Los amigos de Villa Feliz
Caridad
No está en mis planes detenerme en este sitio, el calor del mediodía es tan intenso como el de Cuba, Maracaibo es tan caliente como Santiago; pero el auto donde viajo cree que es hora de pararse a refrescar los motores.
Bajo un grupo de áboles hay varias mesas, sentados a las mesas niños y niñas, frente a ellos tableros de ajedrez. No me gusta el ajedrez, pero me acerco a ellos para robarles un poco del fresco de los árboles.
No hay reticencia en sus miradas, vienen sonrisas y saludos, me han dicho que los maracuchos se parecen bastante a los cubanos, parece que sí; porque en menos de cinco minutos otro grupo de niños, balón en mano, me llevan al pequeño terreno y comenzamos a patearnos la pelota.
Corro detrás del balón con la misma alegría de cuando tenía 10 ó 12 años. Ellos no se molestan en preguntarme quién soy yo, de dónde vengo, solo cuchichean entre risas por mi extraña manera de hablar.
Daniel prefiere ser portero, es bueno en eso; pero cuando los demás ven que le hago fotos comienzan a preferir ese puesto. Entonces mejor organizar una sesión de penaltis, así todos podrán salir en la foto.
Un juego de kikimbol está por comenzar y debemos salir del terreno, el kikimbol es parecido al béisbol, solo que la pelota es de fútbol, y no existe el bate.
Tres adolescentes me piden fotos para ellos también, porque no estaban jugando conmigo, pero ya lo habían hecho media hora antes.
Dos niñitas, de las que aprendían a jugar ajedrez, prefieren conocer qué llevo colgado al cuello, qué tipo de pájaro es; también quieren quedarse dentro de mi cámara, incluso las tres juntas, y pretenden que me quede más rato a jugar con ellas, o que regrese mañana, porque todos los días ellos salen de sus casas, en este barrio conocido como Villa Feliz, a conocer juegos nuevos, o simplemente a correr detrás de una pelota; porque son niños y eso es lo que suelen hacer los niños.