“El riesgo de neumoconiosis en la Habana Vieja”

Regina Cano

El reto de construir. Foto: Juan Suárez
El reto de construir. Foto: Juan Suárez

HAVANA TIMES — Mientras Erasmo me alertaba e ilustraba al respecto de la neumoconiosis, un término nuevo para mí, me veía adentrándome, una vez por semana, en la Habana Vieja, donde el movimiento, los sonidos de reparación o remodelación te hacen tomar conciencia de su renovación actual.

En este barrio -el más antiguo de la capital habanera y uno de los de mayor tránsito peatonal, gracias a los visitantes, los que laboran en él y sus propios avecindados- es usual que te acompañe un elemento inseparable, que se apega a tu piel y se introduce en tus pulmones sin previo permiso.

Así, el polvo generado por estas obras –cemento, áridos constructivos y otros- que intentan rescatar el lugar, escoltan tus pasos la mayor parte del viaje, pues las dimensiones de las inversiones van desde la reparación capital a la de menor inmersión, tanto de manos estatales como de privados.

Los habitantes de la Habana Vieja son quienes en mayor grado han estado expuestos directamente a esta agresión. Aceptar la barahúnda y el desorden constante ha significado restituir valores al lugar que habitan, dígase también a las redes para la electricidad, el agua y el gas, que mostraron las entrañas de la mayoría de sus calles más visitadas por meses, las que fueron abiertas en tres ocasiones por cada vez que se establecía una de estas redes.

Las implicaciones de la aspiración constante de este polvo volátil, de composición minúscula y, por ende, depositado en los enseres domésticos, el piso y las paredes, no es un daño consciente para quienes habitan esta barriada. Pues una falta de información elemental a la mano despoja de antemano cualquier acción de cuidado protector, hasta para los propios ciudadanos, aunque no toda(o)s  reaccionamos de igual manera a la misma exposición.

La neumoconiosis es el resultado de un proceso de inhalación, depuración y retención de polvo, cuyas partículas mayores quedan depositadas en las vías aéreas altas, posiblemente expulsadas, mientras las muy pequeñas (menores de 5 micrómetros) se adentran a zonas más profundas. Ahí es donde pueden sedimentarse provocando la enfermedad -plantea uno de los documentos consultados- e incluye las aspiraciones respiratorias de cemento, caolín, talcos, asbesto, metales y otros, que pueden provocar cáncer de origen ambiental y laboral.

Uno de los detonantes más visibles, como motivación para el rescate de la Habana Vieja, es el interés turístico que encierra y que ha logrado reconocimientos y premios a quienes lo representan.

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Foto: Juan Suárez

En la actualidad, una buena parte de los humanos a nivel mundial estamos expuestos a los tóxicos ambientales, sea cual sea el nivel de desarrollo que tenga el país. Sin embargo, el asunto esencial en Cuba es en cuanto se sacrifica –conscientemente o no- la vida de los humanos que conviven con estas reparaciones y qué cuidado no se toma para prevenir que esto no suceda.  Esto ocurre, sobre todo, en sectores poblacionales más vulnerables, por sus condiciones económicas -niveles bajos y medios-, un estado de alto hacinamiento habitacional, los recurrentes derrumbes y demoliciones, así como la proliferación de vertederos, como es el caso.

Este tipo de contaminación de alta exposición cotidiana para los capitalinos, unida a la perjudicial combustión de los autos, ómnibus y camiones, una mala dieta y otras, además de las provocadas por las elecciones de cada individuo, nos deja a merced de una mala calidad de vida, que nos dará menos posibilidades de buena salud y de sobrevivir en un futuro no muy lejano.

La recuperación de la Habana Vieja la sostiene también un pensamiento poblacional de: “Pero qué se va a hacer” o “no queda de otra” (cuando se pregunta), sin concebir otra posibilidad que la aceptación de convivir con estos riesgos por la necesidad. Como si reducirlos al menos formara parte de un sueño irrealizable -justificación desde el individuo hacia quien lo lleva a cabo.

Así sus calles estrechas albergan a vendedores, vecinos y visitantes que danzan en las prisas de su propia exigencia, de cómo resolver esos acuciantes problemas diarios de sostenerse en pie sobre esta tierra. Absorben a sus habitantes con otras demandas de solución urgente, donde cada fruta, verdura, pan, vianda, todo lo que se compra para comer viene acompañado de una capa de polvo que no siempre se puede retirar y puede pasar desapercibida.

Y mientras en Cuba, se presentan batallas contra amenazas como el zika, el dengue, la leptospirosis y otras, para hacer el bien por un pueblo, velando por su salud o impedir las epidemias, en La Habana Vieja se deja libre a otro agresor bastante dañino, el que expande su campo de acción sin contratiempos y que el visitante se lo lleva como algo más que un “souvenir”.

Regina Cano

Regina Cano:Nací y he vivido durante toda mi vida en La Habana, Cuba, la isla de la que no he salido aún y a la cual amo. Vine a esta realidad un 9 de Septiembre. Mis padres escogieron mi nombre por superstición, pero mi madre me crió fuera de la religión que profesaba su familia. Estudié Contabilidad y Finanzas en La Universidad de La Habana, profesión que no desempeño por ahora y que decidí cambiar por hacer artesanías, algo de cerámica y estudiar un poco sobre pintura e Inglés. Ah! Sobre la foto; me identifico con los preceptos Rastafari, pero no soy una de ellos, solo tengo este gorro que uso de vez en cuando, pero les aseguro que no tenía una foto mejor.

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