Mi bicicleta y yo

¡Ah, aquellos viajes donde cada recorrido renovaba el paisaje…! La alegría de los juegos de infancia, la autonomía, la intimidad intacta a pesar de rodar, mirándolo todo. El esfuerzo de pedalear, subir las pendientes, la atención aguzada para evitar baches, obstáculos, la imprudencia de los choferes o de los transeúntes… Ni siquiera el calor o el cansancio, eran comparables a la mágica sensación de libertad. Mi bicicleta montañesa, roja y negra, era una extensión de mí.

Detrás, en la parrilla, (con soportes de metal ajustados en la rueda trasera para que descansara sus pies), viajaba mi niño. Abrazado a mi cintura, hablábamos, bromeábamos, o hacíamos silencio, cada uno sumergido en sus propios pensamientos.

Ahí, en su mochila escolar, entre sus manitas, iban nuestros gatos para las consultas al veterinario.

¡Cómo extraño esos tiempos…! La playa estaba a unos minutos y la tirada era un vértigo luminoso. El centro de La Habana quedaba ahí mismo, una vez atravesado el túnel con el ciclo bus. Nada era tan distante. Nada era imposible.

Uno sentía que la vida te pertenecía más. Que había una dosis de autocontrol en el diseño de este micro universo donde el transporte público implica espera, hacinamiento, quién sabe si una disputa inesperada.

Donde la distancia no se mide en minutos sino en incertidumbre.

Trasladarse en La Habana, de un municipio a otro, se ha vuelto una experiencia agónica.

Entonces, para el cubano de a pie, el vehículo más accesible ha sido siempre una bicicleta. Pero aún así son caras y por tanto, objetos codiciados.

En casa de mi madre, una noche de lluvia, durante el horario de sueño más profundo (entre 5 y 6 a.m.), sufrimos un robo.

Al parecer todo estaba previsto: cómo acceder al balcón, cómo desactivar los candados, cuántos objetos de valor había en la sala: un televisor nuevo, videocasetera, grabadora… y mi bicicleta.

Robo con fuerza con moradores dentro de la vivienda: había que actuar con precisión, antes de que alguien se despertara. Nunca supimos cómo consiguieron que los perros no avisaran. Lejos de lo que solían hacer (ladrarle hasta a su propia sombra), reaccionaron con mutismo total y a la mañana siguiente actuaban de forma extraña y muy amedrentados.

A los ladrones todo les salió perfecto, hasta la lluvia borró sus huellas dactilares.

Todavía se me hace un nudo en el pecho si pienso en el grito de mi madre al levantarse, y descubrir lo que había pasado. Qué estupor, qué rabia, qué tristeza. ¿Y cómo consolarla?

Hicimos la denuncia y meses después, los atraparon, pues era una pandilla con una larga lista de robos similares. Debo admitir que la policía fue muy amable. Siguiendo el protocolo legal, hasta recibimos una indemnización y recuperé el costo de mi bicicleta.

Pero las circunstancias habían cambiado: mi hijo ya era adolescente, yo ahora tenía pareja y una sola bicicleta no bastaba para tres.

Me acostumbré otra vez a caminar extensos tramos, aunque los viajes ya no son vertiginosos, ni tan divertidos.

No dejo de mirar con envidia las bicicletas ajenas, que semejan volar. También las motos eléctricas, cada vez más comunes, con esas luces centelleantes, azuladas, casi irreales. Casi de nave espacial. Será por la composición del nitruro de galio sobre el zafiro, pero parecen píxeles que flotan en el aire. Parecen tener el poder de transportarte, no a otro lugar geográfico sino a un estado donde la felicidad no es relativa. Ni selectiva.


Últimamente, tengo la idea persistente de que un vehículo tiene el poder de cambiar nuestra percepción del tiempo. Y hasta de la realidad.

Lea más del diario de Veronica Vega aquí.

Veronica Vega

Verónica Vega: Creo que la verdad tiene poder y la palabra puede y debe ser extensión de la verdad. Creo que ese es también el papel del Arte, y de los medios de comunicación. Me considero una artista, pero ante nada, una buscadora y defensora de la Verdad como esencia, como lo que sustenta la existencia y la conciencia humana. Creo que Cuba puede y debe cambiar y que sitios como Havana Times contribuyen a ese necesario cambio.

2 thoughts on “Mi bicicleta y yo

  • Hermoso diario que habla de otros tiempos, también tristes. La bicicleta quizás sea un símbolo de libertad, no solo física, sino de algo a que aferrarse para no lidiar con el estatismo. Lo que estamos viviendo en estos momentos ni siquiera lo imaginamos. También tener un medio de transporte puede ser una carga difícil de asumir en un país con una inflación constante.

  • Buen relato, muy ilustrativo de la situación en el archipiélago. Preocupa que los delincuentes allá para hacerse de lo que no es suyo, allá hasta están quitando la vida a sus victimas con tal de apropiarse de lo ajeno. :o

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