Los olores del tiempo

HAVANA TIMES – Hoy saqué un incienso que me trajo mi sobrina de México. Lo encendí y salí a pasear a mis perros. Sin embargo, el aroma se había impregnado en la punta de mis dedos y cuando lo sentía, me transportaba a un lugar que no conseguía alcanzar conscientemente, pero emanaba una dulce sensación de seguridad.
Como esas proyecciones que se hacen al futuro en medio de la pujanza juvenil. Ah, ¡la ilusión puede ser tan convincente!
Pocas cosas me transportan a un momento pasado con apabullante nitidez, como una melodía o un perfume. Son exactas máquinas de tiempo.
De súbito estás ahí, en la época donde los experimentaste por primera vez.
El aroma de una manzana, por ejemplo, me remonta a los años 80, la tienda Fin de Siglo y las ofertas de una incipiente industria de cosmetología local. Pero también vendían productos de la Europa socialista: jabones y champú, ambos de manzana, provenientes de la RDA y una colonia búlgara que sintetizaba la esencia de la fruta, en toda su gloria.
Qué maravillosos momentos donde uno se sumerge en lo intangible, por medio de un objeto.
Estoy convencida de que muchos de los olores que provocan emociones intensas, tienen algún origen perdido en un tiempo más allá de esta vida. Son tan viejos que la mente se pierde en la bruma, sin poder encontrar lo que busca. Sin saber incluso lo que busca.
Entonces, todo lo que nos queda es la emoción. Algo que uno quisiera compartir con alguien ¡pero es tan personal, tan intransferible!
Conocí el olor de la manzana, por los cosméticos pero, sobre todo por las frutas que vendían en el agromercado: deliciosas, suaves, amarillas, importadas de Bulgaria.
Justo en ese tiempo descubrí Radio Enciclopedia, la emisora cubana de música instrumental ligera. Así que ese aroma me lleva también a un programa que solía escuchar, a la amiga con quien compartía mi enamoramiento por Richard Clayderman y al día en que fuimos a un evento organizado por la emisora en el parque El Quijote, en el Vedado.
De ese encuentro nació una amistad con el director del programa y un día visitamos su casa, una impresionante mansión en Santos Suárez.
Me acuerdo de los enormes aposentos y altos ventanales. Esa idea de que el espacio nos pertenece sin restricciones. De la oficina circular con anaqueles acristalados, del buró de madera de cedro y la alfombra que escondía una puerta al sótano. Del cuadro con la foto del dueño de la casa, siendo niño, en brazos de su padre, y al lado, el Ché, amigo o conocido de la familia.
Una casa misteriosa que susurraba historias de la extinta prosperidad de Cuba. Algo también intangible que aún conservan ese tipo de herederos: un estilo en los modales y en el uso del lenguaje, un legado al que se aferran como lo último que les podrían quitar.
La posibilidad de cualquier progreso mi amiga y yo la habíamos fijado en viajar a uno de esos países socialistas que nos proveían de olores inéditos.
Ella lo consiguió por un curso de cooperación laboral que había entre los países del CAME. Vivió dos años en Berlín mientras trabajaba en una fábrica de camisetas. En las vacaciones regresó cargada con lo que pudo y diciendo que no regresaría, que odiaba el frío y a los alemanes.
En ese tiempo, yo había conocido al que fue mi primer novio y descubierto los hoteles donde todavía era posible rentar una habitación en pesos cubanos y a un precio razonable.
Ese olor de los lugares de paso, impersonales y detestables. Más veloces también para el recuerdo que las fotos en blanco y negro que mi novio me hacía entonces, con una cámara Zenit en la azotea del edificio en peligro de derrumbe, donde vivíamos. Por más que las miro ninguna me conduce a paisajes tan íntimos como los que quedaron en el olfato.
Aunque la memoria fusione el perfume de manzana con el tema Love is Blue, interpretado por la orquesta de Paul Mauriat, y la nostalgia de la melodía preserve obstinadamente la convicción del triunfo. De un mundo pulcro, libre y radiante, al que creía dirigirme, por más incierto que se demostrara el camino.
El mundo a mi alrededor se derrumbó tan taimadamente como llega el envejecimiento y, cuando me di cuenta, solo quedaban las tiendas vacías, las calles recorridas cada vez más deterioradas y por donde estás segura de que no verás a nadie conocido. Quedaron los aromas y la música orbitando en su propia perentoriedad. Pero todas las personas que asocias a esos recuerdos, se han ido.
Esta interesante narración me trae recuerdos, recuerdos de olores extintos, allá, en la tierra de Martí, hace varias décadas en el pasado, como en lis años 70s u 80s, algunas mujeres impregnaban las calles de misteriosos perfumes para mi olfato desconocidos, eran sus nombres un insondable misterio, pero eran agradables, tenían el poder de llenar mi alma de recuerdo de momentos y quizás personas extintas, bien aue partieron de este mundo, o de la tierra de Martí. Bendiciones, Estimada compatriota, ilustre ama de textos y narraciones inteligentes. :)
Era una vida Veronica, la belleza y la juventud tienen colores, olores y sabores que nos quedan, como cosas invaluables. Aquí retratas la felicidad como algo que guardaremos para siempre. Un texto escrito como desde la penumbra de un ahora que no creemos, lo de antes si existe. Gracias por evocar aquel pasado.
Que maravilla leer esto, !!! Gratitud al director del diario , a la escritora ,al universo, que desde este rincón del mundo, llamado argentina,puedo leer, está belleza. !! La memoria olfativa, es una fuente poderosa de sabiduría, y también es un pasaporte que nos acompaña a viajar a sitios donde ya hemos estado y saboreado,y tamb nos lleva de viaje a lugares que «talvez» ,desconocemos, pero que » mágicamente» , sentimos!! Es un despertar de sensaciones ,de encuentros. De mapa emocional, y muchas veces de abrigo al alma!!! Verónica Vega leerte Siempreeee es un viaje de ida, un placer con perfume a brisa cubana. Gracias!!! Abrazo a toda Cuba!!!
tu grabas el ambiente mejor que una foto 360° esferica…. todo el ambiente y la historia