Cuba: el país a cuestas
Verónica Vega
HAVANA TIMES – Presentar un libro que solo ha salido en un idioma extranjero, y durmió casi una década en un disco duro, es una experiencia extraña.
Mucho más si esa presentación ocurre en un patio donde revolotean gorriones idénticos a los que veo en mi balcón de Alamar, y el cálido clima completa la sensación de «estar en casa».
Pero no lo estoy. Hay demasiados rascacielos en esta ciudad, y unas calles lisas, repletas de autos modernos, terminan de producirme una dislocación espacio-temporal.
Escucho voces con acento cubano, risas. Sigo diciendo «aquí» para referirme a Cuba. Sigo pensando que en cualquier momento van a entrar esos amigos que nos citábamos en el espacio Torre de Letras, o en el festival Poesía sin Fin.
Me olvido de que ya no hay Torre de Letras, mucho menos Poesía sin Fin. Me olvido de que no hay espacio literario permitido en La Habana que transpire libertad.
Idabell Rosales, de Ediciones NeoClub, (quien publicó esa novela condenada al letargo), me ofrece su celular para llamar a mi esposo. Estoy angustiada, porque en este preciso momento hay un concierto en Alamar que puede ser intervenido por la Seguridad del Estado.
La voz entrañable del otro lado me asegura que no hay peligro por ahora. Siento tristeza y no sé por qué. Todos son amables. A mi lado está un amigo que vino solo por mí. Miro a los que me rodean: escritores que vivían en Cuba y chocaron con barreras invisibles, fantasmales. Se cansaron, se rindieron o simplemente mudaron sus sueños de sitio. Me pregunto por qué vías fueron llegando, cómo es el proceso de soltar una Isla, una vida.
Empiezo a sentir que no pertenezco a este ambiente. Aquí todos celebran haber «cruzado el charco», lamentan no haberlo hecho antes. ¿Quién no celebra salir de una jaula, de una trampa?
Me acuerdo de una escena de esa novela a punto de presentarse: Juan Carlos Flores, poeta áspero y suicida, con su voz nasal, diciendo: «¿Por qué esa insistencia en matar al que ya está muerto?», mientras la gente lo mira con curiosidad, pregunta, quiere saber cómo se hace un poeta, si hay otro camino que no sea la agonía.
Empieza el evento. La ensayista Lilliam Moro presenta dos libros de la poetisa Odalys Interián. Mi mente elige palabras que repiquetean como lluvia en una terraza desierta:
nostalgia
mar
naufragio
La autora recibe la placa conmemorativa por el Premio Dulce María Loynaz. La autora lee versos y solo oigo palabras que suenan como líquido:
agua
dolor
desgarro
Me acuerdo de mi madre, vigilando el mar desde la azotea del edificio, la línea tras la cual mi padre había desaparecido. Mi madre agarrando a sus tres niñas, (imagen que se hundió en mi subconsciente como un cuerpo atado a un pedazo de plomo).
Mi madre que jamás llegó a Miami y dejó de esperar en aquella camilla; un trozo de suero juntándole las manos, las piernas; una tarjeta de defunción para reemplazar el documento de identidad, el mismo que nos dan a los 16, justo cuando creemos que el futuro será brillante y promisorio.
En qué papel, en que porción de un intangible procesador de texto puedo ordenar esta sensación de destrozo. Mis manos envejecidas, la presbicia en mis ojos. El futuro que llega al fin, indiferente a lo que remolca (qué más da si son los sueños de tres generaciones).
Estallan los aplausos.
José Hugo Fernández, escritor y periodista, presenta mi novela. Las palabras embisten como olas, golpean como rocas:
Por las páginas de “aquí lo que hay es que irse” discurren todo el tiempo poetas y artistas, siempre ajenos al sectarismo y a los melindres de la vanidad, actuando dentro de un espacio opresivo donde no hay lugar para que se crean serafines caídos, sino culos para recibir patadas.
Las lágrimas que han estado saliendo, indiferentes al protocolo, a los ritos sociales, me convencen de que esta presentación será un desastre. No voy a estar serena ni cuando me toque hablar. No sirvo para enfrentar las consecuencias de sacar un libro o hundimiento voluntario al abismo de existir (que ignoro cómo llegó a convertirse en oficio).
