Atreverse a creer

Ilustración por Yasser Castellanos

Por Verónica Vega

HAVANA TIMES – En Cuba la gente celebra el fin de año especialmente con música y comida. Y algo de alcohol. Supongo que es así en el resto del mundo.

Entonces, no tener la comida tradicional para esa fecha es una angustia que se añade a la diaria, esa carrera cada vez más caótica de la supervivencia básica.

Algunos hacen muñecos de trapo para quemar a las 12 de la noche, cuando el reloj indica, no solo el salto de un día a otro, sino de un año a otro, de la decepción a la expectativa.

Es curioso que ese día, hasta los más escépticos durante todo el año viejo, sientan que el 31 de diciembre es el umbral a un cambio.

Porque la mutación de cifra debe significar algo mágico, algo que nos saque del desastre. Por caducidad, por causalidad, o por milagro.

Los cubanos son en general supersticiosos. Y por eso el rito de quemar un muñeco que simboliza el año vencido, debe llevarse todo lo malo: el atraso, la miseria, el estancamiento. O de tirar agua fuera de la casa, como una especie de exorcismo.

Pero sobre este del salto de año hay muchísimos más ritos: brindar con lo que tengas en el vaso, entre familiares y amigos. Colocar dinero (aunque sea prestado) dentro de los bolsillos, para atraer la prosperidad. Abrazarse, desearse mutuamente lo mejor. Reír. Pensar en positivo aunque sea por esa noche especial, sacada de la implacable imposibilidad.

Darle la vuelta a la manzana cargando una maleta, nos garantiza viajes.

Estrenar ropa el primer día del nuevo año. Una jornada en que casi todo el mundo sale a hacer visitas, a la familia, a los amigos.

No sé hasta dónde se han cumplido estos rituales este primero de enero. La agravada deficiencia del transporte público, y el precio de los taxis, debe haber quitado las ganas a unos cuantos.

Después de todo, ahora tenemos acceso a las redes sociales. El mundo está solo a la distancia de unos dígitos. (Y por supuesto, del saldo en el teléfono).

Quién sabe lo que ha costado el celular desde el que se mandan, compulsivamente, las felicitaciones. Con luces de ensueño, con vítores, con chispas de esperanza.

Una palabra que ojalá no se pierda en los días que siguen a la fiesta colectiva. Cuando se apaguen la música y las risas. Cuando otro salto de cifra concluya los días feriados, y se disipe esta exaltación en el aire, esta promesa de cambio. Eso que late al unísono en casi cada cubano, aunque no se atreva a decirlo: que mi país renazca de las cenizas, como el ave Fénix.

Que yo pueda prosperar con mi propio esfuerzo, en un ambiente de libertad. Que se extinga el miedo. Que mis hijos no tengan que irse. Que Cuba sea un lugar para fundar, crecer, resplandecer… Y nunca más una tierra maldita, un sueño roto, un experimento, una estación de paso.

Lee más del diario de Veronica Vega aquí.

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