Comer por cinco pesos

Yenisel Rodríguez

En la esquina de mi casa existe una de las pocas fondas de la Habana. No es ni un restaurante estatal, ni una paladar particular, es simplemente una fonda. En la Habana de la primera mitad del siglo XX, las fondas eran el lugar característico donde mataba el hambre la gente pobre.

Existían dos categorías de fondas, las chinas, que según dicen algunos historiadores eran muy sucias y su comida la peor; y la de los españoles que tenían mejor fama. Algo así como no encontrar gorgojos en el arroz blanco y no ensuciarte los codos con un mantel empercudido.

La fonda de la esquina de mi casa parece una fonda china, no sólo por sus malas condiciones higiénicas, sino también por los ojos “chatos” de la mulata que te sirve la comida. A pesar de la suciedad y los gorgojos, la fondita es una buena noticia para muchos santosuareños, sobre todo por que se puede comer por cinco pesos. La oferta de la casa es:

-Arroz blanco

-frijoles

-tortilla

-vianda

-harina en dulce

Hace unos días fui a comprar dos raciones. Me senté en una de las mesas y me sorprendí de cuán importante es conocer un lugar desde dentro. La mayoría de los consumidores eran ancianos pensionados.

En mi mesa éramos seis personas. Los dos ancianos se dieron el lujo de pedir caldosa de “a peso” después de consumir la oferta de la casa. El forzudo del grupo, un inmigrante de Oriente, pidió dos fricases de cerdo de nueve pesos cada uno: –esto lo refuerzo con dos bolsas de yogur de soya que tengo en el cuarto,-dijo con cierto orgullo.

Los otros dos comensales, un muchacho vestido a lo campesino y un adolescente, pidieron dos raciones de espaguetis a cinco pesos cada una: –en una paladar esto costaría veinte pesos, – dijo el del sombrero de yarey mientras luchaba por disolver los pequeños pedazos de queso “de papa” que decoraban su plato.

Yo seguí el ejemplo del forzudo, y después de 45 minutos de espera me fui para la casa con dos raciones frías de fricase de gordo de cerdo. Pensaba en un inicio comprar la especialidad de la casa, pero no tenía tanta hambre como para comer tortilla de huevo sintético. Cuando llegué a la casa herví unos plátanos machos para poder llenarme.

Nunca me sensibilizó con la pobreza desde la estética del sentimentalismo y la compasión; pero algo dentro de mí se iluminaba mientras hablaba con mis compañeros de mesa. Hubo momentos donde todo se sentía como si no faltara nada. Y es que la vida del pobre va más allá de su pobreza.

En la fonda de la esquina de mi casa descubrí que existen muchas maneras de vivir la pobreza. Por momentos no ofrecí resistencia a reconocer la mía.

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