Cogiendo “botella” y el hijo de un viejo amigo

Por Pedro Pablo Morejón

HAVANA TIMES – Me encuentro en un sitio de la autopista Habana-Pinar cogiendo “botella”, cuando de repente frena un auto americano, de esos clásicos que tanto abundan en Cuba y a los que llamamos almendrones.

-¡Pedro Pablo Morejón!, exclama el conductor, a quien por unos segundos apenas reconozco. Solo veo a un hombre trigueño, calvo, barrigón, pero algo en su sonrisa o en el timbre de la voz me van haciendo recordar a aquel muchacho delgado, unos años mayor, hijo de un expreso político, a quien en mi niñez acompañé tantas veces a mudar vacas, todo porque yo estaba enamorado de su hija de 9 años.

Juan Miguel, hijo de campesinos y trabajador de la tierra desde la adolescencia, siempre tuvo la piel quemada por el sol. No podías encontrar rasgo de finura en su apariencia, pero esta vez su porte luce superior. Está bien vestido, como alguien que ha tenido éxito.

Hace más de 10 años emigró con la familia hacia los USA y está de visita por primera vez, después de tanto tiempo. Ahora, con esta situación de la Covid no ha podido regresar.

Juan Miguel era, o es, un individuo con alto coeficiente intelectual. Estudió una ingeniería que no le sirvió de mucho. Ahora trabaja, según me dijo, de camionero.

Conversamos sobre varios temas. Los ojos se le humedecen cuando evoca con nostalgia sus años en Cuba. Recordamos la infancia con nostalgia y me entero que su madre falleció, y el padre, dada su avanzada edad, se encuentra senil, al cuidado suyo o de la hermana.

También le digo lo de mi madre. Me ofrece sus condolencias

-Los años pasan y las familias se acaban- dice con tristeza.

Continúa hablando del país. Compara la vida de aquí con la de allá. Me dice que hay que trabajar mucho, mas consigues todo lo necesario para subsistir cómodamente. Que no todo es color de rosas, pero se vive mucho mejor que en Cuba.

-Llegué poco antes que empezara esto del coronavirus y todavía sigo aquí embarcado, y veo que el país está peor que cuando lo dejé.

Sin embargo, no puede ocultar el dolor de separarse de su tierra. Me confiesa que aun después de 10 años a veces lo asalta “el gorrión” y se pone sensible.

– Si este país no fuera el desastre que es, nunca me hubiera ido. Aquí están todos mis recuerdos, está mi hijo de veinte años, la tumba de mis abuelos, algunos tíos, primos y los amigos con los que compartí, que no se comparan con los de ningún otro lugar. Ojalá esto cambie un día porque allá me siento como un judío.

Cuando llegamos al puente de Puerta de Golpe nos despedimos con un apretón de manos. Y vuelvo a sentir la presencia del mismo chico de la infancia, aquel que jugaba pelota con los más pequeños y nos defendía de los bravucones, como si heredera el carácter de su padre, un hombre respetado, decente y querido por todo el barrio.

Me causó mucha alegría verlo.

Entonces, rumbo a casa me pongo a meditar en lo que abrigaría el alma de un desterrado y recuerdo alguna frase que leí del Apóstol, en la que expresa la sensación de encontrarse con los pies sobre el mar. 

Pedro Morejón

Soy un hombre que lucha por sus metas, que asume las consecuencias de sus actos, que no se detiene ante los obstáculos. Podría decir que la adversidad siempre ha sido una compañera inseparable, nunca he tenido nada fácil, pero en algún sentido ha beneficiado mi carácter. Valoro aquello que está en desuso, como la honestidad, la justicia, el honor. Durante mucho tiempo estuve atado a ideas y falsos paradigmas que me sofocaban, pero poco a poco logré liberarme y crecer por mí mismo. Hoy soy el que dicta mi moral, y defiendo mi libertad contra viento y marea. Y esa libertad también la construyo escribiendo, porque ser escritor me define.

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