Vergüenza sí, y no es por no tener

Rosa Martínez

Haciendo cálculos. Foto: Juan Suarez

HAVANA TIMES – Solo un cubano verdadero entenderá este post;  únicamente quien haya vivido en Cuba durante los últimos 20+ años sabrá de lo hablo.

Cuánta alegría siente la familia cuando llega el internacionalista que arriesgó su vida en la violenta Venezuela o la salud en el continente africano lleno de enfermedades exóticas.

Qué bueno el regreso del hijo, el hermano, el primo que hace una década vive en Europa, pero no olvida su prole, y todos los años viene cargado con los objetos menos imaginables, aquellos que no traslada de un país a otro nadie más que un cubano.

Ni hablar de los familiares del Norte, esos que nunca dejan de sentir añoranza por la tierra amada, que sienten tan cerca, pero a la vez tan lejana. Son los mismos que durante años, décadas han mantenido a familias enteras,  y han proporcionado  lujos imposibles en una Isla cada vez más cara.

Cuánto se agradece una simple muda de ropa, que allá puede ser la cosa más simple, pero aquí es casi un lujo. Ni hablar de los medicamentos que a veces escasean, o solo existen en las farmacias internacionales que nadie sabe a quién se les ocurrió, pero continúan abriendo la brecha que cada vez separa más a los poderosos con los de a pie.

Pero también cuánta vergüenza cuando un amigo de un país cualquiera decide traer algún detallito para ayudar a una familia cubana cualquiera, pues sabe que el salario apenas alcanza para comer y “aquí un par de zapatos deportivos  no cuesta nada, lo hacemos con todo amor”, como me dijeron una vez.

Vergüenza sí, y no es por no tener, porque el hambriento no puede sentir vergüenza de su hambruna si trabaja honradamente todos los días, como el enfermo tampoco debe sentirlo de su enfermedad, pues eso no lo desea nadie.

La vergüenza  hasta puede venir acompañada de un dichoso celular (¿quién habrá inventado esa mierda?, me pregunto todos los días)  que para poder usarlo regularmente te ves en la necesidad de pedirle a esa persona que vive al otro lado del mundo, “podrías hacerme una recarguita”.

Si trabajo el año entero, tengo incluso dos empleos -aparte del doméstico  por el cual no cobro salario algo-, por qué, entonces, tengo que molestar a un familiar, un camarada o un simple conocido para que me ayude con un servicio que hace siglos dejó de ser lujo en todo el planeta para convertirse en necesidad.

La vergüenza llega por tener que aceptar la ayuda de las amistades que son verdaderas y sabemos comparten parte de su patrimonio con toda bondad. Ese sentimiento confuso puede convertirse en ira, porque lo que quisiéramos  es dar en lugar de recibir- por lo menos de vez en vez-, porque lo que de verdad nos gustaría sería invitar nosotros en lugar de ser los invitados en nuestras propias casas…

 

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