Ritos

Leonid López

Me casé al estilo japonés. Si, con kimono y ceremonia en un santuario shintoista. Ni yo ni mi esposa somos religiosos. Si nos preguntamos porque hacer entonces una boda así creo que no tendríamos una clara respuesta.

Algo si puedo decir, hay algunos momentos que uno quiere premiar con algún aire de eternidad. Son momentos en que no basta el recuerdo para darles la altura que uno siente que tienen.

Entonces las ceremonias acuden a dar amparo, rodean esos momentos de un no se qué especial. Los deseos de felicidad de la gente querida que comparte esos ritos con uno pesan en el aire aligerándolo.

El amor, así compartido, cae como una bendición. Los ritos nos traen esta experiencia que la pura y científica razón nos niega como residuos primitivos. Así que entre el nerviosismo, la sencilla decoración religiosa, las palabras que no entendía del monje y la felicidad que me rodeaban, sentí que el anillo que ahora llevo tenía algún sentido y compromiso con el amor.

En mi sexto mes de vivir en Japón, como alguien que deja ya de ser un turista que debe llenarse de asombros y fotos para poder contar que tuvo unas grandiosas vacaciones, he

experimentado varias veces, con una sencillos que desconocía, lo bello de algunos ritos. Japón es, ya se sabe, un país de Primer mundo.

Eso quiere decir con un gran desarrollo tecnológico. Lo curioso que he podido notar es que a la par de ese megadesarrollo el país está lleno de pequeños y grandes santuarios y monasterios.

Además sobrevive todavía entre las gentes el desprecio a la ostentación y el dar valor a la vida sencilla y austera. Ahora es aquí shoka, que es la palabra que nombra a los primeros días de verano y desde que se inició la primavera es como un gran ritual que los muchos parques que existen en casi todas las ciudades, se llenan de flores y de gentes que se sientan a conversar.

Hace poco los últimos árboles de sakurá  (cerezo) perdieron sus flores, pero habría que ver como los parques se inundaban de olores y alegría, después fueron las rosas, ahora son las flores de lavanda y los cocuyos que alumbran los parques y las gentes que van a mirarlos como si miraran algo divino que se llevara el peso del trabajo diario.

Sobrevive este espíritu de amor a lo sencillo de manera que yo no me siento un bicho raro como tantas veces me sentí en Cuba por buscar estas cosas. Ahora pienso que es curioso que esto pase porque se supone que en Cuba este tipo de alegría y búsqueda de lo sencillo se den naturalmente en la gente por la constante predica de la austeridad y solidaridad que forman parte del día del cubano.

Sin embargo el cubano está más bien sumergido en  la búsqueda de cosas de más peso material, que mejore la economía y recursos del hogar. De manera que buscar otro tipo de cosas sin remuneración es pagado con el título de tonto. Lo que se puede hablar alrededor de las circunstancias que rodean a estos dos países es bastante claro.

Los conceptos de riqueza y pobreza y como dentro de la primera puede haber mas capacidad de elección, enseguida vienen a la razón. Ahora no puedo dar importancia a estas ideas que de tan lógicas suenan ligeras.

En Cuba ha fallado algo cuando existe este casi desprecio por lo sencillo, cuando no se da esta celebración de la belleza ni organizada, ni espontáneamente y sin embargo por todos lados, casi a la manera de  un ritual, se predica el desprecio por la ostentación capitalista y la destrucción, que se da en estas sociedades, de los valores elementales del hombre.

Por este único hecho no idealizo  a Japón ni desprecio a Cuba. Quiero fortalecerme el ánimo para mejores frutos. Apunto un hecho, el escalón roto de una escalera mas larga que unas veces lleva al sótano oscuro y pocas a la tranquila habitación alumbrada. Pero que siempre es bueno mirar, si no se quiere caer, para seguir andando.

Y yo quiero caminar contigo, si quieres mi compañía. Estas palabras, dichas así, entrecortadas, son el rito que te ofrezco para que te llegue mi dolor y mi alegría de vivir. Pero miremos juntos, de vez en vez, el suelo que pisamos, no vaya a ser que algún oscuro rito nos nuble la vista.