Una mujer se ha quedado sola
Por Pedro Pablo Morejón
HAVANA TIMES – Su esposo la abandonó allá por el año 1994. Aquella noche, frente a las cámaras de televisión y en vista de la crisis desatada por el hundimiento del remolcador 13 de marzo, las lanchas robadas y el famoso maleconazo, Fidel Castro dio luz verde, para que todo aquel que deseara irse lo hiciera.
Y se fue dejando una promesa: trabajar para sacarla con los niños y reunirse. Pero el tiempo pasó, los vínculos se fueron debilitando y terminó por hacer su vida, olvidarlo todo.
Ella se quedó con la prole, haciendo malabares para subsistir. Mujer anticuada, tradicional, jamás tuvo a otro hombre por aquello de no “dar mal ejemplo a los hijos”. Pero el mayor creció, se graduó de Derecho, se hizo de un contrato de trabajo en Ecuador y al año viajó hacia los Estados Unidos, donde se gana la vida como chofer, transportando mercancías por todos los estados de la Unión.
Con ese hijo me encontré en el 2018. Había venido de visita y nos pusimos a conversar y rememorar nuestros tiempos de colegas cuando coincidimos en el bufete colectivo. Me dijo que su trabajo es difícil, adecuado para hombres sin familia debido al poco tiempo libre, pernoctar en moteles, casi siempre fuera de casa, pero eso sí, se gana mucho dinero.
Y yo sentí una envidia que supe disimular, porque solo Dios sabe que desde entonces he fantaseado muchas veces con perderme en una de esas carreteras estadounidenses, conduciendo un monstruo de hierro a más de 100 km por hora, respirando libertad, y que cada noche me espere un motel y una mujer que seducir. Y nada de qué preocuparme. Solo vivir…
Por estos días ella me contó que el menor, el único que le quedaba en Cuba, se ha ido a Nicaragua. De allí continuará hasta llegar a Miami, donde el mayor le espera. No me ofreció detalles, pero puedo imaginar las oscuras circunstancias sobre las cuales se está produciendo la riesgosa travesía.
El miedo y la preocupación están escritos en ese rostro cansado, surcado por arrugas que de año en año se han ido acelerando de tanto sufrimiento y una soledad que ahora se agiganta.
Ella entiende que a un hijo no se le debe cortar las alas, que tiene derecho a vivir en otros lares menos inclementes y brutales, donde la existencia no esté marcada por algo tan rudimentario como lo que se ha de comer o vestir, y por eso acepta todo con resignación.
Pero sabe que ahora sí se ha quedado sola, totalmente sola en medio de la nada, y que ni siquiera una cuenta en dólares la podrá compensar en el ocaso de su vida.