Luchando y culpándonos unos a otros
Regina Cano
El hombre vestido de azul* decía: “el chofer pidió dos pasajeros, aunque lleve cuatro asientos vacíos” -hasta ahí su razón del respeto a lo que el otro solicita- “no voy a pasar la pena de pedirle que monte a otro más” y ahí quedó todo sin derecho a otra negociación.
La conformidad se refleja de muchas maneras.
Sentir pena o vergüenza ante lo que puede ser un derecho, es común entre el cubano que acepta calladamente el peso de menos en el producto que compra: carnes, viandas, leguminosas, cereales.
O los gritos de irrespeto de quien oferta un servicio: guagüeros, dependientes de tiendas y gastronomía. O de cualquier otro trabajador que enfrenta al público y es víctima en otras ocasiones de los actos similares del otro.
La pena al equívoco posible, dependiendo del desconocimiento sobre la materia y acompañado de una gran culpa –porque se actúa como si se fuera culpable-, ofrece la favorable circunstancia para los que teniendo en sus manos un pequeño espacio de poder abusen del menos empoderado.
Es una cadena interminable de dale al que no te dió, mientras el destinatario del asestado golpe mira indolentemente hasta que llega su turno de golpear.
La honestidad y la humildad ante el prójimo son de las que faltan a diario en las calles de La Habana y que genera interactuaciones irrespetuosas que hacen los días del simple poblador un infierno.
Atrapado por las normas morales más nuevas de la vergüenza (o el temor) ante lo que otros puedan pensar sobre uno, con la base en una moralidad crecida y asentada en los últimos tiempos. Creyendo en lo que el caos individual reconoce como verdad.
Equívoca y contagiosa vergüenza, que aporrea más y mejor a las capas débiles de la sociedad.
—
(*) El Azul: Se le llama al Inspector de Transporte, situado en zonas críticas de un barrio o carretera, siendo su ocupación apoyar al transporte regular parando a carros estatales, para facilitar el movimiento de pasajeros.