Huyendo de Venezuela antes de las elecciones

Por Caridad

HAVANA TIMES – Mi tercer día en Pacaraima comienza a las dos de la mañana. Hay frío, como es de esperar, pero voy preparada. En la carpa ya hay un pequeño grupo de personas marcando, algunos han pasado allí toda la noche, otros han llegado más temprano en la madrugada. El piso de la carpa está relleno de piedritas que ayudan a que la tierra no se encharque cuando llueve.

En las largas horas que quedan hasta que los funcionarios brasileros comiencen a atender, a las ocho de la mañana, converso con algunas personas que están cerca de mí. La preocupación primordial, más allá de lograr entrar hoy a la Casa Azul, es la situación en Venezuela. La cercanía de las elecciones que, precisamente, ha provocado que aumente el número de personas en la frontera.

Edesio, un hombre alto, que debe tener unos cuarenta años, no cree que Maduro gane, eso es más que obvio. Pero de lo que también está seguro es que no reconocerá su derrota. Se sabe vencido desde hace mucho, porque, según Edesio, detrás del supuesto traslado de convictos de la Cárcel de Tocorón, unos meses atrás, hay un plan: dar la libertad a una parte de ellos, armarlos y prepararlos para el día de las elecciones y los posteriores, salgan a sembrar el miedo y a matar a quien se oponga al gobierno.

Por supuesto que lo que me cuenta no puedo confirmarlo, aunque sé que no es una práctica nueva, y en las redes sociales circulan videos donde los grupos de presidiarios, formados en filas militares, juran defender la patria y a Nicolás Maduro. Malandros patriotas, pues.

También es cierto que los llamados «colectivos» han disminuido sus integrantes y su apoyo al gobierno. Así que es lógico que la dictadura eche mano a su materia prima preferida: la delincuencia. Tiemblo al pensar lo que dejo atrás en Venezuela. La gente que he conocido, mis amigos, mi pareja (que espero pueda reunirse pronto conmigo)… y hasta mis animales. Tiemblo por la gente que no conozco.

Alguien interrumpe la conversación que ya lograba ponerme ansiosa, y advierte que son las cinco de la mañana, la hora en que abren el albergue y salen, en desbandada, los que allí pernoctan. ¡Vienen los del Refugio! Las personas que no tienen ningún tipo de recursos para pagarse una noche en una posada, acuden a este beneficio que ofrece la Operación Acogida.

En algún momento, más adelante, conoceré a un minero de dulce corazón y educados modales, que me confesó preferir dormir a la intemperie antes que volver a hacerlo en el «refugio». Según él, hay demasiadas personas carentes de la más mínima educación o sentido común.

Mentalmente volví a dar gracias a mis amigos, que ayudaron a costearme el viaje, incluyendo la posada donde duermo en una cama, me ducho con agua caliente y «solo» tengo que compartir habitación con tres personas más (para abaratar el costo).

El asunto con la gente del «refugio» es que suelen dejar a uno de la familia, o el grupo de amigos, marcando toda la noche en la cola. Entonces, si tenías quince personas delante, tendrás cincuenta, porque no solo entrarán los del «grupo», también los «vivos» aprovecharán el desorden para colarse.

El asunto es incontrolable, aunque haya personas que intenten mantener cierto orden con métodos tan antiguos e inútiles como las mismas colas.

Ahora converso con una muchacha del oriente de Venezuela, viaja con sus dos hijas. Su esposo la espera en Minas Gerais. Lo que terminó de decidir su salida del país fue el sistema de salud. Hace solo unos meses perdió a su bebé en el parto. La atendió una estudiante de 18 años, de esas que en tres años gradúa el gobierno como médico integral. Manipuló mal al bebé. En el hospital dijeron que había nacido muerto a pesar de que el día anterior todo había salido bien en los exámenes.

Ella sabe que tuvo «suerte», unas semanas atrás le había tocado fallecer a una vecina de ella, a quien se negaron a hacerle la cesárea que el obstetra había indicado. Estas situaciones son muy habituales en los hospitales venezolanos, en los que es necesario llevar desde los guantes hasta las jeringas y el suero de reanimación para la más mínima consulta. La gente también está consciente de que muchos empleados, médicos y enfermeros, se roban los pocos insumos que entrega el gobierno.

Son las ocho de la mañana y la cola comienza a despertar, como un animal que sacude su pelaje recién mojado por la lluvia.

Se enervan los sentidos. Vuelvo a recordar que de este primer paso depende el resto. Sin esta prueba de COVID no tendré acceso a las vacunas que debo colocarme, y sin ellas no podré entrar a la charla tras la cual comenzaré a tramitar mis papeles para permanecer legal en Brasil.

Hoy tenemos un poco más de suerte, a pesar de que caminamos como en una conga, tres pasos adelante, uno atrás y otro al lado, a las once de la mañana, en el último grupo que atienden antes de irse a almorzar, logro entrar a la Casa Azul.

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