Yeso Se Escribe Con H

Francisco Castro

Una de las prioridades de toda sociedad, especialmente la cubana, es la educación de los niños.

En medio de las mayores carencias, en los años más crudos del período especial, transcurrió mi educación primaria.

Recuerdo las libretas con hojas oscuras y quebradizas, la utilización de los lápices hasta sus últimos suspiros, el uso de un libro por dos o tres niños a la vez, las tizas de cal que rayaban las pizarras, los mapas destartalados y mayormente desactualizados, las mesas y sillas remendadas con alambres, y por supuesto, ninguna computadora.

También recuerdo mis zapatos de tela y suelas de cámara de neumáticos, y mi mochila de tela de saco, las meriendas de pan con azúcar y té de limón frío.

Pero sobre todo recuerdo a mis maestros. Ellos no faltaron nunca, salvo en contadas excepciones. Ellos eran el alma de las clases. Sin importar las carencias materiales de las escuelas, recuerdo sus lecciones amenas e interesantes.

Ahora sé que nunca me molestó  la carencia, en primera porque era un niño, y tal vez no me daba cuenta, y en segunda, y más importante, porque mis maestros hacían todo lo posible porque eso no afectara nuestra educación.

Actualmente no hay maestros. Al menos no como los que yo tuve, hace solo 15 años. Y si me equivoco, ruego por que me saquen de mi error con pruebas palpables lo antes posible.

Mi comentario se basa en la experiencia de mis primas y los niños de algunas familias que me rodean.

Mi prima pequeña, que estudia en 2do grado, es la que más me preocupa. Su maestra, joven egresada del curso emergente de maestros primarios, es también una estudiante universitaria.

Mientras “enseña” al pequeño grupo de niños, estudia sus propias materias, todo al mismo tiempo, y claro, a menos que se divida en dos, no puede atender ambas cosas.

Y qué es más importante, ¿Qué  un grupo de niños sepa leer correctamente la hora en el reloj, o aprobar una de sus materias universitarias?

Una tarde fui a buscar a mi prima a la escuela, y al entrar al aula, me golpeó un enorme cartel con una lista de palabras que se escriben con H. La última palabra era hieso, en vez de yeso.

La joven maestra se defendió ante mi demanda de enmendar el garrafal error diciendo que no tenía cartulina del color del cartel y que no podía hacer semejante chapucería colocando una tira que no fuera del mismo color.

Mi prima, una niña inteligente pero perezosa para estudiar, no estaba obteniendo los mejores resultados. Mi tía, por tanto, se vio en la necesidad de pagar a una maestra repasadora para que mi prima reciba correctamente las materias que el gobierno le ofrece de forma gratuita en la escuela.

Desde que mi prima asiste a estos repasos particulares, hemos visto una notable mejoría.