Subiendo el nivel de dificultad
HAVANA TIMES – Una amiga me comentaba sentirse en una involuntaria carrera de obstáculos: «¡Cada día el listón que debo saltar me lo ponen más alto!», se quejaba.
Hace un tiempo yo vengo acumulando la misma sensación. Y qué vamos a hacer si al único camino ante nosotras, misteriosamente le colocan impedimentos más difíciles de vencer.
En el 2020, la pesadilla mundial del Covid, pandemia real o exagerada por la propaganda mediática, solo Dios sabe, el mundo pareció entrar a un desvío que nos alejó del recorrido que parecía natural y orgánico. Todo se volvió denso, casi irreal, como una distopía de ciencia ficción.
En Cuba, viniendo de una larga crisis, nunca creímos que en la práctica las cosas se podían poner peor.
Pero se pudo, sí. Los precios subieron (y siguen subiendo), empeoró el abastecimiento y distribución de los alimentos y también su calidad. Se agravó la situación del transporte público, que excepto en la segunda mitad de los 80s tuvo, podría decirse, un pequeño período de funcionalidad casi gloriosa.
Ni qué decir de los hospitales o el acceso a los medicamentos.
Todo es tan accidentado como una travesía por un túnel tortuoso en el que a veces creemos vislumbrar la luz, allá lejos, como una promesa que nos impide renunciar.
Se puede calibrar la calidad de una vida por la naturaleza de sus sueños. Antes yo aspiraba a (dentro de la dinámica demoledora de la supervivencia) encontrar espacio para este periodismo mínimo que puedo hacer y donde el tema de Cuba resulta cada vez más doloroso.
Para encontrar (o arrebatar a los días) un tiempo adicional sin presiones donde pueda sumergirme en la cuarta novela que comencé hace meses o en cualquier otro proyecto literario.
A estirar ese lapso con la ingenuidad de un niño y poder además, hacer ejercicio físico, ver una película de vez en cuando y hacer más frecuentes las salidas al centro de la ciudad para encontrarme con la única amiga que se ha mantenido contra toda prueba en esta estampida perenne que siempre nos sorprende con la partida de alguien más.
Todo esto sorteando los apagones, las largas horas en la cocina, las salidas a comprar alimentos u otro producto básico, alguna visita al veterinario y cuanto inconveniente aparezca en el itinerario cotidiano.
De la lista fui descartando puntos hasta quedarme con la aspiración de lograr estar libre a la hora de la puesta de sol. De sentir que ese tiempo, donde la luz se vuelve tenue, dulce, en un tránsito de inexplicable paz, es mío y sagrado para no sentir la compulsión del deber golpeándome. Como lo define Virginia Woolf en «Las Olas»: «Es preciso, es preciso, es preciso…» («I must, I must, I must…»).
Pero ahora, por alguna disfuncionalidad cuya causa no se ha determinado aún, en el edificio donde vivo no llega el agua desde hace cinco días. Al menos no llega lo suficiente para poder activar el motor de la cisterna, que la bombea a los diferentes pisos.
La dinámica doméstica se ha vuelto tan engorrosa con ese crucial detalle, que mis aspiraciones se han reducido a ver el agua correr por el grifo y considerarme la persona más afortunada del mundo.
No estoy usando el sarcasmo como recurso de comunicación. Lo que digo es literal.
Se puede reducir el abanico de sueños en un repliegue brutal que te centra en uno solo, derivado de la realidad más elemental. Como una extensión de la necesidad de oxígeno, la del agua, es irreemplazable.
Entonces, ¿cómo ver el mundo igual si se empieza a carecer de algo indispensable y la solución transita por un trasiego colectivo, tal vez burocrático, en un ambiente ralentizado por la falta de esperanzas?
La escasez de agua violenta el funcionamiento del cuerpo y la estructura familiar, arrebatándonos el sosiego, la salubridad indispensable y el confort más rústico que nos separa de la incivilización.
Salgo a la escalera y escucho a los vecinos comentar entre ellos: el tema del momento es el agua. Cuándo entrará suficiente, cuándo se podrá pone
Lear el motor, qué estará pasando y cómo podría resolverse. Hay una gran incertidumbre y falta de información.
Qué hay que hacer, quién lo hará, alguien llamó a Aguas de La Habana y dijeron que mandarían un inspector pero nadie vino.
La ausencia del precioso líquido provoca un efecto psicológico que involucra casi todos los sentidos. Siento sed, deseos de bañarme, de lavar, de baldear los pisos… de arrastrar este sudor viscoso y la amarga sensación de impotencia.
Suerte que desde mi balcón veo el mar, de pronto llega una brisa fresquísima y me prometo ir mañana a la playa para al menos sentir que ahí es inmensa y palpable la presencia del agua.
Sigo pensando en la carrera de obstáculos y me pregunto si la vida es como esos videojuegos donde el programador estableció complicaciones obligadas en cada nivel, que debes superar si quieres seguir avanzando, si quieres ganar.
No estoy segura de que la victoria sea el éxito, tal como se interpreta en términos mundanos (¿una casa con instalaciones hidráulicas privadas? ¿Un país donde todo funcione óptimamente?). O si lo que se nos pide es el dominio de valores internos (¿morales, espirituales?), para seguir venciendo los próximos niveles.
Great / como siempre Verónica nos informas y nos pones a pensar …
Espero tengas agua pronto y después, que será??????
Tienes toda la razón, en los 80 fue una época dorada y de tranquilidad económica, recuerdo aquellos alimentos que había en los súpermercados, sobre todo las compotas de frutas, aquellas maravillas rusas. Este es un país donde cada vez se suman las dificultades y carencias para la gente de a pie, trabas para todo, y la gente más corrupta vive mejor. Hay que ser monje para poder resistir tanto. Muy desgarrador tu diario. Sin agua no hay vida, es la fuente principal para mantenerse.
El agua, la electricidad, los alimentos y las medicinas se convierten en pesadillas cuando faltan y pensar que en cualquier país del mundo están presentes como una rutina o parte de la vida diaria. Felices los que han podido escapar de tanta degradación e ignominia!
Que decirte, Vero. En lejanas tierras, lo que estás viviendo es una Odisea, a algunos le parecería una historia de ficción, solo desde el desconocimiento de lo que está viviendo el pueblo Cubano, algunos hoy en día piensan que Cuba es un paraíso bajo el sol, y lo es para muchos que vienen de países del primer mundo, Solo nosotros, los Cubanos que vivimos en la diaspora, podemos dar fe del hecho solido que lo que escribes forma parte de la difícil realidad que está viviendo el pueblo de la mayor de las Antillas.