Coleccionando catálogos
Yanelys Nuñez Leyva
HAVANA TIMES — Casi terminando la segunda quincena de noviembre hago un bojeo por las exposiciones transcurridas entre los dos meses anteriores, a través de sus catálogos.
Soy adicta a coleccionar todos esos folletos, sueltos, libritos, plegables etc.
Mi hermana los calificaría como papeles para acumular polvo —este es un comentario de una persona alérgica—, pero yo los valoro más como documentos importantes.
Los clasifico de diferentes maneras:
Por artistas, galerías o eventos, dependiendo de la impronta de cada uno.
En septiembre y octubre acumulé un total de 8 catálogos, aunque puede que algún otro se encuentre extraviado entre libros o libretas.
Centros cardinales de La Habana inauguraron en esas fechas: Factoría Habana (La utilidad de la historia y Legado), Casa Víctor Hugo (Féminas), Servando Cabrera (Mundo de mi mundo), Museo Nacional de Bellas Artes (Bésame mucho), Centro de Prensa Internacional (En (tinta) memorias de un taller), y un espacio nuevo para mi: una casa particular convertida en galería —hecho que no sé si fue casual— situada en Línea entre L y M, en el Vedado (Brujas pero también brujos).
Como detalle curioso quisiera acotar que en este último lugar participaron alrededor de 40 artistas, todo un reto para la museografía si se tienen en cuenta las dimensiones no tan favorables del espacio.
Datos como estos —cantidad de artistas— son recogidos fielmente en los catálogos en su sentido más genérico, pero también otras informaciones como hora, lugar, fecha, relación de obras presentadas y texto(s); que pueden ser explicativos, analíticos… o simplemente descriptivos, sobre la muestra en cuestión.
Algunas personas subvaloran la necesidad de confeccionar un catálogo a la hora de hacer un proyecto artístico. Y hay quienes dicen que no tiene sentido alguno porque luego de la muestra la gente lo tira en la propia esquina del espacio expositivo.
Pero el diseño, las palabras que se escriban en él, las fotografías de obras que aparezcan, etc., brindan todo un cúmulo de información que permanece luego que la expo concluye.
Toda una concepción plástica puede quedar bien resumida en un catálogo, si se bosqueja de manera adecuada su contenido.
El tema de la impresión es un punto aparte pues, los espacios institucionales no tienen casi recursos para estos menesteres, por lo que los artistas y/o curadores interesados, deben convertirse en productores y apelar a amigos, embajadas, cuentapropistas, para poder hacer algo medianamente decente.
Mi arsenal de catálogos –asumiendo arsenal en su sentido menos literal– se ha construido lentamente: asistiendo los días de inauguración a las exposiciones, -porque luego de ese momento se agotan-, regalos oportunos de amistades o de instituciones culturales, recogiéndolos en calles, patios…en fin, toda una odisea que hacen que valore más mi fortuna.