Me acercan el micrófono e intento hablar convencida de que nadie entiende ni a nadie le importa esta incapacidad mediática.
Creo que aplauden, no sé. Mi amigo me dice que se va. Apenas puedo despedirlo, porque hay personas frente a mí esperando a que les autografíe mi libro.
Personas que me sonríen. Cubanos que sufren a pesar de haber «cruzado el charco». Porque nada es tan simple como irse. Porque nada es definitivo.
Con pulso tembloroso, garabateo una dedicatoria en la primera página de un libro, luego de otro ejemplar y otro, y otro…
Y pienso en que nos une esta «circunstancia» que no es maldita por la presencia «del agua por todas partes», sino por una dolorosa historia común donde a todos nos estafaron nuestros sueños.
¡Felicidades Verónica! Por la novela y por la valentía de escribirla y lanzarla al éter justo allí donde mejor será comprendida. «Aquí lo que hay es que irse» ha sido el slogan que me seguía por todas partes y nunca me atrevía expresar en voz alta, aunque la «rumiaba» cada día de mi vida. No por miedo, sino porque estaba seguro que el día que la lanzara al aire; se iba a convertir en una agonía, una obseción. Salí de la isla varias veces y siempre volví. Y como un mantra, la condenada frase me aparecía en cada ricón a donde dirigiera la mirada, pero la observaba como quien ve un vidrio transparente: no la tomaba en cuenta porque le disfuminaba el significado y «no la comprendía» (o eso quería creer) Sin embargo, cada vez más las circunstancias de mi estancia en la isla, me llevaban hacia esas 7 palabras. Hasta que un día -no convencido del todo todavía por la semántica del corto texto- decidí no volver. Y es que ya no era una simple frase. Era una tapia que no me dejaba moverme. De eso han pasado más de 20 años y aunque sigo sin decirla verbalmente, me alegro de haberla llevado a la práctica porque por su acción; he conocido: la libertad, el respeto a y por mi trabajo, el disfrutar plenamente de mi salario, el volar sin alas al cielo que desee surcar, a decir: ¡Sí! o ¡No! sin consecuencias por mi sinceridad; a ser.. simplemente, una PERSONA; con derechos y deberes, además de sus virtudes y sus defectos. Saludos a José Hugo. A él le debo mucho de lo que soy, aunque ya me haya olvidado. El Lapón Libre.
Felicidades Vero, por tu novela, por tu valor y por tu sinceridad. Eres una persona muy especial, lo sentí en nuestros primeros contactos y lo constaté en el primer minuto cuando nos conocimos. Nadie tan apta como tú para escribir este libro tan sugerente y vivo , con ese título inevitable y gráfico. Espero poder leerlo un día y mover la cabeza asintiendo y viendo reflejada en él nuestra dolorosa realidad. esa que todos vivimos pero muy pocos tocados con el don de las letras, como tú, pueden contarla de manera infalible y clara, para la posteridad. un Abrazo.
Gracias Lapón Libre, los que se van tienen razón, los que se quedan también, Cuba merece un cambio y sólo los cubanos podemos lograrlo. Gracias Osmel, también eres una persona especial y lo supe desde que leí tus primeros artículos en HT. Cuando nos veamos te doy el libro.
Una novela repleta de poesia, de nostalgia y dolor, con un lennguaje interior profundo como su propia autora. La historia de en pedazo de Alamar retratada,de sus autenticos artistas, ellos se marcharon, se marcharon? Pero dejaron sus huellas. La Torre de Letras no esta, nos conocimos alla, y nuestra amistad se formo alli, y persistira hasta el final. Te felicito como autota y te quiero como ser humano.
Verónica…eres muy valiente, ojalá podamos disfrutar aquí, en nuestra isla de tu obra…felicidades por llegar a publicarla. Cuba es nuestro país, la llevamos en el corazón, y nos da dolor a muchos ver lo que sucede…estemos aquí o allá, pero es nuestro pedazo de suelo…
Eres dichosa amiga Irina, ya la leíste, jjjj.
Bienvenida la novela, en la vida a de hacerse lo que se necesita hacer, y no ha de esperarse por tiempos mejores u otros lugares u otras circunstancias.