Las buenas intenciones

Verónica Vega

Foto: Sergei Montalvo
Foto: Sergei Montalvo

HAVANA TIMES — Crecí escuchando que tenía la gran suerte de haber nacido en un sistema cuyo gobierno garantizaba la justicia social. La clase obrera, desfavorecida antológicamente por la historia, al fin tenía jornada laboral de ocho horas, se le pagaría según su trabajo, y tenía derecho a la educación y a la asistencia médica gratuitas. Algo que, me aseguraron, solo existía en los sistemas socialistas.

Yo, como parte de esa clase obrera, no tuve televisor hasta que cumplí los doce años, cuando a mi padrastro le asignaron, por méritos laborales, uno en blanco y negro. Tampoco fuimos de los primeros en alcanzar los preciados equipos en los 80, donde el mundo al fin se veía como es: en colores.

Al igual que los niños que conocía, tenía derecho a tres juguetes una vez al año, por un escalafón que establecía seis días de compra. Miraba con ojos fascinados el despliegue de ofertas extranjeras en las vidrieras, pero al llegar mi turno, ya habían desaparecido. Solo quedaban yaquis, pelotas, trompos o combas de fabricación nacional.

Nunca tuve mochila o zapatos deportivos. Mi madre cosía unos sobres de vinil que me servían para portar libros y libretas, y usaba zapatos colegiales.

Pero me garantizaban que no tenía menos ni más, porque la riqueza, acaparada por unos pocos en el pasado, al fin manos bondadosas la distribuían equitativamente. Viviendo desde los siete años en la periferia de la ciudad, me parecía que todos a mi alrededor tenían más o menos lo mismo.

Ya en octavo grado, el clima social creado por el éxodo del Mariel (1980) desestabilizó mi confianza en el sentido de justicia que me habían inculcado. Al llegar a noveno descubrí que no podía aspirar a la ENA (Escuela Nacional de Arte), desde el municipio donde vivía. Años después no pude viajar como cooperante a la RDA a pesar de tener los requisitos solicitados (edad, nivel escolar, dos años de experiencia laboral) por el criterio emitido por una vecina, miembro del Partido Comunista.

Pero el cambio radical de visión llegó en los 90. La presencia de un amigo extranjero me abrió la dimensión de una Cuba ignota y paralela. Hoteles, restaurantes, piscinas, discotecas, tiendas con objetos aún más rutilantes que aquellos juguetes que de niña solo pude ver en las vidrieras.

Los turistas, los extraños a ese país que ya no podía llamar “mío”, podían entrar adonde yo no tenía acceso. La riqueza existía, pero no para todos y no podía comprarla con la moneda con que me pagaban.

Conocí a un amigo que imbuido de fervor comunista, había ingresado a la escuela militar Los Camilitos, donde se hizo amigo de hijos de altos oficiales. Visitó sus casas, fue a sus fiestas, vio cómo bebían de aquel whisky cargado de “diversionismo ideológico”, comían platos inaccesibles y hasta prohibidos. Paseaban en yates, manejaban autos, algunos hasta vacacionaban en Europa.

Tuve otros amigos extranjeros, supe que hay países no socialistas donde la asistencia médica es gratis, y también la educación.

Al salir con ellos de alguna instalación turística, miraba aquel mar de bicicletas, los rostros sudorosos, marcados por la fatiga y la desesperanza. Eran ellos, “los de abajo”, tal como había sucedido en todas las épocas y en todos esos países donde gobernaban hombres que me enseñaron a llamar “malos”.

Eran ellos, los obreros, los que no tenían voz ni voto, los desfavorecidos por la historia, los que al fin habían sido reivindicados.

Llegó el año 94 y los vi irse peor que en el Mariel, en balsas deleznables. Supe de muchos que llegaron, de otros que desaparecieron, de los que sufrieron traumas psíquicos o consecuencias físicas irreversibles.

Hoy, a 22 años de esa visión, los obreros siguen sin poder vivir de sus salarios, sin poder reclamar aumentos, sin poder pensar siquiera en la palabra “huelga”, optando por empleos en el sector cuentapropista donde ya las jornadas ni siquiera son de ocho horas.

Miles siguen intentando emigrar, llegar a esos países donde la riqueza sigue estando muy mal repartida, donde no se ha logrado ese sueño de justicia social, donde seguirán estando “abajo”.

Hoy, recuerdo aquel discurso ultra-repetido en mi infancia que me emocionaba, discurso que con algunas modificaciones sigue vigente y algunos aún creen, y me pregunto, y les pregunto, cómo se puede fracasar por más de medio siglo si de verdad se tienen tan buenas intenciones.

 

Veronica Vega

Verónica Vega: Creo que la verdad tiene poder y la palabra puede y debe ser extensión de la verdad. Creo que ese es también el papel del Arte, y de los medios de comunicación. Me considero una artista, pero ante nada, una buscadora y defensora de la Verdad como esencia, como lo que sustenta la existencia y la conciencia humana. Creo que Cuba puede y debe cambiar y que sitios como Havana Times contribuyen a ese necesario cambio.

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7 thoughts on “Las buenas intenciones

  • Muy bueno tu post Verónica.
    Resultados y no promesas incumplidas es lo que necesita la ciudadanía en Cuba.

  • y quien le dijo a usted que lo de las buenas intenciones era verdad..??? nunca ha escuchado el dicho que reza: de buenas intenciones está empedrado el camino al infierno..!!!

  • Verónica, Nunca hubo buenas intenciones. Todo fue fríamente calculado.
    Muy buen post.

  • Excelente Veronica, es una verdad como un templo que la clase trabajadora cubana jamas habia estado tan miserable y explotada como en los ultimos 30 años de este modelo politico economico social fracasado llamado revolucion cubana (en minuscula).

    Discrepo totalmente con esta frase que denota desconocimiento:
    “Miles siguen intentando emigrar, llegar a esos países donde la riqueza sigue estando muy mal repartida, donde no se ha logrado ese sueño de justicia social, donde seguirán estando “abajo”.

    Me atrevo a decir que la gran mayoria de los cubanos que han emigrado han logrado vivir con un minimo bienestar y sobre todo con dignidiad fuera de Cuba. No tienes que ser rico para vivir a plenitud, pero si es necesario un ambiente de libertad y respeto al ser humano para lograrlo.

  • Verónica lo sabe, tiene familiares que viven en los EU que sí han logrado su sueño disfrutando de los fantásticos beneficios sociales que éste país ofrece. Llegaron a un país donde hasta los de “abajo” viven como reyes en comparación con Cuba, que es el país donde la riqueza dizque mejor repartida está.

  • Miranda, es por eso que me gusta más la Verónica que leo en Diario de Cuba. A veces me pregunto si es la misma.

  • Jaja, viste?.
    No sé cómo Vero siendo tan espiritual no sepa que no se emigra buscando solo la prosperidad material, también se busca ese descanso emocional que necesita el alma, el que se logra en la mayoría de los casos cuando conoces la democracia, me lo han dicho personas recién llegadas, que aún siendo de los de “abajo”
    (O sea pobres) pueden vivir felices y con dignidad, y lo han encontrado precisamente en el país al que les habían enseñado a odiar.

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