Entre helechos azules y exhibicionistas

Caridad

Metrobus en La Habana

Todo el mundo tiene algo que decir respecto al transporte público….bueno, quizá no todo el mundo, porque conozco unos cuantos que hace muchos años no ponen sus pies en una guagua cubana.

Pero esa gente se pierde las experiencias de nosotros, los que unas veces andamos a pie y otras en guagua…o lo que aparezca. Se pierden tanto el helecho azul como el acercamiento con lo más sórdido de los seres humanos, y apuesto por ambas experiencias, aunque parezca una locura.

En realidad no sé cuál de las dos versiones contar primero. Tiro una moneda al aire y me remonto a mis 6 años, cuando aún ni soñábamos con el Período Especial, pero  para llegar a mi escuela debía trasladarme en una guagua cada mañana. Desde entonces las sufro a diario.

Porque desde entonces era una agonía llegar a la parada a tiempo para alcanzar la guagua de las 7am o la de las 7:30…sí, media hora entre una y otra.  Casi siempre, por supuesto, viajaba de pie, agarrada de los espaldares de los asientos, en uno de esos huequitos donde los adultos no pueden colarse o no han logrado colar sus maletines y mochilas.

Buscando uno de esos espacios libres muchas veces me separaba de la persona que me llevaba cada mañana a la escuela.  Así ocurrió muchas veces que ciertos adultos creían que yo andaba sola.

En una ocasión, mientras me sostenía del espaldar de un asiento, comencé a tocar algo muy suave.  Como siempre he sido bastante entretenida, o sea, que casi siempre ando con la mente muy lejos de donde está mi cuerpo, no me percaté por un buen rato de lo que mis dedos tocaban.

Hasta que el violento frenar de la guagua me hizo agarrarme con mas fuerzas del tubo del asiento y, de paso, mirar…pues sí, aquello que yo tocaba sin mirar era el aparato reproductor masculino de algún tipo que no encontró nada mejor que hacer a esas horas de la mañana.

Treinta años después viajo del vedado a alamar en una guagua un poco más grande de las que se usaban a inicio de los años 80, el número también ha cambiado, aquella de antes podía ser una 77 o una 26; esta de ahora es un P11 y siempre me ha dado mucha gracia eso del cambio de numeración del transporte público, como si el cambio del collar pudiera hacer más fiero al perro o más efectiva la transportación.

Está lloviendo y debo llegar en un horario preciso a la casa de unos amigos que necesitan algún tipo de ayuda de mi parte.  Así que no me ha quedado más remedio que montarme en el primer P11 que apareció, aunque los empujones, los probables carteristas y frotadores pulularan a la hora de subir.

Desde la ventana de la guagua.

En mis manos llevo una postura de helecho azul.  Incluso él salió victorioso a la hora de subir, las manos de la gente desesperada por llegar a la puerta decidieron no quitarlo del camino. Aquí estoy yo, resguardando la mochila donde llevo mi cámara, apenas logrando sujetarme; y en la otra mano la postura recién comprada de un helecho tímido y azul.

Más allá de cualquier ayuda que pueda ofrecerle a mis amigos, les vendrá muy bien la compañía de esta plantica delicada.  Pero la forma descuidada de manejar de este chofer, la gente que sigue subiendo ansiosa de encontrar de dónde agarrarse pueden terminar echando al suelo o encima de la cabeza de alguien mi presuntuoso regalo.

Entonces aparecen las manos de dos muchachos que están sentados frente a mí. Deben andar todavía por esa edad en que solo es interesante mirar, a través de la ventanilla de la guagua, las muchachitas lindas que andan por la calle; esa edad en que la mayoría de las veces no se piensa mucho en lo que pueden necesitar los demás…esa edad que solemos criticar todos los que la sobrepasamos.

Y ya está mi helecho azul resguardado de golpes accidentales, gracias a estos dos hombres que miran, a través de la ventanilla, a las muchachas que corren bajo la lluvia, pero sin perder de vista la plantica que les acabo de confiar.

A la hora de bajarme les doy las gracias y, si fuera una adolescente, hasta les daría un beso; ellos apenas me miran, siguen mirando la lluvia o lo que sea que les llame la atención del otro lado, como si su amabilidad careciera totalmente de importancia.

Caridad

Caridad: Si tuviera la oportunidad de escoger cómo sería mi próxima vida, me gustaría ser agua. Si tuviera la oportunidad de eliminar algo de lo peor del mundo borraría el miedo y de todos los sentimientos humanos prefiero la amistad. Nací en el año del primer Congreso del PCC en Cuba, el día en que se celebra el orgullo gay en todo el mundo. Ya no vivo al este de la habana, intento hacerlo en Caracas y continúo defendido mi derecho a hacer lo que quiero y no lo que espera de mí la sociedad.

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