Defendiendo mis derechos en Cuba

Rosa Martinez

La transportación entre Santiago de Cuba y Guantánamo es buena, gracias a los camiones y camionetas particulares.  Esos vehículos permiten que cientos de pasajeros se trasladen diariamente entre las dos ciudades capitales de provincia.

Jocosamente siempre le digo a una compañera que si trabajara en Santiago de Cuba llegaría más temprano,  pues es más fácil ir a esta ciudad que moverse dentro de la mía.

Hace unos días fui hasta la Ciudad Héroe por una de esas situaciones imprevistas que nos cogen sin un centavo y nos alteran un poco.

El viaje de ida fue aparentemente cómodo, tuve suerte de llegar a la Terminal provincial a la hora de salida de un ómnibus Yutong hacia mi destino.  Era raro, pero había poca gente en la lista de espera, así que lo abordé sin mayores dificultades.

Bueno, rectifico, no es que sea raro, en realidad la mayoría de la gente prefiere viajar incómoda en un camión repleto y pagar solo 5 pesos, antes que 18 por ir en un cómodo Yutong.

Yo protesto siempre entre conocidos o desconocidos por el precio de los viajes interprovinciales.   Con esos precios solo pueden viajar quienes tengan una urgencia o cobren  salarios altos, los de más bajos ingresos no podemos pagar 75 pesos para ir hasta Camaguey, y mucho menos 175 hasta la capital del país.

Pero mis amigos dicen que yo me quejo por todo, que nunca me quedo callada, que siempre estoy reclamando derechos que la gente ni siquiera sabe que tiene.

Quizás tengan razón, quizás sea una protestona por naturaleza, pero creo que nos hemos acostumbrado a no defendernos, a aceptar que nos roben unas onzas y hasta algunas libras cuando compramos los mandados que nos corresponden por la canasta básica, o cuando vamos al mercado.  Pensamos que los primeros están luchando y que los segundos son unos estafadores, pero igual no decimos nada.

También callamos cuando vamos a un restaurante y pagamos por un plato que no se corresponde el precio con la calidad.

Como defensora de mis derechos, mi primera protesta en el ómnibus surgió cuando pregunté por el baño y el chofer contestó que esa guagua no tenía.   “¿Cómo que no hay baño?” -le interpelé-, con un precio tan elevando deberían vender hasta merienda.” Algunas personas rieron con mi comentario, otros acertaron con la cabeza, un hombre de unos 50 años me miró serio… El chofer respondió que no tenía la culpa de que los viajes cortos prescindían de esos servicios.

Más tarde volví a reclamar porque el chofer paró en cuatro ocasiones, la primera vez era para recoger un paquete en una casa cerca de la carretera, la segunda para comprar viandas -muchos viajeros aprovecharon y compraron también-, la tercera  para saludar a un conocido que manejaba un camión en sentido contrario-, pero el saludo demoró varios minutos, y por último para recoger otro paquete más adelante.

“¿Por qué protestas tanto?” -me dijo con cara de pocos amigos el hombre de 48 años que permaneció serio escuchándome.

No protesto, estoy defendiendo mi derecho a un servicio con calidad, a ser respetada como cliente,  a reclamar las condiciones de pasajera por lo que pagué.  ¡Vivo en un país  libre y tengo derecho a defender mis ideas!

¿De qué derechos hablas -me dijo amargamente-,  de qué derechos hablas en un país donde una persona con 20 años de trabajo puede quedar en la calle?

No pude decir nada más, el señor me dejó sin palabras, mejor dicho, sin  derechos…

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