Timba cubana y creatividad popular

Yenisel Rodríguez Pérez

HAVANA TIMES — Cuando llegó la crisis de los años noventa del pasado siglo, la creatividad del pueblo cubano se accionó de manera radical. Era algo de esperar. El Estado simplemente se retiró preocupado en asegurar su propia permanencia en el poder.

La gente tuvo que radicalizar una autonomía comunitaria que se le había secuestrado por décadas (1970-1989) por ese mismo Estado ahora en repliegue.

Muchos fueron los resultados concretos que se desgajaron de aquel ímpetu popular. Orientado en un inicio hacia las estrategias de sobrevivencia familiar, con el pasar del tiempo se complementó con una creatividad comprometida con la libertad de acción y pensar de toda la comunidad, y en todos los órdenes de la vida.

Hija de aquel desbordamiento creativo fue la “Timba cubana.” Comenzó como una moda musical más. Pasado algunos años, se constituía como la nueva estructura de la música popular cubana. Su influencia trascendió el contexto de surgimiento y permeó a gran parte de los géneros musicales que se “hacen” hoy en Cuba.

Sus aportes musicales han sido básicamente instrumentales: una radicalización de la estructura rítmica (percusión y bajo). La timba fue resultado de una acumulación de tradición e innovación rítmica. Este legado eclosionó como una nueva forma de asumir lo musical-rítmico. Desde el surgimiento de la timba se ha desarrollado vertiginosamente el virtuosismo rítmico de nuestra idiosincrasia musical.

Los textos de las canciones timberas también fueron significativos, pero en este caso la trascendencia fue política. Lo demuestra el hecho de que los modos de “escribir” la timba sigan fuera del imaginario profesional de la música popular cubana.

Su “vulgaridad” calo de tal modo a la audiencia cubana, que logró ocupar el lugar de la picaresca tradicional como símbolo estético del juicio sociopolítico de las masas. Reencarnaba la inofensiva picaresca tradicional en el cuerpo textual del indio timbero. Pero como indio vivo no estimula tolerancia en los censuradores, aún hoy se sigue pagando por su cabeza.

El habla popular irrumpió con fuerza descomunal en la lógica del mercado discográfico nacional. Una irrupción sin mediaciones performáticas que “filtraran” el habla cotidiana. Esta incursión aún pervive, a pesar de ser negada por la Academia de la música popular, por la Academia musical ilustrada y por las instituciones artísticas oficiales. Todas niegan valor artístico al habla cantada del pueblo. Sus años de encumbramiento social ya pasaron. Ha vuelto a ser parte del catalogo docto del mal gusto.

En la actualidad la timba cantada es desgaja de la timba tocada. La primera es valorada oficialmente como victoria temporal de la barbarie popular ante los cañones. La segunda es revindicada como virtud musical nacional.

La timba de los noventa testimonia aquello años de empoderamiento popular. Su ritmo y su canto son testimonio perenne.

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