Carreras de caballos
Por Pedro Pablo Morejón
HAVANA TIMES – Son cerca de las 11:00 de la noche y decido acostarme. Por suerte octubre ha llegado con noches algo más frescas. Noches que permiten dormir con menos dificultad en medio de un apagón que ya lleva 14 días, tras el paso del huracán Ian.
En la provincia más occidental de Cuba el restablecimiento del servicio eléctrico aún no llega al 50%. Los linieros trabajan arduamente pero son demasiados los postes y cables caídos. Todo avanza de manera lenta y cuando se logre restaurar, el régimen de apagones regresará con renovada fuerza.
El Sistema Electroenérgetico Nacional padece una crisis de la cual, al parecer, no hay solución en el corto y mediano plazo.
Pues bien, cuando casi logro conciliar el sueño un ruido interrumpe el embeleso. Una gritería de júbilo como si fueran las 3:00 de la tarde en un día de carnaval. Muchas voces en coro, sonidos de caballos que arrastran algo, cuyos cascos parecen reventar el asfalto. Muchos caballos, uno detrás de otro, algo extraño e imprevisto.
No me levanto para indagar, por alguna razón hace tiempo perdí la capacidad de asombro, la curiosidad inherente a los seres humanos. Pocas cosas me sorprenden, por eso me mantengo sobre la cama y me concentro en alcanzar el sueño.
Pasan los minutos, una hora, ya son más de las 12:00 de la noche y el ruido no cesa. Estoy ligeramente sudado y con la algarabía no puedo dormir. El móvil se ha quedado sin carga. Tanteo como puedo en medio de la oscuridad. Abro una persiana para ver si entra aire, al menos es noche clara, de luna llena. Regreso a la cama y afuera continúa todo.
“¿Qué estará pasando?” -me pregunto.
“Que falta de respeto, esa bulla a esta hora que la gente tiene que dormir, que hay niños pequeños, por eso este país es un desastre cada día”.
“Los culpables somos nosotros que ni tenemos vergüenza ni educación ni valores ni nada”.
“¿Por qué no nací en Noruega? Así no pasaría tanto trabajo ni tendría que lidiar con esta chusma de porquería”.
“Si existe la reencarnación debí ser alguien terrible, un asesino serial o algo parecido para haber nacido en este país de mierda”.
Son los pensamientos que se cruzan por mi cabeza en un proceso que avanza in crescendo, donde yo mismo me voy “dando cuerda” de un modo inadvertido. Estoy molesto.
Camino hasta la sala, la vista ha logrado adaptarse a la oscuridad. Abro la puerta, justo frente a la casa, en la acera, hay 4 jóvenes, muy jóvenes, son adolescentes que rondan los 15 o 16 años a lo sumo. Uno me resulta conocido.
-Mijo, ¿que mierda es eso?
-¿Eh?
-Esa bulla de ustedes a esta hora papo. ¿Ustedes no ven que hay personas durmiendo, que hay niños pequeños?
-No, nosotros no, es que hay carrera de arañas (carruajes rústicos tirados por caballos, abundan en los campos y pueblos de Cuba en pleno siglo XXI)
Al instante se escucha el sonido, Sí, se aproximan dos. No importa si uno corre por la vía contraria, tampoco la oscuridad de un apagón donde solo la luna sirve de luminaria. Desde el puente de la autopista hasta la entrada del pueblo, han convertido la maltrecha carretera en un hipódromo de 500 metros.
Son carreras de apuestas. No me importa si quieren jugarse su dinero, me interesa la hora y el lugar escogidos, me molesta que interrumpan mi horario de sueño y mi tranquilidad.
Supongo que escogen esta hora para evadir un eventual y poco probable operativo policial. Es este un fenómeno que desde hace un tiempo viene tomando fuerza en Cuba al igual que las peleas de gallos.
Están muy cerca, quizás alcanzan los 40 o más kilómetros por hora. Arrastro a los muchachos al portal. Se me hace ensordecedor el ruido de los cascos sobre el pavimento. Van casi parejos. Y gritan como si no hubiese un mañana para sus cuerdas vocales, lo hacen para dar órdenes a las bestias o para alentarse en la carrera.
Movido por la cólera, justo en el momento cuando me rebasan, les grito unas palabrotas que no se pueden expresar en este sitio, pero me ignoran, al parecer no me escuchan. Los observo llegar a la meta, allá se detienen, pero sin dejar de vociferar y doblan por una callejuela que sale a la autopista.
Se acercan otros contendientes con su ritmo trepidante. Esto es lo de nunca acabar, vislumbro mi reloj y ya es cerca de la 1:00 am.
Entro a casa resignado. La sensación de ira no ha disminuido pero el peso de la razón me convence. Esos tipos son muchos y seguramente se encuentran armados con cuchillos o machetes y bajo efectos del alcohol.
Los vecinos duermen o permanecen tranquilos en casa, nadie protesta. Vivo en un barrio tranquilo, de gente pacífica y noble, o sea, dócil y aguantona.
“Ojalá tropezaran con un bache y se rasparan el pellejo, o se partieran la clavícula para que no jodan más” -pienso sobre la cama.
Al rato consigo dormir.
Entiendo tus frustraciones… Yo tambien he visto esas BESTIAS de 4 y de 2 patas muchas noches cuando he estado por alla. Casi niños… Seguro no tienen PLAYSTATION ni novias. Lleguas y caballos son sus complementos.