El Maltrato o Una gastronómica cubana en Londres

Yenisel Rodríguez

Vendedor.

Una vez me detuve a observar como se la arreglaba una vendedora de frozzen para despacharme sin levantar la mirada. Nunca lo hizo. Lástima, porque se hubiera ganado un lindo piropo.

La gastronómica reducía la interacción con el cliente hasta donde ésta garantizaba su retribución económica.  Nada más racional, me dije.

Y es sorprendente cuan poca implicación tiene la atención al consumidor en la retribución del gastronómico estatal.  Se limita, muchas veces, a justificar ante el Estado la función social que éste le exige: vender.

Vender es una representación donde el consumidor no pasa de ser una etapa predecible del proceso.  Muchos gastronómicos olvidan la cantidad de dinero que les paga el Estado, y es que éste no es tan importante: aproximadamente 8 dólares mensuales.

El verdadero salario lo reciben al comercializar por la izquierda las mercancías que se le asignan a su cafetería, su venta puede reportar aproximadamente unos 28 dólares mensuales. Solo una parte de este dinero se obtiene de la venta al consumidor que asiste a la cafetería. Una venta segura, ¿Entonces por qué dar un buen trato? Para eso están los amigos y la familia.

Algunos maltratados alegan razones psicológicas y criminales para explicar tal comportamiento.  Sin embargo, me imagino a un gastronómico cubano en Londres ¿Sería éste capaz de brindar un trato menos frío en dicho paraje?  Y aunque no pienso que la gastronomía inglesa sea la solución que buscamos, enseguida comprendo que los problemas de base no radican en patologías y crímenes, sino en el modo en se organizan nuestras sociedades.

Es probable que recibiera una mirada a los ojos (face to face) y hasta un have a good day, si aquella gastronómica insensible me sirviera el frozzen en una cafetería londinense; pero no sería por encontrarme atractivo (nunca he tenido suerte con las rubias de buen cuerpo). Sería una cuestión de costo y beneficio.

Hay días que condeno a algún gastronómico por su crueldad, sin embargo hoy los justifico sin hipocresía.  Los considero hermanos de causa, y espero que algún día hagamos las paces.

Ojalá que la reconciliación no suceda en una McDonald’s al estilo inglés, aunque tampoco quisiera que ocurriera en una de esas cafeterías de mala muerte en las que meriendo, casi a diario, unos panes con hamburguesa que muchos tratamos de imaginar como carne.

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