Lo que no podemos hacer en Cuba

Presentación artística de cubanos visitando a Argentina y Chile

Verónica Vega

En La Plaza San Martín de Buenos Aires

HAVANA TIMES – Lo primero que me impactó de Buenos Aires fue un parque cerca del hotel donde nos hospedamos: la plaza de San Martín. No sé por qué me recordaba la ciudad del animado francés «El Ilusionista».

El suave verdor de los árboles, sembrados en cuadrados llenos de guijarros lisos y relucientes. La pulcritud de los senderos que vi limpiar al amanecer con una manguera a presión. ¿A qué hora se limpian los parques de Cuba? A qué hora se limpian sus calles impregnadas de todas las variantes de mugre.

En Alamar, ya apenas encuentro espacios que no me repelan la vista por lo inmundo. La basura se ha vuelto omnipresente.

Recorrer la barriada de Retiro, la terminal de trenes y de ómnibus, con sus vendedores apostados en los bordes (latinoamericanos, africanos ofreciendo mercancías de segunda mano), era una experiencia simple. Era la oportunidad de sentirme en un país normal.

En el parque El Rosedal de Palermo

Los diseños de las tiendas de ropa me recordaban mucho a París. La propia forma de vestir y el porte de los argentinos tiene esa impronta de Europa, pero no sentí la petulancia de la que tanto se les acusa. Si acaso una cortesía no tan cálida como la de los mexicanos.

Son impresiones, por supuesto. Los países pueden tener tantas máscaras como las personas.

En el centro cultural El Emergente, con tradición de conciertos de rock y música alternativa, pudimos presentar nuestro espectáculo multidisciplinario.

Hubo un contratiempo que nos obligó a reconfigurar el concepto, luego de haber decorado el escenario con páginas de periódicos pegadas una a una, pacientemente. Tuvimos que retirar todo por una ley que prohíbe usar papel en las escenografías, creada por el precedente de un incendio.

Mural en Valparaíso, Chile

Aún así la intensidad de la presentación nos conectó enseguida con el público, donde habían varios activistas cubanos que estaban de paso por la ciudad. Al final, casi todos bailaron, y la potente energía de la isla se adueñó del lugar.

El penúltimo día, la gentileza de un amigo nos mostró el parque El Rosedal de Palermo, (allí pasean apaciblemente las familias y se dan cita los enamorados), el precioso delta El Tigre, y una plaza en San Telmo donde nativos y extranjeros bailan el antológico tango.

Salimos de Buenos Aires para cruzar Los Andes en un vuelo de dos horas. Saliendo del aeropuerto de Santiago de Chile, recorrimos la distancia hasta Valparaíso siempre bordeando la sobrecogedora cordillera que parece eterna, atravesando su base por dos largos e imponentes túneles.

Mural en Valparaíso

Mi primera visión de Valparaíso fue la marea de luces titilantes cuyo origen descubrí al día siguiente, en la barriada establecida en los cerros, entre calles zigzagueantes, casi verticales, que los autos recorren a toda velocidad mientras el visitante contiene la respiración esperando un golpe contra algo, o un violento descenso calle abajo.

Los murales rompen cualquier expectativa visual preconcebida. Emergen con colores tórridos, en una especie de recurrente delirio, mientras atrás, el oceáno Pacífico se extiende en su asombrosa enormidad.

Me llamó mucho la atención ver frecuentes grafitis denunciando feminicidios, y la virulencia de los reclamos.

Grafiti como parte del espectáculo, hecho por Yasser Castellanos

En la galería de Casaplan, entre instalaciones y obras de arte que desafían cualquier convencionalismo, pudimos elaborar una presentación mucho más ambiciosa. Todavía retumban en mi mente los estallidos de huevos contra el cuerpo de Amaury Pacheco al leer un poema, el grito de Luis Manuel Otero Alcántara desde un audiovisual proyectado en una pantalla de papel periódico: «Aquí no hay libertad ni pinga!», protesta exacta antes de ser empujado por un policía al interior de una patrulla, frente al Capitolio.

Aquí, en Cuba, no hay libertad. Y lo constanté cuando al posar frente a las cámaras de emigración, en el aeropuerto de la Habana, cada uno del Movimiento San Isidro fue instado a esperar, unos pasos atrás, sin que se nos devolviera el pasaporte.

Preparando el espectáculo.

Luego de un encontronazo con tres empleados, muy jóvenes, que nos llamaron por separado, permitimos que registraran nuestros equipajes (pieza por pieza!), de manera pública y con la condición de permanecer visibles mutuamente.

La muchacha que revisó mi maleta fue muy cortés, mientras me preguntaba por mi trabajo como escritora y por momentos me miraba inquisitivamente a los ojos. Buscando un indicio de ¿entereza?, ¿convicción?, ¿fragilidad?

Tal vez solo se asombraba de que en este país que se hunde en la falacia, una mujer que podía ser su madre elegía los peligros de defender la verdad, en vez de replegarse cómodamente a contemplar el naufragio.

 

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Veronica Vega

Verónica Vega: Creo que la verdad tiene poder y la palabra puede y debe ser extensión de la verdad. Creo que ese es también el papel del Arte, y de los medios de comunicación. Me considero una artista, pero ante nada, una buscadora y defensora de la Verdad como esencia, como lo que sustenta la existencia y la conciencia humana. Creo que Cuba puede y debe cambiar y que sitios como Havana Times contribuyen a ese necesario cambio.

4 thoughts on “Lo que no podemos hacer en Cuba

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  • Hermosa y desgarradora crónica querida Verónica. Duele la falta de libertad, doblemente, porque la padecemos y porque envilece a quienes nos la cuartan, y duele por ellos también. el sistema los vuelve mounstruos, cómplices de esa falacia que describes con maestría en un solo ejemplo, el de tu retorno. no somos pocos los que tomamos el yugo, pero no para ser buey de los opresores sino para ponernos sobre él y ceñirnos en la frente la estrella que ilumina y mata.

  • Verónica…cuando se viaja y se ve con vista propia lo que es el capitalismo…cuando regresas a nuestra querida isla…que dolor…nos damos cuenta que vivimos en una pesadilla horripilante y que quisiéramos cambiar…los cubanos tenemos derecho a ser tratados como humanos, sin limitaciones absurdas…vivir en un ambiente limpio, higiénico, a trabajar decorosamente …y recibir un pago que nos de una vida decorosa…que mas puedo decir…duele el desengaño, la mentira que aun se esgrime como mecanismo para no reconocer que somos una sociedad decadente hasta el nivel mas bajo…

  • Así es, Osmel y EE, merecemos un país donde ciudadanos honestos, al entrar y salir de èl, no seamos objeto de un humillante escrutinio. Es absurdo, es disfuncional y aberrante que la pràctica de la verdad y la defensa de la virtud sea considerada un delito, mientras se esgrimen los ideales de Martí como eslóganes y se maltrata solapada o públicamente a quienes los practican. Esos jóvenes del aeropuerto no nos conocían y parecían tener dudas sobre nuestro potencial delictivo, en las unidades de la PNR los policías saben muy bien la diferencia entre un delincuente y un activista por los derechos civiles,y cada vez más quieren marcar la diferencia entre ellos y los que les ordenan someternos al mismo proceso.

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