Sepamos ser libres, no siervos menguados

Armando Chaguaceda

Junto a mis compañeros, Sabanilla de Montes de Oca, septiembre de 2007.

Hace dos años una lucha social cambió radicalmente mi vida y visión de lo político. Me encontraba realizando una estancia en el Departamento Ecuménico de Investigaciones en Costa Rica, cuando aquel estudio sobre la participación ciudadana que desarrollaba se tornó, por la fuerza de las circunstancias, acompañamiento apasionado del movimiento social opuesto a la firma del Tratado de Libre Comercio con EEUU. No fui la excepción. La tímida y lejana observación de los acontecimientos derivó – para un grupo de colegas latinoamericanos- en una experiencia de mística y militancia compartidas.

La situación de octubre de 2007 tenía antecedentes. Costa Rica vivió entre 1950 a 1980 la época dorada de su “Estilo nacional de desarrollo,” con una modernización incluyente para clases medias y populares, con apreciable movilidad social, democracia representativa institucionalizada y condiciones que tributaban, dentro de los cánones liberales, a una gestión democrática de la conflictividad social. Los altos niveles de educación pública y una estructura social relativamente homogénea, sentaron las bases de una cultura política capaz de amortiguar las tensiones sociales.

Sin embargo la ola neoliberal, con sus ataques al estado social y sus políticas sociales, desencadenó protestas populares, como el fracasado movimiento magisterial de 1995 y la exitosa derrota de la lucha contra la tentativa privatizadora del Instituto Costarricense de Electricidad, en marzo-abril del 2000. Esta última lucha produjo una importante politización (y articulación) de las organizaciones estudiantiles, sectoriales (ambientalistas, feministas) y comunitarias, lo que unido al decisivo apoyo de las universidades públicas (en especial la Universidad de Costa Rica), constituyó un hito para las luchas sucesivas.

La coyuntura que derivó en el Referéndum del 7 de octubre del 2007  enfrentó a dos grandes bloques sociales y dos proyectos antagónicos de país. El bloque del Sí, neoliberal, aglutinó al gran empresariado nacional transnacionalizado, sectores medios afines, el gobierno y la maquinaria de los partidos (con excepción de vacilante Partido Acción Ciudadana y los exiguos Frente Amplio y Accesibilidad sin Exclusión).

Aunque contó con escasas estructuras voluntarias de base (los invisibles Comités Cívicos) y acudió al pago de activistas, dispuso de la maquinaria propagandística de los medios masivos, especialmente las páginas del diario La Nación. Ese poder desplegó un vasto e ilegal bombardeo de clientelismo y terror, realizado por  periodistas, funcionarios y patronos,  sobre sectores populares a los que el presidente Arias prometió “los que hoy vienen a trabajar en bici vendrán en moto BMW y los que vienen en Hyundai vendrán en Mercedes Benz.”

Por su parte el comando del NO unió a los sindicatos combativos, amplios segmentos del cooperativismo, movimientos campesinos, los representantes radicales del ecologismo y el feminismo, algunas figuras del empresariado nacional, colectivos de intelectuales y empleados del amplio sector público. Financiada con recursos de sus miembros (mediante colectas, venta de camisetas, etc.) el movimiento del No, organizado comunalmente en los Comités Patrióticos barriales, hizo campaña persona a persona, y se involucro en la fiscalización y la logística del día del Referéndum.

La sorprendente fortaleza del NO se basó en el compromiso de su membrecía, procedentes de sectores sociales diversos, en una alianza frágilmente articulada y carente de un centro de mando pero pletórica de activismo personal. Ello incidió en que, pese a la manifiesta asimetría entre las partes, los resultados de los comicios fueron decididos por un estrecho margen a favor del SI (51.7 %) frente al NO (48.3 %), con una participación de 59.4 % del total empadronado.

En los meses siguientes el movimiento tuvo que digerir los reproches de aquellas regiones pobres ganadas por el No, dirigidos al electorado clase mediero que sucumbió, decisivamente, a la guerra psicológica. El efecto combinado de la precariedad material, las tendencias atomizadoras, los localismos, los liderazgos unipersonales y la cooptación partidista hizo estragos dentro del activismo. Y se redujo la marea de 100 Comités Patrióticos a algunos colectivos empecinados en seguir la batalla, ahora dentro de la amañada telaraña de la agenda legislativa.

Sin embargo, pese a la derrota del 7/10/07 el movimiento del NO dejó un legado. Contribuyó al fortalecimiento del activismo y cultura ciudadanos de cara a los procesos electorales. Evidenció la importancia de acotar legalmente  la asimetría financiera y mediática para detener la ola derechista dentro del país. Y expuso claramente tanto los vicios del partidismo tradicional como los nuevos rostros y propuestas del movimiento popular

Haber conocido y acompañado, junto a mis amigos del DEI, a los protagonistas de esta lucha (en los mítines del Comité de Sabanilla y la marcha del paseo Colón, en el volanteo en Puntarena y  Talamanca, en la alegre prédica de los artistas de La Casadora) me hizo un mejor intelectual, militante y ser humano.

Y hoy me permite soñar esperanzado que, aún frente a reveses coyunturales, seguirá existiendo un lugar de Centroamérica donde los ciudadanos defienden su decisión de “ser libres, no siervos menguados,” como les convoca su himno patrio.

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