Mi lucha continúa…

Por Rosa Martínez

Guantánamo. Foto: ACN

HAVANA TIMES – Si hay algo que nunca sobró en ninguno de los lugares en los que he vivido es el dinero. Provengo de una familia que, aunque nunca fue de las de peor situación, tampoco era de las de mayores posibilidades económicas.

Eso sí, además de personas amorosas, mis padres siempre fueron luchadores incansables. Me enseñaron que las lamentaciones nunca cambiaron el destino de nadie, sino que, al contrario, los quejosos difícilmente podían avanzar.

Y fue así como desde pequeña me fue inculcada esa alma batalladora, sacrificada, emprendedora que tenemos casi todas las madres del mundo. Que en mi caso está viva desde mucho antes de engendrar a mis pequeñas.

Quiero decir con eso que cuando comencé a estudiar en la Universidad de Oriente, el apenas tener ropa adecuada para ir clases no me detuvo. Mucho menos el permanecer más de lo deseado en beca con lo que aquello implicaba en medio del llamado Periodo Especial. En aquel momento la insolvencia económica me imposibilitaba viajar desde la bella ciudad de Santiago a mi casa en Guantánamo.

No me amedrentó el no poder ir a la graduación soñada, porque decidí -no sin pesar- que el dinero que habían reunido mis padres con tanto sacrificio, para comprar una ropa que usaría una sola vez en la vida, era más importante que fuera destinado a reparar un techo que en cualquier momento caería en las cabezas de la gente que tanto amaba.

Tampoco me contuvo tener mi primera hija en medio de apagones, cocina de luz brillante o leña. Por aquella época una contingencia energética -creo que fue la renovación de las termoeléctricas- era la situación del momento. Como profesional del sector educativo que era desde ese entonces, mi salario y el de mi esposo apenas alcanzaban para comer. Mucho menos para darme el lujo de cocinar con algo de decencia.

Después llegaron días mejores; comprendí casi a la fuerza que no había vergüenza alguna en vender cualquier cosa. Aprendí a llevar mi profesión con orgullo y con ese mismo orgullo comercializar ropa, bisuterías, lo que fuera, si así podía dar a mis hijas los gustos que me fueron negados tantas veces.

La vida mejoró un poco, pero el dinero nunca sobró. Celebrar un cumpleaños siempre costó demasiado, al igual que una muda de ropa, una simple muñeca, o un ventilador. Eso sin mencionar la ardua tarea de llevar comida diariamente a la mesa.

Pero al final lo lograba; imagino que de eso trata la vida de cada uno de nosotros ¿verdad?, de cada cubano muy especialmente.

En ocasiones miraba atrás y me preguntaba a mí misma cuánto sacrificio había detrás de ese juguete que duró unas pocas horas. Igual ocurría con los tenis que algunas personas se empeñan en llamar de marca. Realmente, la única marca que yo reconocía claramente era la de un bolsillo medio vacío o medio lleno, daba igual porque nunca alcanzaba.

Siempre supe que lamentarme no mejoraría mi vida. Por eso he luchado para mí y los míos con uñas y dientes, sin robar ni engañar a nadie; he tenido mucha ayuda también…

El comienzo del 2019 impuso nuevos retos para la mayoría de los cubanos. El augurio de un nuevo periodo especial ensombrecía las vidas de los de a pie. Las escaseces, que nunca han desaparecido del todo, comenzaron a multiplicarse por aquí y por allá. Las madres, como siempre ocurre en medio de las peores crisis, fuimos las que más sufrimos por el desabastecimiento.

Pero si el año anterior fue extremadamente difícil, este trajo una situación peor aún.

Un microscópico virus que comenzó dañando a Asia primero, después a Europa, no tardó mucho en llegar a las Américas, específicamente a nuestra Isla.

Todos los países fueron forzados a cerrar sus fronteras, las economías de todo el planeta se han visto afectadas. Desde mucho antes, la cubana ha sido doblemente golpeada. El bloqueo continuó recrudeciéndose, incluso en medio de la pandemia.

El Estado cubano decidió jugársela y darle un papel más preponderante al dólar estadounidense y a otras monedas extranjeras. Decidió vender en esas denominaciones no solo electrodomésticos y piezas para equipos automotores, sino también comida y productos de aseo. En realidad, ahora las principales tiendas de todo el país venden en Moneda Libremente Convertible (por no decir dólares).

Yo regreso a mi eterna carencia de efectivo, en este caso también de moneda dura. Una vez más me toca desenvainar la espada. Sé que esta vez será duro en verdad la batalla.

Antes de que el coronavirus entrara a esta tierra, ya era difícil llevar el pan en la mesa. Imagínense ahora que hay escasez de cada producto necesario. Los precios en el mercado ilícito se han multiplicado por 10. Las fuerzas policiales están al acecho de los que todavía se atreven a revender. Y las ventas de las principales tiendas son en una moneda que el trabajador común ni siquiera conoce.

La supervivencia del cubano es más dura aún; mi lucha de madre continúa, la de ustedes como convivientes de este bello planeta también. 

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