El ajedrez, esa hermosa amante

Por Pedro Pablo Morejón

HAVANA TIMES – Nunca olvidaré aquella tarde ni la sonrisa de satisfacción de mi tío al ser derrotado tras unos meses de lidiar con él en partidas de ajedrez.

Era un buen jugador que se apasionó tras aquel accidente que lo dejara paralítico con solo 23 años. Ganador del campeonato provincial de la ACILIFIM (Asociación Cubana de Limitados Físico- Motores) y algún que otro torneo. Creo que de él heredé dos cosas: su hábito por la lectura y su gusto por el ajedrez.

Recuerdo desde los tres o cuatro años, ver estantes de libros y juegos de ajedrez en casa de mis abuelos. Montaba las piezas sobre un tablero de 64 casillas y movía las figuras según mi imaginación. Entonces le escuchaba repetir: “uno de estos días le enseñaré a jugar al ajedrez”.

Desde que aprendí me apasioné tanto que hasta bien entrada la juventud casi no pensaba en otra cosa. Mi sueño infantil sería convertirme en un gran jugador de talla internacional, como lo fue Capablanca o la dupla Karpov-Kasparov, quienes durante aquellos años copaban el interés por el juego ciencia en todo el planeta.

Competí con excelentes resultados como aquel inolvidable abril de 1989 cuando conseguí el primer lugar en los juegos provinciales escolares.

Después llegó la primera juventud y el amor se fue apagando con la falta de oportunidades, el interés por las chicas, las penurias del llamado Período Especial y las crisis de la adolescencia.

Un amor que siempre agazapado, volvió a florecer en el 2003 gracias, nuevamente, a mi tío que jugaba torneos por correspondencia. Me inicié en esa modalidad y en poco tiempo conseguí ganar varios torneos de nivel medio y obtener el título de Experto Nacional, pero tras años de práctica lo abandoné en el 2016 a causa de la tecnología.

Ya casi todos usaban potentes programas ajedrecísticos y yo no quería perder frente a una inteligencia artificial ni utilizarla como híbrido. Disfruto jugar solo con mi cerebro.

Por estos días, entre los jóvenes de mi barrio se ha desatado una fiebre de ajedrez que amenaza con colapsar al fútbol.

A cualquier hora te encuentras un grupo alrededor de un tablero ya sea jugando o presenciando una partida.

Entre ellos, me he revelado como una especie de máquina ajedrecística, un genio o algo parecido, aunque obviamente no lo soy. Solo son jugadores menores a quienes puedo derrotar con extrema facilidad.

Por uno de ellos accedí a la plataforma chess.com, él más grande sitio de internet para ajedrez, que posee más de 30 millones de jugadores y te permite competir en tiempo real con oponentes de todo el mundo, obteniendo rating y categorías.

Me abrí una cuenta y ya estoy en categoría jugador de club clase A, aunque debo llegar a nivel experto.

Me sorprende que tras siete años de ausencia el ajedrez me perdone nuevamente mis infidelidades y me permita conservar el nivel de antaño.

De esta manera la pasión ha renacido confirmando la famosa frase del danés Ben Larsen, quien fuera uno de los mejores jugadores del mundo en la segunda mitad del siglo XX, cuando expresara: El ajedrez es una hermosa amante a la que volvemos una y otra vez…”.

Por suerte, no me gasta tantos megas y puedo jugar hasta 3 partidas diarias, aunque he perdido algunas por problemas de conexión.

Y así el ajedrez se incorpora al fitness y a la escritura, formando una trilogía sanadora para la mente y el cuerpo, un paraguas ante el torrencial de adversidades que sufrimos los cubanos, la hermosa amante que hoy me ayuda a modificar ¿o quizás evadir? una realidad cada vez más difícil.

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Pedro Morejón

Soy un hombre que lucha por sus metas, que asume las consecuencias de sus actos, que no se detiene ante los obstáculos. Podría decir que la adversidad siempre ha sido una compañera inseparable, nunca he tenido nada fácil, pero en algún sentido ha beneficiado mi carácter. Valoro aquello que está en desuso, como la honestidad, la justicia, el honor. Durante mucho tiempo estuve atado a ideas y falsos paradigmas que me sofocaban, pero poco a poco logré liberarme y crecer por mí mismo. Hoy soy el que dicta mi moral, y defiendo mi libertad contra viento y marea. Y esa libertad también la construyo escribiendo, porque ser escritor me define.