Guantanamera a lo venezolano

Caridad

Funerearia en Barquisimeto, Lara, Venezuela

HAVANA TIMES – El señor José Manuel tenía 93 años y muy buena salud. Vivía en una montaña del estado de Lara, y una noche, cuando estaba de visita en casa de los hijos, en la ciudad, no pudo evitar morirse.

La buena salud del señor José Manuel no se debía a que ni él ni sus hijos tuvieran mucho dinero. Ya sabemos que 50 años atrás la gente consumía menos químicos de los que ingerimos ahora disfrazados, incluso, en frutas y vegetales. Precisamente lo que no abundaba en su familia era el dinero.

Por eso su inesperada muerte se convirtió en historia, en anécdota escatológica o tragicomedia al estilo de la película Guantanamera (1995) de Tomás Gutiérrez Alea.

Si desde hace algunos años, para varios millones de venezolanos, es una odisea hacer, al menos, una o dos comidas al día, el precio de los servicios funerarios ha llevado al endeudamiento a muchos y ha colocado a otros tantos en la imposibilidad de enterrar a sus muertos.

Yo apuesto por la cremación, pero eso también es caro y caótico como todo en este país ahora.

La familia del señor José Manuel no tenía ni para la cremación ni para una bóveda. Tampoco para el ataúd. Pero encima de todo, a causa de la burocracia y el desentendimiento del Gobierno en estos asuntos, de la misma manera no tenían cómo hacer un certificado de defunción al difunto; de eso se encargan los hospitales y las funerarias.

Al no morir en un hospital, era tiempo perdido solicitarlo; al no tener dinero para pagar a una funeraria…tampoco a ellos podían acudir para el certificado. Sin ese certificado igualmente no podían mover hacia la montaña, a su tierra, al señor José Manuel. Y no querían llevarlo a la montaña porque fuera su último deseo. La única solución que encontró la familia fue enterrarlo en el patio de su casa, como están haciendo muchos venezolanos en estos momentos. En la ciudad es difícil encontrar un patio asequible para eso.

Así que a la montaña decidieron partir.

Pero luego de conseguir el transporte (que fue bastante difícil), se dieron cuenta que en el primer punto de control de la Guardia Nacional se irían todos a la cárcel, si no por homicidio, al menos, por tráfico ilegal de muertos.

Otra vez el dichoso certificado de defunción haciendo falta.

No quedó otra que vestir y maquillar al señor José Manuel como si estuviera vivo. Le colocaron una biblia en las manos, un par de lentes de aumento (aunque en vida nunca los necesitó) y lo sentaron en el asiento trasero del auto, con las piernas cruzadas y mucho hielo en la espalda y las nalgas (el calor en Lara es infernal en estos tiempos). Así fueron poco a poco, tratando de no llamar la atención, hasta llegar a su casa, al patio donde lo enterraron.

Por suerte ninguno de los gloriosos militares, que custodian algunos tramos de las carreteras, tuvo la suspicacia suficiente para descubrir la mentira. De ser así la historia de José Manuel y su familia habría sido un poco más grotesca.

¿Será que esto no tiene fin? ¿La gente continuará enterrando donde mejor pueda a sus muertos? ¿Sabrán, quienes gobiernan aquí, que los cementerios no fueron inventados, precisamente, porque fuera bonito guardar a los muertos en ellos?

Caridad

Caridad: Si tuviera la oportunidad de escoger cómo sería mi próxima vida, me gustaría ser agua. Si tuviera la oportunidad de eliminar algo de lo peor del mundo borraría el miedo y de todos los sentimientos humanos prefiero la amistad. Nací en el año del primer Congreso del PCC en Cuba, el día en que se celebra el orgullo gay en todo el mundo. Ya no vivo al este de la habana, intento hacerlo en Caracas y continúo defendido mi derecho a hacer lo que quiero y no lo que espera de mí la sociedad.

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