De patrocinadores, bebidas alcohólicas y antiguas amistades
Por Pedro Pablo Morejón
HAVANA TIMES – Patrocinador es, ahora mismo, la palabra más usada en Cuba desde que la administración Biden decidió implementar una nueva política de visados a migrantes de cuatro países, incluyendo los cubanos, con el fin de detener la inmigración masiva y descontrolada a través de su frontera con México.
En medio de las penurias que se padecen en la Isla, la medida ha desatado una especie de histeria colectiva, donde muchos se están dedicando a buscar a esa persona que pueda patrocinarles y así escapar del infierno que es nuestro país.
Las modalidades varían desde la solicitud a un familiar hasta prostituirse con cualquier desconocido.
Son las 9:30 de la noche, estoy tranquilo en casa esperando la película del sábado cuando tocan a mi puerta. Un conocido viene por asesoramiento legal. Hace 14 años dejé la abogacía (o mejor dicho, me la dejaron), sin embargo, no es raro que de vez en cuando aparezca alguien para evacuar una duda o buscar orientación.
En esta ocasión el sujeto ha venido bajo los efectos del alcohol. Se hace evidente, pues el aliento etílico se nota a la legua. Es del tipo que me provoca rechazo, de esos que por tener cuatro pesos y un auto presumen de ser superiores. Estoy a punto de pedirle que se largue pero ya es tarde, le he invitado a pasar y está sentado en la sala.
Cuando un individuo está ebrio, incluso ligeramente, la conciencia padece una alteración que no permite calibrar lo que se dice. Lo sé por experiencia.
Recuerdo, hace años, una mala tarde en que se me ocurrió la “brillante” idea de ingerir unos tragos de Havana Club. Solo bastó un pequeño vaso para sentir esa embriaguez sutil que te permite creer que todavía conservas la plenitud de tu mente.
Venía de recoger a mi entonces esposa cuando nos encontramos a un amigo.
-Te presento a Segito, él es gay pero es un colega y amigo -le dije a mi mujer.
-Pedro ¿qué falta de respeto es esa?-se defendió.
-Bueno, rectifico, te presento a Segito, es bisexual pero es amigo mío- riposté.
Siguió de largo, visiblemente molesto y yo no entendía el porqué de su reacción al tiempo que ella, avergonzada, me propinaba un pellizco.
Lo cierto es que Segito, llamémosle así, era, y aún es, un tipo de gestos amanerados, que se encargaba por entonces de ocultar su homosexualidad.
Habíamos tenido una cercana relación de amistad en tiempos del bufete. Pensé que me apreciaba hasta un día en que todo cambió. Estábamos en la Sala de Lo Penal del Tribunal Provincial entregando un escrito cuando percibí la mirada de una mujer, que ya sea por el cuerpazo que lucía o su desenfado en la vestimenta, desentonaba con la seriedad del lugar.
Me acerqué para hablarle con intenciones seductoras y cuando regresé, Segito, algo molesto y admonitorio me soltó: “Chico que poco selectivo tú eres”. En ese momento sentí que su interés iba más allá de una amistad y no tuve dudas de que era gay. Desde entonces, solo por evitar malos entendidos, comencé a tomar distancias sin ofrecerle explicaciones.
Pues bien, volviendo al tema del visitante, no tiene reparos en preguntarme qué requisitos debe cumplir porque resulta que su mujer encontró al deseado “patrocinador”, que desde hacía meses se habían conocido por whatsapp y ahora la oportunidad estaba servida.
Me cuenta, además, una cantidad de detalles morbosos que me provocan repulsión y que no creo que nadie admita, a menos que esté drogado.
-Lo siento, no puedo ayudarte, la verdad es que no sé nada de leyes migratorias, dile a tu mujer que le pregunte a su amante -le respondo, y me pongo de pie en señal de despedida.
Por otro minuto, junto a la puerta, le tolero sus confesiones hasta que se marcha, la cierro y por fin puedo ver la película, que hace rato comenzó.
Imagino que el tal Segito, si se respeta, no le haya dirigido la palabra nunca más, y que usted haya evolucionado desde esa homofobia cavernaria del «pero».