La suerte en Cuba

Rosa Martínez

En el Barrio Chino de la Habana.  Foto: Juan Suárez

HAVANA TIMES — Ana tiene 27 años, es una mulata típica de ojos marrones y grandes, pelo rizo largo, mirada penetrante, dientes muy blancos y sonrisa amplia. Cualquiera diría que esa cubanita tiene toda una vida por delante, que el mundo puede estar a sus pies, pero ella no cree lo mismo, perdió el deseo de vivir y ha intentado suicidarse en dos ocasiones. Afortunadamente no ha conseguido su cometido, pero ahora mismo se encuentra hospitalizada en el hospital psiquiátrico de la provincia, bajo supervisión médica y al cuidado permanente de la familia, que no deja de sufrir por su angustia.

Ana viajó hace dos años aproximadamente, gracias a un italiano que conoció en sus andanzas por Santiago de Cuba. Con él conoció la península ibérica e hizo realidad sus sueños de salir de Cuba, pero los desencuentros y las incomprensiones la trajeron de vuelta, enferma, no del cuerpo, sino del alma.

Tito es un vecino de mis padres, viejo igual que ellos, pero muy diferente. Tito procede de una familia humilde de la que heredó el sueño de todos los pobres: mejorar económicamente y salir de la miseria. Para cumplir este cometido no hizo lo que sus progenitores, trabajar la tierra, sino se dedicó al negocio: comprar y revender productos agrícolas, casas y terrenos. La suerte estuvo de su lado casi toda la vida hasta que él mismo la alejó. Ahora, sin un centavo para invertir en ninguna empresa anda desesperado sin saber qué hacer.

Albertico tiene 10 años y es un niño común y corriente, ni más o menos astuto que otro de su edad. Con la picardía característica de los infantes de ahora, sueña con una laptop, pero como sus padres no tienen familia en el exterior que pueda traerle alguna, o dinero para comprarla, solo le queda pedir a los santos que le den suerte a su papá para que se gane un buen dinero y pueda regalarle el anhelado equipo.

Ismael es un primo en la larga cadena familiar que me acompaña, uno de los mayores y más afortunados. Afortunado, no porque llegó a la universidad y se hizo ingeniero, ni porque tiene dos niños bellos e inteligentes, aunque estas son dos cosas que cualquiera pudiera envidiar. Para nosotros, Ismael es afortunado porque viajó y gracias a eso adquirió vivienda propia y se hizo de varios artículos electrodomésticos difíciles de adquirir para un cubano común, especialmente un profesional. Pero la fortuna de mi primo, como pobre al fin, duró poco, y en menos de un año perdió lo que adquirió trabajando fuera de Cuba con tanto sacrificio.

María es una vecina de 28 años que ha dedicado su última década de existencia a incrementar la natalidad en Cuba. En ese periodo tuvo cinco hijos. Estoy segura que el país agradece su importante contribución a una población que dentro de muy poco estará entre las más avejentadas del planeta, pero lo que no agradece nadie es que traiga criaturas a pasar trabajo en este mundo. Y eso es precisamente lo que sucede con sus pequeños, pues la madre vende los mandados que le ofertan a precio módico por la libreta de abastecimiento, así como otros artículos que el Estado cubano le ha dado gratuitamente para mejorar las condiciones de vida de sus hijos.

Desgraciadooooooooo, maldito, no sirves para nada, no sé qué viniste a hacer a este mundo, eres una plaga, ¿Dios mío, hasta cuándo será esto? Así comenzó la mañana de Isabel después de recibir la noticia que la mayoría de los cubanos esperan día tras día; esta vez no fue buena para ella. Continuó profiriendo improperios a su único hijo, un adolescente de 13 años, hasta que sus ojos comenzaron a enrojecerse e hincharse, después salieron las lágrimas, y poco a poco fue perdiendo las fuerzas y se acurrucó en un rincón, odiando al mundo entero, especialmente a ella misma. Lisván, su hijo, odia todo y a todos los que tienen que ver con aquello que enloqueció a su madre por completo y la convirtió en esa fiera que solo la suerte de los números puede controlar.

Los amigos lectores se deben estar preguntando desde hace mucho cuál es la relación de estas historias que a simple vista parecen no tener nada que ver una con la otra.

Quizás estén pensando que estas personas y, por supuesto, sus familias han sido afectadas por el uso de estupefacientes, que bien pudiera ser la causa de sus problemáticas, pero no es así. La causa de todas estas tragedias es otro vicio tan endemoniado como las drogas, el juego al azar, que en Cuba conocemos como lotería o bolita.

Con seguridad les puedo decir que muchísimos cubanos juegan bolita, desde un niño de escuela primaria que da el número a los padres, hasta un oficial de las FAR o de la policía.

Toda la vida existió la lotería en la Isla. Antes de que Fidel llegara al poder existían varios casinos en La Habana y, por supuesto, la lotería nacional. Se ha criticado a Fidel por haber arrebatado muchas cosas en Cuba, pero si hay algo de lo que me alegro es que eliminara los casinos que pretendían extenderse a todo el país.

Fidel también eliminó la lotería nacional, pero solo logró hacerlo de manera legal, porque ilegalmente nunca desapareció.

La lotería es el juego de azar más popular del país (la pelea de gallos es el único legal), no se puede hablar de cifras, pero se cree que un por ciento muy alto de la población lo practica, entre jugadores, listeros y banqueros.

Pero los banqueros y listeros no tienen problema alguno; los primeros aumentan sus arcas con cada jugada, aunque se han dado casos de algunos que han quedado en la quiebra; y los segundos, no tienen tantas ganancias pero viven mejor que el resto de la población y alcanzan ingresos de 10 CUC o más diarios.

Creo que cada cual puede hacer con su dinero lo que le venga en gana, igual que probar su suerte como quiera, imagino que eso debe ser algo inherente en el ser humano que siempre buscó probarse de diferentes maneras, pero los cubanos deberían saber que la banca nunca pierde y que el que juega por necesidad, pierde por obligación, como dice un refrán tan antaño como la lotería misma.

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