Lo que me sucedió en el tren

Por Pedro Pablo Morejón

HAVANA TIMES – Un tren destartalado, sucio y torpe es el medio que no solo yo, sino también cientos de personas utilizamos para transportarnos en un recorrido que va desde la capital de la provincia hasta un municipio alejado.

En los últimos tiempos han sido numerosas las cancelaciones por falta de combustible y entonces la gente se ve obligada a hacer autostop en la autopista, que aquí le llamamos coger botella.

Pero no es de eso de lo que quiero escribir ahora. Es de un mitin que sucedió por estos días, precisamente en uno de sus vagones, repletos de personas y yo entre ellos.

Tres hombres hablaban de la situación. Se quejaban de la falta de medicamentos, de los precios, la escasez generalizada y por último la plática derivó hacia los más de mil presos políticos que se manifestaron los días 11 y 12 de julio del pasado año.

Me sumé a la conversación y en pocos minutos alrededor de nueve personas me escuchaban como si estuviera dirigiendo un mitin político.

A pocos metros, un señor de unos sesenta años me observaba y dirigía comentarios que no podía escuchar a causa del ruido producido por la locomotora. Sin embargo, al mirar las expresiones de su rostro no había que ser perspicaz para comprender la hostilidad que los acompañaba.

En un momento, al llegar al primer pueblo y hacer una parada le pregunté qué decía. Avanzó hacia donde estaba y alzando la voz preguntó:

-¿Si  no te gusta tu país por qué cojones no te largas de aquí?

Tenía de frente, a solo dos escasos metros, a un señor de avanzada edad, maltratado por la vida a juzgar por sus múltiples arrugas, increpándome de un modo irrespetuoso. Un señor que no me soportaría un buen par de bofetadas. Deseos no me faltaron.

Los tres hombres del principio comenzaron a comentar con palabras como “De que los hay los hay” “No es fácil, todavía queda gente así”.

Por su edad, por la gente que lo abucheaba, porque no soy un nombre violento… por todo eso, intenté ser asertivo, iniciándose un diálogo más o menos como lo recuerdo.

– Baje la voz y deje las malas palabras. Mi país me gusta, lo que no me gusta es la dictadura que la oprime, yo nací aquí, es mi país, no tengo porqué irme.

-Estás hablando mal de la Revolución y de nuestro país.

-Lo que llamas revolución es una dictadura y Cuba no es eso, ni el partido comunista, ni el socialismo. Cuba es la tierra, su gente -mi voz era firme pero el tono suave, didáctico.

– ¿De qué dictadura tú hablas? Dictadura es el capitalismo -ahora él había bajado los niveles de agresividad.

-De esta dictadura, que le ha desgraciado la vida a miles de jóvenes metiéndoles hasta 20 años por protestar el 11 de julio, que eso no sucede en ningún país libre, pero aquí no se respeta algo tan elemental como la libertad de expresión.

– Aquí sí hay libertad de expresión, lo que no se permite es hablar alto y estar dando mítines como tú estás haciendo y esos delincuentes no eran pacíficos, salieron a dar golpes y tirar piedras.

-Ah señor, por favor, todo el mundo vio las protestas, la mayoría eran pacíficas y quienes estaban dando golpes eran la policía y algunos como ustedes, que eso lo vio todo el mundo, porque parece que solo ustedes, que son minoría, pueden hablar alto, hacer mítines, incluso propinar golpes. Usted mismo vino aquí a gritarme.

Casi todos los pasajeros me miraban y asentían con sus cabezas como muestra de solidaridad.

-Porque no te puedo permitir que hables mal de esta revolución -respondió con renovada hostilidad.

Y desde ese momento quienes me rodeaban comenzaron a increparlo, alzaban la voz para llamarle chivato, entre otras lindezas. Por suerte el tren reiniciaba su recorrido con el ruido habitual y el sujeto, en medio de mi falta de atención a sus gritos y la algarabía de la gente, se alejó contrariado.

Todo transcurrió en pocos minutos, regresando a la normalidad. Parecía que nada había acontecido. Mis niveles de adrenalina comenzaron a bajar. Entonces pude calibrar el significado de lo sucedido. Yo, por primera vez, debatiendo públicamente mis opiniones sobre el sistema.

Es cierto que había incurrido en alguna que otra escaramuza, pero no pasaba de dos o tres testigos. Esta vez el auditorio superaba los cuarenta.

“Para algunos quedé como un héroe, para la mayoría soy un loco o un imbécil por exponerme”. “Para otros, debo ser un provocador que trabaja para la Seguridad del Estado”. “Menos mal que aquí no había policías, estaría detenido”.

Así comenzaron a instalarse ideas negativas que deseché con un pensamiento estoico al que recurro cuando me siento en peligro: “Yo soy una bola de cojones.”

Llegué a mi destino. Pasaron algunas horas, pero el miedo se resistía a abandonar el cuerpo.

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Pedro Morejón

Soy un hombre que lucha por sus metas, que asume las consecuencias de sus actos, que no se detiene ante los obstáculos. Podría decir que la adversidad siempre ha sido una compañera inseparable, nunca he tenido nada fácil, pero en algún sentido ha beneficiado mi carácter. Valoro aquello que está en desuso, como la honestidad, la justicia, el honor. Durante mucho tiempo estuve atado a ideas y falsos paradigmas que me sofocaban, pero poco a poco logré liberarme y crecer por mí mismo. Hoy soy el que dicta mi moral, y defiendo mi libertad contra viento y marea. Y esa libertad también la construyo escribiendo, porque ser escritor me define.

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2 thoughts on “Lo que me sucedió en el tren

  • Muchas personas ya no creen en este régimen, pero tenemos mucho miedo a la represión, la situación está pésima aquí , no es fácil estar en la cárcel por decir la verdad de la pésima situación que se está viviendo ahora mismo en este país

  • Desgraciadamente por personas como esas es que se mantiene el sistema. Es una pena, porque lo más probable es que no tuviera leche ni café para desayunar, y defiende al gobierno, lo que sí ha hecho muy bien la “revolución” es lavar cerebros.

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