Dolor, sudor y sangre, una semana en el infierno

HAVANA TIMES – Había pasado un mes desde mi llegada a Los Estados Unidos y no encontraba trabajo.

Me dijeron: «No te preocupes que algo aparecerá, al menos tienes techo y comida y ya estás aquí», pero no me conformaba, no vine a hacer turismo.

Es difícil cuando no tienes el permiso de trabajo y para tramitarlo necesitas dinero, que a su vez, para ganarlo, es preciso trabajar. Un círculo vicioso del que apenas se vislumbra una salida.

Según escuché, los tiempos cambiaron tras la pandemia y la fuerte oleada migratoria. Ahora casi nadie te da un empleo sin permiso de trabajo.

Me tocaba buscar algo de lo que casi ningún americano anglosajón quiere: construcción, lavar platos en algún restaurante…cosas así, sin embargo, nada aparecía.

Hasta que una mañana mi patrocinador me contactó con Kevin,  el dueño de una pequeña empresa que se dedica a construir techos, algo parecido a una brigada de trabajadores por cuenta propia en Cuba. Necesitaban más personas para terminar unos trabajos.

Lo vimos y quedamos para empezar al día siguiente. Pasamos por un Walmart y compramos botas, sombrero y ropa de trabajo.

Debía llegar antes de las 7:30 AM y aunque obviamente no tengo auto, el transporte no sería un problema. Gracias a un amigo peruano (del que seguro escribiré en próxima crónica) me sabía las rutas para llegar al sitio.

Contrario a lo que se dice, el transporte público es funcional, al menos en esta ciudad de La Florida donde los buses circulan con periodicidad y exactitud de reloj y no pasas más de 20 minutos esperando.

Madrugo como no es mi costumbre y antes de la hora fijada ya me encuentro aquí.

Con instrucciones mediante, me pongo los equipos de protección exigidos para el trabajo en las alturas, que te pesan como 30 libras sobre el cuerpo y conectados por unas sogas gruesas a un anclaje.

El grupo está compuesto por centroamericanos, hondureños en su mayoría. Hombres jóvenes, curtidos y laboriosos. Gente buena, la mitad indocumentados que trabajan hace años como animales y ayudan a los familiares en sus países.

Al principio, asombrados, me confundieron con un americano por mi estatura y piel blanca, solo al principio, ya después bromearán conmigo y me saludarán diciendo: «qué bolá chico», en clara alusión a la jerga cubana.  Se mueven por todos los estados de La Unión, donde quiera que los contraten.

Es un trabajo duro que se hace durante más de 12 horas a grandes alturas y a la intemperie.

La suciedad, el desgaste físico, el sol, el calor, constituyen una combinación letal para hacerte sentir que estás en un infierno.

De vez en cuando te aproximas a un termotanque y bebes agua o refresco para no deshidratarte pero no puedes, o no debes parar, nadie se detiene, hay que avanzar para terminar el trabajo y los minutos parecen horas.

Recuerdo la escuela en el campo, mis veranos desde los 15 a los 18 años sembrando arroz, sin playa ni diversión, el trabajo agrícola como un esclavo durante el servicio militar obligatorio, aquellas semanas, hace unos años, cortando leña para hacer carbón. Nada se compara con esto, además, casi toda la vida he hecho trabajos de oficina.

Cuando les digo que era abogado es como si se les volara la cabeza. «Estás loco Cuba ¿qué tú haces aquí?». No conocen la realidad cubana y menos imaginan que es peor que la de sus países. Y menos mal que no les dije que soy escritor o al menos pretendo serlo…

No es el mediodía e imagino que son las 3 de la tarde, no puedo consultar el móvil, se encuentra abajo, guardado en una mochila, además, mis manos están mugrientas y pegajosas. En dos ocasiones he sentido estar cerca de la fatiga. «¿Esta gente no almuerza?», me pregunto, aunque no tengo ni hambre, es más bien, deseos de descansar.

Dejo de ver a un venezolano que empezó conmigo , después sabré que se «rajó», como decimos en Cuba a los que se rinden.

Yo no tengo esa opción, hace tiempo he quemado mis naves. Lo mío es matar o morir.

Recuerdo unas palabras de mi abuelo, era un niño cuando me preguntó: » ¿Dónde está la fuerza de un hombre?». Flexioné mis brazos menudos e infantiles y señalando le respondí: «aquí». «No, la verdadera fuerza de un hombre está en su mente», respondió.

Voy a aguantar, me digo y lucho contra el deseo de abandonar todo y no venir jamás, es lo más cómodo. No dejo que la idea de rendirme se instale en la mente. El cuerpo está sufriendo pero la mente es el campo donde se libran todas las batallas. «Tú puedes Pedrito, no te rindas», insisto.

Llega el mediodía y al fin tenemos una hora de descanso. No tengo hambre solo ingiero par de bistecs y bebo mucha agua, boto el resto del almuerzo.

Me duele la parte interior del muslo derecho, reviso y observo un hematoma horrible que se produjo al golpearme tras pisar una madera podrida. También advierto las ampollas que empiezan a salir en los pies. Siempre sucede cuando tengo botas o zapatos nuevos

 Pienso en las próximas horas y me preparo psicológicamente para la tarde que de seguro viene con un sol más agresivo, el mismo sol de Cuba.

En efecto, la tarde es más despiadada. Creo que ha pasado un siglo. Kevin me dice: «Mire don Pedro» (porque este pequeño capitalista hondureño es un hombre humilde y muy educado), pactamos hasta las 5 y usted puede irse si lo desea». «No», le respondo, «me quedo hasta que terminemos este techo».

«Cuba, usted sí es chido» , me dicen los hondureños en señal de aprobación.

Al rato la amenaza de fatiga cede, no sé si por el sol que ha comenzado a declinar o por la coca cola que bebí para energizarme. Lo cierto es que pasé lo peor y el cuerpo, a pesar del cansancio comienza a responder mejor.

Terminamos poco después de las 8:00 PM. Estoy «molido» y lo peor es que es tan solo el primer día.

Madrugo nuevamente y siento que el cuerpo apenas se ha repuesto. Me espera el infierno y así se repetirá por unos días, aunque cada vez me siento más fuerte

 Es sábado y comienza a oscurecer. Terminamos todo el trabajo. Eran techos para varios almacenes.

«Cuba, nos has impresionado, pensábamos que no ibas a venir más. Apostamos con el patrón pero aguantaste», me dijo uno de ellos, el primo de Kevin.

Este último me líquida las horas trabajadas y hasta me da las gracias por estos días en que los acompañé. Mañana arrancan rumbo a Virginia, me invitan pero rehúso amablemente y con gratitud.

Me despido de todos, uno por uno. Le tomé afecto a esta gente sencilla con las que trabé amistad.

Ya, con el dinero en el bolsillo, cuando logro bajarme del bus, me invade una sensación de felicidad.

Me duelen los pies que sangran por las ampollas y todavía me suda el cuerpo del agotamiento acumulado, pero a pesar de eso estoy feliz.

Cada paso de los 500 metros que separan la avenida del condominio son una tortura y sin embargo, me creo el hombre más exitoso del mundo.

Lea más del diario de Pedro Pablo Morejón aquí.

4 thoughts on “Dolor, sudor y sangre, una semana en el infierno

  • Bravo. Gran éxito sin duda. Siga así y llegará adonde quiera.

  • Lo dicho, eres un luchador

  • ¡Adelante hombre, vas a triunfar!

  • El inicio es lo peor, ya vendrán tiempos mejores, se lo aseguro.

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