El mal siempre va a vencer al bien
Veronica Fernandez
Anoche, cuando llegaba de mi trabajo y me dirigía hasta la casa, me encontré con una pareja, era un matrimonio amigo que desde hacia muchos años no veía, pues ellos eran mis vecinos que se habían mudado y después no nos volvimos a ver, hasta que reaparecieron en una de estas noches lluviosas.
Ellos me llamaron varias veces y yo buscaba en la oscuridad y no me percataba quienes eran, pero aquellas voces me eran familiares.
En efecto, esta pareja de 80 años de edad tiene en sus rostros la frescura de aquella juventud que pasó con los años, pero les ha perdurado el deseo de vivir y hacerle frente a las adversidades de la vida.
Ya pasaron sus bodas de oro y pienso que por el camino que van puedan tener la dicha de pertenecer al club de los 120.
Me alegró muchísimo encontrarlos, pero a su vez me preocupé de lo que hacían en la noche por mi barrio de Cojimar (situado al este de la bahía de la Habana). Ellos habían venido a ver a unas amistades que estaban muy enfermas y seguían visitando algunas personas.
Comenzaron a indagar sobre varias cosas de la localidad y se quedaron perplejos con una situación que se encontraron y justamente, en ese aspecto recayó la conversación. No se explicaban cómo puede suceder algo de esta índole.
La cuestión es que a ellos les gusta mucho el dulce y fueron hasta la panadería de Cojimar porque le dijeron que allí los vendían muy bien hechos y sabrosos, pero cuando llegaron al lugar, vieron todos esos dulces repletos de moscas y las dependientes lo mismo tomaban el dulce con las manos que el dinero.
Me dicen que ellos fueron inspectores de salud pública por mucho tiempo y que se les exigía siempre cuidar al máximo la higiene de los productos. Tal fue la indignación que hablaron con el administrador de la panadería, pero el resultado fue completamente justificativo y negando lo que ellos mismos habían visto con sus ojos.
Me comentan que por muchos deseos que tuvieran de comer dulces, jamás habrían ingerido aquello, pues es inhumano ofrecer al pueblo estos productos, pues las posibilidades de contraer cualquier enfermedad son evidentes.
Me refieren que el pueblo de Cuba tiene que tener una salud quebrantada por todas estas indolencias que se cometen a diario y a nadie le importa ni nadie es capaz de parar estas arbitrariedades.
Me comentan además que como este servicio es en moneda nacional es por esta razón que suceden estas cosas, pero que estaban seguros que si se pagara en cuc (moneda cubana libremente convertible), ya esto no pasaría o quizás pasaría con menos frecuencia.
Ellos se preguntaban:¿ Por que un cubano no puede tener acceso a comerse un dulce pagado en la moneda de su país, en la moneda en que pagan los salarios en Cuba, y que sea bien servido, sin que estemos a expensas de contraer cualquier virus?
Estas personas tienen las vivencias de haber visitado otros países del Tercer Mundo y jamás habían visto que un extranjero tuviera más derecho que los nacionales, como pasa con los cubanos en su propio país. Esto se dice y no se cree, exclamaban.
Después de escuchar este reclamo y con todas sus razones, les tendí mi mano y los llevé hasta mi casa con el objetivo de continuar charlando sobre este y otros temas que estaban deseosos de tratar conmigo, pero a su vez, traté de calmarlos.
Pues ellos a pesar de que todo lo que hacen es para ayudar a esta sociedad, pienso que no vale la pena el mal rato que pasaron y las molestias que tuvieron, pues por lo visto, aunque se hagan infinitas quejas, se realicen controles o vengan inspectores, parece que en nuestra sociedad, el mal siempre va a vencer al bien.
Ayer mismo, mientras hacía mi compra de huevos en el mercadito en moneda nacional que hay en Ayesterán y 19 de Mayo, decenas de cucarachitas pequeñas y medianas, inspeccionaban con total tranquilidad la tablilla de precios. Más abajo, a unos pocos centímetros, reposaba el picadillo, las tortas, las jamonadas y otros alimentos totalmente descubiertos. Lo más alarmante no fue esto, cuando reparé en los insectos, miré a mí alrededor, y me chocó la naturalidad total de dependientes y consumidores, como si esto fuera algo inevitable y cotidiano. Realmente perturbador.
Traduccion por google.translate:
Un provocativo artículo. ¿Por qué, en la forma de monopolio estatal del socialismo – como ejemplificado en Cuba – hace el mal siempre parece venir el bien? Esto es altamente relevante en los EE.UU. debido a que estamos tratando de ofrecer a nuestra gente una visión y un programa para una República socialista Cooperativa que es viable y atractiva.
En el caso del trabajo de servicio de alimentos, la solución obvia para el tipo de negligencia se quejó por la pareja mayor es asegurar que muchos de los propios trabajadores, incluso la mayoría de los establecimientos donde trabajan en forma cooperativa. Con participación directa como la reputación de la empresa – y por lo tanto, los ingresos de los propietarios de cooperativas – se ve afectada por la calidad del servicio. Si la higiene adecuada, no se practica, los clientes tienden a castigar a la empresa en cuestión por ir a una tienda en la calle.
Es moralmente correcto, por supuesto, para los trabajadores de servicio de alimentos para una buena higiene con lo que ofrecen al público. Si una panadería o una tienda de delicatessen sin embargo, es de propiedad del Estado, y si los trabajadores son empleados del Estado, la reputación de la empresa no tiene ningún efecto inmediato o directo en los ingresos de los trabajadores. Lamentablemente, esto permite que la negligencia para comenzar y crecer constantemente – al igual que con la pastelería visitados por la pareja.
Ya sea en régimen de monopolio capitalista o una república socialista de cooperación, por supuesto, los inspectores de la administración pública serán necesarios para controlar las empresas de servicios de alimentos saludables y hacer cumplir las normas de higiene. Bajo un régimen de monopolio estatal socialista, sin embargo, los inspectores civiles de servicio de comida siempre están tratando de hacer cumplir las normas que son ampliamente socavada por la falta de incentivos de la propiedad estatal.