Sobre la perfección

Por Eduardo N. Cordoví Hernández
HAVANA TIMES – Mi amigo Orizabal es alguien que no se parece a mí; porque se parece a mí, pero al revés.
Mi amigo le da importancia a cosas a las cuales yo también se la concedo, pero no tanta. Lo admiro por eso y sé que él me admira a mí, por lo mismo. Yo quisiera ser como él, sólo no tengo tiempo. Él quisiera ser como yo, sólo no tiene valor.
Orizabal, como yo; es autosuficiente. Si necesitamos una silla, la hacemos; si nos gusta un cuadro lo pintamos y si preferimos cierta canción la cantamos. Otro punto de contacto es que lo acometemos todo con nuestros recursos. Si vamos a hacer una silla y no tenemos sierra, la hacemos a punta de serrucho. Si no tenemos óleo o nos falta lienzo, pintamos a crayón sobre una cartulina. Y, para la canción, si tenemos la boca ocupada con un caramelo; entonces, damos palmaditas o hacemos: Mmm…mmm…mm…
La diferencia está en que, si construimos una silla, él investiga sobre la historia de todos los estilos de muebles, busca maderas preciosas y la arma y la desarma tantas veces como defectos le encuentre. Si pinta un cuadro vuelve a estudiar diseño, perspectiva, todas las técnicas pictóricas. Y para la canción, aunque sólo sea para silbarla, matricula en el conservatorio un curso de solfeo, ritmo y armonía.
Yo no.
Si necesito una silla me basta con poder sentarme en ella. Me gustaría bonita, duradera, igual que a él, pero no tengo tiempo. Para el cuadro me basta con que me guste y para la canción, igual. La diferencia es que todo lo termino primero y me queda tiempo, para disfrutar lo que hice. En el tiempo en que, él, hace una silla yo hago un juego de cuarto, pinto una galería de cuadros, canto tres canciones y silbo dos conciertos. A pleno disfrute. Este constante divertimento es lo que él admira.
Pero cuando comienza a disfrutar su obra se da cuenta que la silla tiene una falsa escuadra de una millonésima de grado o que no tiene bien pulido el espaldar. Al fin, cuando la termina deja maravillados a todos los que la ven. Pero, él siente el desconsuelo interior de no haber podido hacerla mejor, porque no tuvo las herramientas idóneas. Se satisface con el reconocimiento ajeno, pero tal no supera la expectativa del reconocimiento de sí mismo, al cual nunca llega.
A mí me gustaría que me salieran las cosas tan sólo la mitad de cómo le quedan a él. Pero me conformo con sentarme en mi cajón para descansar. Me importa un pito si le va a caer comején algún día, si se afloja el mes que viene o si alguien se ríe.
Mi amigo (y muchos más) me tienen por un chapucero, pero él sabe, también, que soy un chapucero, si no feliz, al menos satisfecho. Esto es lo que él admira en mí. Sólo que no se explica de qué puedo estar satisfecho, siendo un chapucero que puede serlo menos.
El asunto es que, hago todo lo que hago, no para hacerlo perfecto. Tampoco, para hacer una chapucería. Me basta con que lo que haga me sea útil. Todo lo que hago es porque me resulta necesario. Si no cristaliza en lo que la gente entiende como una obra de arte, es porque necesito tiempo para emprender otra cosa que, también, necesito. Detenerme en una, es un lujo que no puedo darme.
A veces, me pongo a pensar en mi amigo Orizabal. Me asalta la curiosidad de indagar el drama de su vida. La búsqueda de perfección, su inconformidad constante consigo mismo. Su constante ponerse metas por encima de su capacidad de realización. Su no-comprensión de sus lógicas limitaciones, su infelicidad. Me duele verlo atrapado en ese círculo vicioso y a veces quisiera convencerlo de su error.
Por suerte siempre me doy cuenta de no contar con tiempo suficiente.
¿Y si el error… fuera mío? ¿Y si fueran los otros quiénes tienen razón? Estoy demasiado ocupado con mi vida, para ocuparme en arreglar las ajenas.
Todo cuanto puedo es dar el ejemplo de cómo vivo. Recuerdo ahora, no sé por qué, una frase de un cuento infantil que ordena: Zapatero ¡a su zapato!
Parece un trabalenguas, pero lo cierto es que algunas personas son perfeccionistas y se ponen a sí mismas metas muy altas. La utilidad es práctica, pero no a largo plazo, si se refiere a una obra de arte. Muchos escritores buscan el texto ideal, piensan que los libros son perfectibles. Que se lo digan a Shakespeare, que creó obras maestras.