Rápidos y furiosos

Yenisel Rodriguez

Viajando en Cuba. Foto: Caridad

Hoy quisiera ilustrar un asunto del cual mucho se ha comentado en los medios informativos cubanos: los accidentes de tránsito asociados a la transportación masiva en camiones particulares.

Este servicio permite comunicar a la población que convive en provincias limítrofes. De provincia en provincia se conecta espontáneamente una ruta de transportación nacional. De esta forma recorrí más del 40 percent del país.

Pude experimentar en carne propia lo peligroso de estos viajes. Un peligro que responde fundamentalmente a la irresponsabilidad de los choferes y los dueños de los camiones. Éstos en busca de mayores ganancias, condicionado por la alta demanda que posea el servicio, llevan hasta el límite de velocidad a vehículos que tienen más de 50 años de explotación como promedio mínimo.

Existen trayectos donde esta situación se intensifica. Es el caso de la ruta intermunicipal El Cobre- Santiago de Cuba al interior de la provincia del mismo nombre. En este recorrido se puede viajar a 80 kilómetros por hora a través de una carretera muy estrecha. Durante mi recorrido por ésta zona fui testigo de un fatal accidente. Una niña perdía su brazo izquierdo al rozarse los extremos opuestos del camión donde viajaba y de una camioneta que regresaba de El Cobre.

Ya antes me había “salvado” de un choque fatal entre otros dos camiones de transporte público en la provincia de Ciego de Ávila. Recuerdo que en la Habana mi familia descubrió un nuevo motivo por el cual preocuparse por mi viaje marcopolesco.

Otra ruta extremadamente peligrosa es la que conecta a las Provincias de Santiago de Cuba y Guantánamo. Aquí si que se corre a altas velocidades y lo peor es que la carretera está llena de barrancos y acantilados.

Muchos pasajeros a pesar de llevar años utilizando este servicio, aún hoy no logran adaptarse al peligro eminente que implica el transporte interprovincial en vehículos particulares.

Ahora me recuerdo del comentario que sobre el asunto me realizaron en Santiago de Cuba los padres de un amigo:

“Nosotros nunca viajamos juntos. Si da la mala suerte y el camión choca, uno de nosotros se salva para cuidar esta casa que va a ser de Alfredito (mi socio).”

Con incertidumbre cotidiana, aunque imperceptible de primer momento, conviven miles de personas que viajan constantemente entre provincias y municipios del país. Son generalmente personas de pocos recursos materiales que no pueden darse el lujo de utilizar el servicio de transportación interprovincial estatal, un poco más segura.

Me recuerdo descendiendo la empinada carretera de La Farola, una vía extremadamente estrecha que bordea montañas.

Consternado observaba como de repente los pobladores del lugar interrumpieron sus chistes y sus conversaciones, para quedarse en infinita contemplación de lo que vendría:

Una hora de descenso zigzagueante bajo una llovizna nocturna, a expensa de que el trasnochado y ebrio chofer no perdiera el tino.

Yo por mi parte me aferré muy fuertemente a la baranda más cercana con la ingenua esperanza de que dicha pose me salvara de la inminente caída. Por suerte todo salió bien, aunque el dolor en las muñecas me duró más de lo previsto.

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