Cuba y el poder de la imaginación
Verónica Vega
HAVANA TIMES — No me gusta en general decir que creo en Dios porque se ha maltratado demasiado esta palabra.
Pero también me molesta aconsejar: ¡“Mente positiva”!, no sólo por lo cliché de la expresión sino porque he tenido mis propias (y estrepitosas) caídas.
Una vez, una muchacha me confió que cuando se sentía deprimida, pensaba en mí y se nutría de mi fuerza. Además de asombrarme, por supuesto, la confesión me dio la conciencia de lo que uno considera insignificante y es un regalo que muy frecuentemente se desestima.
Aprendí de mi madre que la pobreza activa la imaginación. Ella hubiera sido una escultora excepcional pero dejó la carrera de arte para criar a sus hijas. A los once años tuve un vestido que era la envidia de las demás niñas: mi madre había pintado en él a Blanca Nieves y los 7 Enanitos, copiándolo de un libro de cuentos. Para proteger la ilustración del lavado, le puso una capa de barniz para muebles.
Eran los años 70, y nadie en Cuba tenía ropa como la que se ve ahora, con imágenes impresas de los animados de Disney.
Un año después, y a falta de tela, ella unió tiras desechadas de una textilera y me confeccionó otro vestido. Las franjas tenían listas de colores y cuidó el diseño de modo que se precisaba examinarlo muy de cerca para descubrir que estaban empatadas.
Con el tiempo, he tenido que recurrir a esa fertilidad de inventiva para resolver graves problemas de vestimenta o hasta calzado. Mis habilidades artesanales han recorrido superficies de todo tipo hilvanando soluciones que le salen al paso a la promesa de una inversión futura.
Cuando voy a una casa que destila miseria, me doy cuenta de cómo un poco de fantasía podría matizar muebles y paredes, haciendo no sólo habitable el espacio sino mágico. Lo primero que se siente en los objetos (tanto como en las plantas) es si son o no atendidos. Todo lo que existe aparte de nosotros, es moldeado y se sostiene por obra del pensamiento.
Una de las soluciones que di siempre a una habitación estrecha o poco iluminada son los espejos. Sin embargo son caros. Las paredes claras ayudan, ¿pero qué hacer si tampoco se puede comprar pintura? Más de una vez, para sentir que escapaba de la limitación del espacio físico, y sobre todo de la monotonía, busqué la solución en fotografías de paisajes con grandes tramos de cielo. Hice collages sobre la puerta de un closet y sentí cómo objetivamente, el espacio se expandía.
Para un ventilador viejo y con barrotes oxidados, descubrí que podía mejorarlo cubriendo cada listón de metal con polvo plateado diluido en acetato. En las aspas ásperas donde se incrusta el churre, pegué imágenes que al girar, hacen círculos de colores.
En la puerta del baño, donde el comején ha hecho profundos estragos, me vi obligada a rellenarla con papel… Pequeñas tragedias como las que causa esta plaga, me han hecho reaccionar igual que los niños, con la libertad del juego. Coloqué un tirador opcional y reemplacé el picaporte con una ventanita que deja pasar una luz azul.
Un botiquín con una caja de cartón, un portalápices de un vaso de helado Nestlé con una mini-galería de arte recortada de un almanaque… Detalles que asaltan la vista y nos llevan más allá del tedio y la frustración, objetivados por el maravilloso poder de la conciencia.
Me aterra la falta de imaginación que veo en Cuba, incluso en las casas prósperas. Muebles que parecen salidos de una misma fábrica, anaqueles de metal, fríos e impersonales.
Cuadros comprados en la “shopping” con fotografías ajenas, objetos sin historia ni identidad. Toda una parafernalia uniformada para estar a la moda, para ostentar un ascenso en la escala social.
Esto vacía las almas de niños y adolescentes que crecen desorientados, buscando en la tecnología o en las marcas la aceptación, la seguridad. La humildad que nos inculcaba el socialismo era falsa, pero la humildad es en sí misma una fuerza, porque nos obliga a buscar, a encontrar, a valorar.
