O te vistes o comes
HAVANA TIMES – «O comes o te compras el pitusa (jean) «, oí que le decía una mujer a su hijo adolescente.
Qué elección más difícil. Porque es imposible vivir sin comer. Y para un joven, incluso en este entorno de omnipresente decadencia, la vanidad pavimenta la identidad. Es un proceso de búsqueda personal, inevitable.
Hace años que mi vestuario se compone de prendas regaladas (por familiares o amigas que se van del país). Las últimas veces que tuve la oportunidad de comprar ropa, de elegir a mi gusto, fue en 2019, y fuera de Cuba.
Ya ni recuerdo cómo era visitar las tiendas de La Habana. Después que eliminaron la divisa local, el CUC, lo que debía ser una solución a la doble moneda se ha convertido en un verdadero caos.
Circulan cuatro tipos de monedas: el peso cubano, el euro, el dólar, y el dólar magnético MLC.
La inflación ha alcanzado niveles alucinantes. Para el cubano común es imposible comprar algo más que el alimento básico, estricto para mantener el cuerpo funcionando. Solo un cuerpo, como una máquina automática, sin expectativas ni sueños.
Será por eso que algunos gastan más en alcohol que en alimento, y otros en el famoso «químico». De alguna forma hay que escapar.
Una amiga me comenta alarmada que se filtra la lluvia en su apartamento, en Alamar, y por los 100 metros de papel de techo que necesita le cobran ¡1,250 dólares! Con dos mil doláres más podría comprar un apartamento aquí mismo, y con todo adentro, incluso. A esos precios los están dejando los que engrosan la estampida nacional.
El mercado inmobiliario es el único que ha decaído, en una realidad donde la desesperación relativiza el valor de cada objeto, ya sea efímero o vitalicio.
Las cifras te golpean adonde quiera que vas. Poner comida en la mesa se ha convertido en una pesadilla que se lleva todas tus fuerzas. Mientras tanto, si las paredes se agrietan, si se funde un bombillo, si tienes una tupición grave en la tubería del baño, si los zapatos se rompen en el trasiego diario… olvídalo, sigue adelante y agradece si al menos tienes algo en el estómago.
No importa si no era exactamente lo que querías comer. Si no es exactamente lo más sano. Lo que urge es seguir, no hacia un futuro que se ha convertido en abstracción, sino al día siguiente que será implacable, como el de hoy.
Me encuentro con amigos que he dejado de ver por un tiempo y siempre me sorprende las muestras de deterioro, de cansancio. Quién puede calcular cuánto pesa esta desesperanza que lo invade todo, como el aire.
Muchos se sienten culpables de no haber emigrado. De no poder hacerlo ahora. Aunque es obvio que todos no podemos soltar lo que está bajo nuestra responsabilidad. Hijos o padres enfermos.
Circunstancias que atan, como la fibra viva que cortarla implica desangrarse. De todos modos, se ven tantos ancianos que la imposibilidad degrada a ojos vista.
La cifra de mascotas abandonadas también crece, como esos números absurdos en la tablilla de los mercados, de las mypimes, (esos establecimientos dizque «particulares»), que son otra solución aberrante para una realidad disfuncional que ya raya en la locura.
Un paquete con un kilo de arroz cuesta 600 pesos. Uno de frijoles también. Diez panes que ni siquiera son frescos, ni grandes, 200 pesos. En el agro mercado cuesta 230 pesos la libra de arroz que antes de la pandemia se podía obtener por ¡4 pesos!, en el mercadito estatal más cercano. La mayoría de los salarios mensuales están entre 2,000 y 4,000 pesos y muchos pensionados reciben 1,500 o un poco más.
Como si nos azotara una guerra silenciosa, uno percibe angustiado los estragos de la disfuncionalidad: casas y calles derruidas, archipiélagos de basura, aguas inmundas desbordadas, autobuses escasos, con gente hacinada, irritada y cada vez más marchita.
Y es imposible no preguntarse cuándo y cómo se reiniciará el movimiento en este sistema atorado (por obcecación y soberbia), mientras el mundo sigue el ritmo que le impone la historia. Un ritmo de autopistas repletas, de trenes veloces, de metros, Uber, de multitudes que pululan entre rascacielos y calles limpias. Con problemas sí, pero con opciones. Con retos diarios, pero con soluciones.
No como esas alternativas que ahora asoman aquí, de cocinas que funcionan con leña o hasta con aserrín, para compensar el déficit del abastecimiento de gas licuado.
Hasta dónde. Hasta cuándo.
Los mecanismos individuales de sobrevivencia (físicos y psicológicos), no son ilimitados.
Y la realidad social misma tiene límites, tiene bordes que no pueden contener indefinidamente las carencias, la injusticia, y la tristeza.
Todo es tan real y alucinante a la vez!
Qué fuerte, Vero. La película más horrorosa queda empequeñecida ante la realidad de Cuba. Maldito el día en que inició la maldición que llegó a nuestro pueblo como un falso halo de esperanza.
Es un infierno latente que nos obliga cada día a ser más fuertes, pero que mente sana no se daña con todas estas anormalidades que nos rodean? Solo nosotros, los cubanos sabemos de esta verdad que hay que vivir en carne propia, como si fuera un experimento para aniquilarnos.