¿Es la recta final en Cuba?

HAVANA TIMES – Antes de la crisis de los 90 que fue bautizada como Período Especial, Cuba arrullaba el sueño de una prosperidad aunque fuera a expensas de las entonces potencias socialistas.
La caída de la Europa del Este fue un despertar violento, contundente. La escasez de petróleo, los largos apagones, el uso de bicicletas como transporte público masivo, son impresiones que se instalaron en el subconsciente colectivo como una pesadilla.
Hasta hace unos años se hablaba de ese ciclo traumático, y cada quien contaba cómo logró sobrevivir, de qué manera se hizo frente al país amado que se desmoronaba ante nuestros ojos.
Sin embargo, ahora los comentarios son: «¿Recuerdas cuando creíamos que el Período Especial era lo peor que podía pasarnos? O: «¡El Período Especial era un paseo, comparado con esto…!»
Porque el presente de Cuba, inclasificable con ningún eufemismo, es sin duda lo más duro que hemos experimentado dentro de la Isla.
Los 90s barrieron con la tradición de la hospitalidad en las visitas (compartir la comida, ofrecer una merienda, un dulce, un vaso de jugo o de batido). Acabaron con los regalos de cumpleaños, que se redujeron a felicitaciones o hasta a justificaciones evasivas. Desgraciaron irrevocablemente la gastronomía, la fluidez del transporte público, la atención médica «gratuita»…
Porque desde entonces solo te atienden bien en una consulta según la calidad del regalo, (o la solidez de la recomendación). Entonces, cómo se siente ahora que hay que llevar al hospital ¡hasta los insumos médicos, según me han dicho!
Hace tiempo que no visito ningún hospital, y la verdad es que hasta pasar de lejos me da una punzada de angustia en el estómago.
Esto «que vino después», que no tiene nombre podría llamarse «la feroz estampida» o «la recta final», si somos optimistas. Acabó con las visitas a familiares o amigos. Sólo se sale por necesidad imperiosa, pues el cubano de a pie rehúye la incertidumbre de esperar una guagua o el precio abusivo de un taxi, que puede y debe emplearse en la carísima comida básica.
Se acabaron los paseos ociosos y comer o merendar en la calle… Todo es un lujo, hasta lo indispensable.
Me acuerdo de lo que sentía hace años, cuando entraba a una tienda de venta en CUC a comprar un helado, y veía las caras de niños pegadas a la vidriera, admirando las confituras, degustando mentalmente su sabor exquisito. Me sentía culpable al salir con mi pote congelado cuyo importe equivalía entonces a un cómodo regreso en taxi.
No sé cómo lidian las madres ahora con la imposibilidad que permea cada aspecto de la cotidianidad.
No sé cómo «luchan» el dinero que puede llenar un plato, calmar por unas horas un estómago.
No sé cómo los hombres enfrentan los enormes retos de la paternidad. Si es que los enfrentan, o si sólo se han disparado las estadísticas de madres solteras, así como ha crecido el abandono de mascotas, el abandono de ancianos, así como se han roto las reglas básicas de higiene en la ciudad con tanta basura esparcida en la yerba y aceras, y el desbordamiento de aguas albañales.
Si lo «especial», que por instinto se asocia a lo agradable, nos lo impusieron para confundir la comprensión cabal de una crisis, en un estupor doble (práctico y semántico), ¿adónde nos llevará esta crisis sin nombre?
Quiero pensar que por fuerza nos conducirá a un cambio.
El aire se siente pesado y triste pero con una promesa latente, como la vida oculta en la semilla, como la línea de plata en la nube más negra.
Lo que está lleno se desborda, lo que está frágil se rompe, lo que está enfermo, se muere, o se cura.
Pero ninguna crisis puede ser permanente.
La crisis de Haití es permanente. La crisis de Sudán, Somalia, Nigeria, etc., es permanente.
¿Por qué no va a ser permanente la de Cuba?
Los gobernantes cubanos son tan incapaces como los de los países mencionados.
Y el pueblo, más mierda todavía.