Es real que el exceso nos hace menos perceptivos, y, como dijo Einstein, “es en las crisis que nace la inventiva, los descubrimientos y las grandes estrategias…”
La pregunta es cómo revertir el proceso. Cómo despertar en una mente resentida por la decepción y la carencia, no ya la confianza, sino la capacidad de crear.
Los programas televisivos de Art Attack, que tanto ilusionaron a niños (y adultos), demandan muchas veces recursos que no tenemos los cubanos de a pie.
Las soluciones no tienen por qué ser exportadas, pues nuestra realidad es bastante peculiar.
Por experiencias que viví con mi esposo pintor, cuando hacía grafitis que realmente regeneraban espacios públicos, la gente agradece y cuida el producto de esas iniciativas. Incluso preguntan si la pintura se borrará, si hay maneras de protegerla.
Uno de mis sueños es pintar en Alamar los “pasos de escalera” más céntricos. Estos son atajos que atraviesan edificios y constituyen refugio ocasional, contra la lluvia, para amantes…
Querría que se cubran paredes de grafitis y escribir textos que hagan reflexionar a los pasantes sobre lo que significa atravesar, cruzar, cambiar de sitio.
No me gusta machacarle a nadie que hay que tener mente positiva porque toda fórmula se lastra y hasta las palabras se vuelven huecas.
Mi sueño de los pasos de escalera he tenido que aplazarlo por cuestiones básicas de logística, pero sé que muchas cosas cuya mera visión nos afecta, pueden mutar, redimensionarse.
No se trata de renunciar a pagar la verdadera solución más adelante, si es inevitable, sino de experimentar la felicidad que implica la autonomía de actuar, de transformar. Y hacerlo ya, ahora mismo. Sin esperar un cobro, un préstamo, un milagro.
Descubrir que este mundo tan material es mucho más dúctil, más interactivo de lo que imaginamos.
Saludos Verónica Vega. Me parece bien lo que comentas aquí. A veces la miseria no esta tan solo en los bolsillos, también escasea la imaginación.
También soy de Alamar, mas de la mitad de mi vida. Ahora ya no vivo allí pero mi familia si. Y también tengo un proyecto en mente. Se trata de vallas con mapas de Alamar, en puntos claves, paradas de guaguas por ejemplo. Todos sabemos lo difícil que es orientarse en ese pedazo de ciudad. Tienes un correo? Podriamos colaborar.
Buenisima iniciativa para mejorar el entorno urbano.
Leyendo esto recordaba que tiempo atrás leí sobre la estética de la pobreza. Que no es lo mismo, pero se toca con la pobreza estética y no tiene nada que ver con esas películas sobre gente pobre que nos sacan lágrimas undía de festival de cine.
Se trata de como hacer que las personas, las cosas, los barrios, los comercios, luzcan pobres; de evitar las mejoras esteticas por considerarlas superfluas, costosas, e innecesarias; y en general de rechazar lo bonito y lonuevo.
Por ejemplo, si te sacan una muela es bueno reemplazarla para evitar el movimiento de los dientes cercanos y por estética. Este trabajo suelen hacerlo en escuelas de odontología, por muy poco dinero. Pero, mucha gente se deja el hueco porque supone que esto es impagable o que gastar en estética es cosa de ricos.
Muchos trabajadores manuales hacen el viaje hasta su trabajo con una ropa limpia y bonita. Una vez en su puesto se ponen las botas, el pulover engrasado, la camisa vieja. Pero, hay muchos que salen y regresan con la misma ropa vieja que además huele mal. Su filosofía es que el hombre debe andar sucio para que se sepa que viene de trabajar.
En el caso de las casas y los barrios, no hay pintura ni materiales para arreglar. Pero es tan simple y barato sembrar unas matas y hacer jardines.
Este mismo texto es ejemplo de lo que pregonas: didáctico y con mucho de imaginación. ¡Muy bueno!
Qué lindo post Verónica, te felicito.