Violencia en el día de la no-violencia

Túnel de la Bahia de la Habana. Photo:Caridad
Túnel de la Bahia de la Habana. Photo:Caridad

Irina Echarry

La noche del día 2 de octubre, luego de haber sido recordado el nacimiento del señor Gandhi por un grupo de jóvenes cubanos, presencié un hecho que dejaba muy lejos el concepto de la no-violencia.

El ómnibus paró en el Morro, a la salida del túnel, un grupo de personas descendió, dentro del grupo había varios extranjeros.  Al ver que la guagua seguía detenida, me asomé a la ventanilla y comprendí que los extranjeros buscaban algo.  El objeto perdido era la billetera de uno de ellos.

Muchos pensamos que aquella espera era infructuosa, pero el chofer y algunos pasajeros tenían evidente fe en que apareciera.

El ómnibus iba repleto, eran las ocho de la noche, horario en que muchas familias regresan a la casa luego de un día de trabajo y escuela.  En este mes de octubre, Cuba ha roto records de temperaturas altas, las guaguas en que nos desplazamos no son las más ventiladas del mundo.  Sin embargo el chofer y algunos pasajeros insistían en parar el viaje.

Enseguida sentí pena por el hombre que perdió su billetera, no es nada agradable estar en un país ajeno y quedarse, quizá, sin el único dinero que disponía para toda la estancia en la isla o sin sus documentos oficiales.

Pero resulta que la pena fue derivando en incomodidad, no solo por el calor agobiante.  Una señora se apiadó de la víctima del robo con una pasión histérica que hacía hervir la sangre de cualquiera.

“Son unos ladrones”, gritaba.  “Pobrecito, llama al policía.  Llámalo y que venga a revisar a estos descarados”.  No paraba de gritar.

Mientras el sudor recorría el cuerpo de todos nosotros, un niño lloraba y enloquecía a la madre que ya no sabía cómo calmarlo.  Y la guagua no arrancaba.

“Devuélvanle la billetera, no sean malos con ese pobre hombre”, seguía gritando la señora a la vez que le pedía al chofer que esperara al policía.  Las demás personas también comenzaron a quejarse, pero decían todo lo contrario.  Era de suponer que el ladrón ya no estaba en la guagua.  Los cubanos y cubanas tenemos sobrada experiencia en estas aventuras.

A mi mente, además de la indignación que se acrecentaba, vino la imagen de la vez que me carterearon.  El monedero que se llevó el ladrón solo contenía las llaves de mi casa y algunas fotos.  Las fotos de mi familia que más me gustaban, incluyendo una de mi padre que llevaba conmigo desde el día en que murió.

Nadie se conmovió de esa manera por mi llanto cuando me percaté de la ausencia.  En esa misma guagua le quitaron los espejuelos a un señor.  Estaba en la puerta, aprisionado por la gente y de pronto una mano, que nadie sabe de dónde salió, le quitó los espejuelos de la cara y el reloj para luego desaparecer como por arte de magia.  Las personas se rieron de la hazaña del ladrón.  “Ese sí es un loco”, decían.

Es buena la solidaridad humana, pero aquella señora gritando tenía inquietos a todos los pasajeros.  Cuando el chofer, bajo la demanda de las personas,  decidió arrancar y seguir el viaje, varias preguntas flotaron en el aire.

¿Esa señora se habría solidarizado con alguien que no fuera extranjero?

¿En verdad los policías habrían venido a registrar a cada uno de los pasajeros mientras aquel niño no paraba de llorar?

¿Siempre que sucede algo parecido ese chofer espera pacientemente a que se solucione?

No soy tan mal pensada, menos cuando se trata de solidaridad humana.  Pero habría que aclararle a esa señora, al chofer y a los demás que exigían justicia, que también hay que tener un poco de orgullo ciudadano y defendernos entre nosotros con la misma pasión con que ellos clamaban por la justicia de esos extranjeros, violentando el viaje de muchos compatriotas.