La riqueza

Ilustración por Yasser Castellanos

Por Verónica Vega

HAVANA TIMES – Últimamente pienso mucho en las cantidades. En las porciones. Se me cae al piso un poco de arroz y me pregunto: si los reúno, pacientemente, ¿podrían llenar el estómago de un pájaro? De esos que alimento en el descanso de la escalera, porque en el balcón corren peligro a causa de mis gatos. Siempre detesté las cifras y las matemáticas. Pero cómo rehuir ahora ese ejercicio de calcular lo que tienes, lo que cuesta, lo que falta…

Ayer vi a un anciana de aspecto humilde comprar media libra de arroz.
Me pregunté si viviría sola o si tendría que compartir con alguien más de ese pequeño bulto que se llevó, con mano crispada, en una bolsa de plástico que no era siquiera nueva.

En el puesto de venta donde compro el picadillo para mis animales, un señor delgado abre su nudosa mano y desenrolla en la palma billetes que no son siquiera de 50 pesos sino de 20, ¡y de diez! El vendedor hace un gesto de fastidio a la hora de contar la suma. Luego corta con un gesto violento un trozo de la congelada masa sanguinolenta.

A esto le llaman la Calle Ancha, en Alamar, al este de La Habana. Es un espacio concurrido porque no hay muchas opciones por la zona para comprar alimentos. Al final de la calle se ve el mar. Uno quisiera pensar que ese pedazo de azul, en un paneo rápido, puede refrescar la vista. Trasladarte a esos lugares donde estuviste alguna vez, y atestiguaste con asombro que el abastecimiento es natural, como el aire.

Cómo no cuestionarse lo que llaman hado, destino, karma… ¿Por qué unos sí y otros no? Esforzarte en recordar que hay esplendor en este mundo donde de jóvenes creíamos (imaginábamos), un futuro irremisiblemente grandioso.

Preguntarte cómo se puede dar el salto, dejar atrás la línea que te confina dentro de la pobreza.

Mientras tanto, hago lo que me parece más justo. Nunca permito que la comida se corrompa sin ser consumida. Es un crimen imperdonable.

Me acuerdo siempre de lo que expresó mi tía, que emigró a Miami hace muchos años: «¡Con la comida que se bota en este país se podría alimentar a América Latina completa!».

Entonces piensas en todos los que pudieran saciar su hambre con lo que otros desechan. La inconsciencia es así, incluso en Cuba hay a quienes no se les ocurre, antes de tirarla en la basura, compartir los restos de su cena con un animal que han visto buscando algo digerible entre los desperdicios. «El hombre piensa como vive», dicen…

Y volviendo a las cifras, yo sé que son infinitamente más los que abandonan animales, que los que rescatan y adoptan.

Para los protectores, el reto de sobrevivir es desproporcionado porque priorizamos siempre a nuestros rescatados. Ahí, entre los cubanos que se van y los que se quedan, entre los que se conduelen y los que miran a otro lado, es que la balanza se rompe.

Y aceptarlo implica perder las fuerzas, dudar que existe algún sentido de la proporción, y de la justicia.

Moviéndose, desde lo oscuro, dotando de un sentido bondadoso y secreto nuestros actos y los acontecimientos.

No quiero decir fe ciega sino una expectativa fundada en la evidencia.

Sin embargo, cada vez más me convenzo de que alcanzar ese estado de gracia, es un proceso que no controlo. Llega cuando menos lo esperas, como un suave golpe de viento.

De pronto el vendedor te avisa de que le pagaste de más, y hasta te dedica una sonrisa.

Identificas un rostro conocido entre la multitud, alguien que se alegra de coincidir contigo, y puedes compartir hasta la desazón presente sin pudor, y sin morbo. Qué alivio cuando no hay que competir. Ni siquiera por la fatalidad.


Ser lo que eres y hasta sentirte dichosa. No porque no tengas ambiciones. Sino porque entiendes que hay un tiempo para todo, igual al de las estaciones. No se pueden sofocar, presionar, conjurar con increpaciones o llantos.

Y un día también para ti germinará la semilla que plantaste con un anhelo real y descarnado. Alimentándola con esfuerzos dispersos en tantas direcciones. Con o sin confianza. Atravesando todas las crisis. Resistiendo con o sin proponértelo. Hasta romper la férrea maldición, permitiendo que el esfuerzo, por fin, irrumpa y se despliegue con la sencillez y la grandeza de los árboles.

Lee más del diario de Veronica Vega aquí.


3 thoughts on “La riqueza

  • El único país que conozco en total miseria es Cuba y es por eso que se aprende a pensar en porciones con un medidor en la mente y hasta una calculadora. Empiezas por medir lo material y terminas midiendo el valor de tus propias acciones.

  • Gratitud. Está es la palabra que elijo ,para la gran escritora, Verónica Vega. Y por qué? Pues, porque soy argentina, y leerla desde este lado tan hostil de Latinoamérica, no solo ,me trae la brisa perfumada cubana,me trae tanta claridad, que su narrativa, es como si viera detenidamente una foto. La crónica diaria que aquí relata, la Sra Verónica, es la que vivo a diario aquí. Gracias a las autoridades de este periódico, que tienen el lujo de una escritora UNICA, embajadora de cultura arte poesía y realidad. Gratitud x q este periódico spre llega a mi. Mis genuinas Felicitaciones y abrazos cálido a Verónica Vega. Hermosa la ilustración de otro artista cubano maravilloso!!! Mi corazón con uds!!

  • Últimamente no queda nada en los platos de la comida que preparo, porque también voy al agro mercado a comprar lo justo que puedo pagar. A los pájaros que vienen a mi balcón les doy arroz, también a un gato que vive en el parqueo de abajo le dejo parte de pollo que le doy a mi mascota. La comida para los pobres es como tener riqueza. Para mi es sólo un sustento, porque preferiría ni pensar tanto en que voy a cocinar y dedicar mis pensamientos a lo que quiero escribir, en un artículo o en un libro. Gracias por este bello trabajo!

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