Correos de Cuba
HAVANA TIMES – Llamaron a la puerta, abrí, y me sorprendió ver a un joven que traía un paquete postal, de color amarillo.
Hace años, décadas, que no recibía nada por el servicio de correos. Hace tiempo incluso que ya no escucho el silbato de ningún cartero, ese sonido que nos hacía saltar, a mis hermanas y a mí, por los años 70, cuando un sobre cerrado que se rasgaba impacientemente, un sobre blanco con dos franjas en el borde: roja y azul, indicaba la presencia súbita de nuestro padre, su caligrafía ampulosa y ese mundo de edificios enormes, de aromas encantados, que se construía a retazos (con fotos y películas), y se llamaba Estados Unidos. A veces, el sobre incluía una postal salpicada de angelitos y polvo plateado. ¡Ah, la navidad!, ese otro universo colorido y radiante que nos estaba vedado.
Por los años noventa, recibir un sobre de color amarillo podía significar que te había llegado el bombo (la lotería de visas), y de ser seleccionado te permitiría emigrar directamente al país de los aromas encantados. Así se fue mi hermana menor, que ahora vive en Las Vegas (esa ciudad llena de colores vibrantes e irreales).
Pero este sobre amarillo que me trajo el joven cartero, descubrí con sorpresa que contenía libros. Era una selección que hizo mi amiga y colega Lien Estrada, y se había tomado el trabajo de enviar a La Habana, desde la provincia de Holguín. Me sentí conmovida y, como en la infancia, recordé cuánto de la intención del remitente se impregna en el envío. Se transfiere, con la carga del pensamiento, una bondad y una ternura que ya uno no siente, en este país donde solo se piensa en la comida, el aseo, los medicamentos, la lucha por no caer abatidos por una desesperanza feroz, establecida en el pecho como un ancla, porque es lo único que nos garantizan día con día. La voz fantasmal susurrando “nada va a mejorar…”. Oh, como si estuviésemos fuera de todos los principios socio económicos y hasta de las leyes físicas.
El regalo de mi amiga me sacudió doblemente porque, siendo escritora, confieso que hace mucho tiempo no logro terminar de leer ningún libro. Los que tratan el tema de Cuba porque me aplastan, con un dolor sordo que ya no resisto más. Los que abordan otras realidades porque me descubro vagando, con la atención en regiones que ni yo esperaba, mientras la historia sigue, sin mí, página tras página.
A veces me pregunto si me he vuelto un ser demasiado activo, demasiado dependiente de los hechos concretos cuando siempre fui tan idealista. No es que me haya cansado de la poesía que me golpea, a través de los elementos y del paisaje. La brisa que llega a través del balcón, el aroma a salitre que penetra hasta lo más recóndito del subconsciente, con los primeros recuerdos de la playa.
La visión de mis gatos retozando en una inocencia que constituye un privilegio diario, en medio de un panorama de abandono y sufrimiento (en la estampida, que ya no es éxodo, la gente vende sus casas con todo adentro y antes de irse dejan en la calle a sus mascotas de años… niños fieles y aturdidos que no comprenden la ausencia, mucho menos la traición). Entonces, entiendo que no me he vuelto demasiado insensible a la ternura de un libro de poemas recorriendo oficinas, viajando en el vientre de un avión nacional para que un joven de impecables modales lo traiga hasta mi puerta.
No, es que espero, replegada en la resistencia de esa misma ternura, que un día podamos también ser un país de aromas encantados donde se pueda crear, fundar… Un país que expida paquetes con postales y fotos felices. Un país de donde nadie quiera irse.
“Correos de Cuba”, que expenda no solo libros de poesía, sino medicamentos, objetos personales, regalos que no serán saqueados por ninguna empleada que intenta compensar el déficit de su salario.
Como Lien, que es capaz de seleccionar libros de poesía y mandarlos de sorpresa a una colega que no ha conocido aún personalmente, creo en el poder de la lógica, de la justicia, en el límite objetivo del deterioro y del cansancio.
Creo en el poder del amor que nos sostiene a pesar de la precariedad, de la rapacidad. Porque personas que participaron en las manifestaciones pacíficas del 11 de julio de 2021, recuerdan con añoranza que la gente era ¡tan feliz…! Y que hasta se auxiliaba mutuamente. Si alguien tenía sed, una persona le ofrecía agua, si alguien expresaba el deseo de fumar, otra persona le ofrecía un cigarro… Porque había una sinergia tangible donde vibraba el deseo de libertad y prosperidad colectivo. Un sueño colectivo es algo poderosísimo. Por eso resultaba tan simple. Como el fluir del aliento o el retumbar silencioso de la sangre.
Porque no hay nada más sencillo que la verdad, y uno no lo ve cuando una planta estalla en medio del pavimento. Mientras, aliviamos la espera con todos los tiernos actos posibles. Ya sea respetando al que se ha rendido, rescatando a un animal abandonando, o enviando libros que uno ha atesorado, para sorprender a alguien que también resiste en silencio, en cualquier otra parte.
Una de las cosas más agradables del pasado era recibir cartas. Mi familia de USA nos escribía con frecuencia, y también nos enviaba esas bellas postales navideñas, que incluso olían a perfume. Gracias por traernos por evocar estos pasajes. La realidad del mundo moderno ha acabado con esta magia.