos, esos tienen sus temporadas de altas y bajas, unas veces gritan en algún juego, otras están silenciosos dentro de sus casas, a veces quieren ser músicos y convierten en instrumentos la cerca del parque, otras se fajan entre ellos. Sus voces siempre se las arreglan para colarse en mi apartamento, donde quiera que yo esté.

Me falta mencionar a la Amarilla, mi perra que también quiere ser cantante algún día, pero es más consciente y hace silencio cuando uno se lo pide. Me faltó también el martilleo de algún vecino que siempre necesita arreglar algo dentro de su casa.

El canto triste de alguna tojosa o palomita rabiche; el silencio de las arañitas que todavía dejo vivir en algún rincón de mi cuarto; la risa de alguien, el llanto de algún bebé y el ruido del ventilador de mi vecino (el dueño del gallo), que todavía no tiene dinero para comprar otro ventilador mejor que el que inventó, con motor de lavadora. Es como una avioneta que despega vuelo cada noche, hasta el amanecer.

Caridad

Caridad: Si tuviera la oportunidad de escoger cómo sería mi próxima vida, me gustaría ser agua. Si tuviera la oportunidad de eliminar algo de lo peor del mundo borraría el miedo y de todos los sentimientos humanos prefiero la amistad. Nací en el año del primer Congreso del PCC en Cuba, el día en que se celebra el orgullo gay en todo el mundo. Ya no vivo al este de la habana, intento hacerlo en Caracas y continúo defendido mi derecho a hacer lo que quiero y no lo que espera de mí la sociedad.

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One thought on “Los sonidos de mi barrio

  • Creo que mi polis le gana en tranquilidad y silencio… Pero bueno ambos pertenecemos a la liga de Hab. del Este.

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