Atardecer en un típico barrio estadounidense
HAVANA TIMES – Algunas tardes, tras media hora de entrenamiento, salgo a caminar una o dos millas. Me llevo a mi mujer y exploramos el Westchase, zona por donde resido, quizás la más anglosajona de Tampa.
Aquí apenas encuentras un hispanohablante. La mayoría de los moradores son demasiado blancos, rubios, caucásicos y educados.
Entramos a unos de esos barrios de clase media.
Al principio ella está temerosa, siente como si estuviéramos invadiendo un territorio ajeno, pero yo ignoro su aprensión y avanzo, entonces me sigue.
Cada barrio me transporta a la imagen de esas residencias que veía en las películas cuando estaba en Cuba. Imágenes que coinciden con la realidad presente. Son hermosas y amplias.
No ves a nadie en las fachadas, a diferencia de Cuba, donde la gente está en los portales curioseando, o mejor dicho, en el chisme, mirando de reojo a cualquier transeúnte ajeno al barrio. De hecho, las casas de aquí carecen de portales.
Las calles se encuentran vacías. Algún niño, de vez en vez, circula en bicicleta o en carriolas, todos despreocupados, bien alimentados, aparentemente felices.
Observarlos me causa una mezcla de ternura y dolor, sobre todo al pensar en los niños cubanos, que a diferencia de estos no saben lo que es disfrutar con asiduidad de un chocolate, un queso, un jugo, una fruta o cualquier golosina.
A estas alturas mi mujer se encuentra más relajada, hemos visto solo dos personas que desde sus garajes, y al otro lado de la calle nos dicen «Hello» en señal de bienvenida.
No se sienten invadidos por estos dos intrusos.
De tanta exploración perdemos el rumbo en una calle sin salida.
Vemos a una mujer que camina paseando sus dos perros.
El estadounidense típico adora tener mascotas, sobre todo perros. Está cultura respeta a los animales.
Por la mente me pasa un pensamiento paradójico. Un perro en Estados Unidos es más feliz y amado que un humano en mi país.
Nos acercamos. A pesar de mi GPS le pregunto para entrenar el idioma y me disculpo de mi inglés rudimentario.
«I’m cuban» – me justifico.
Ella, rubia, color durazno, amable, exhibiendo una sonrisa sin mancha, nos indica la salida.
«Please, tell me slowly» – le pido, me repite y entiendo solo la mitad de las palabras pero consigo descifrar las oraciones.
Le doy las gracias y nos alejamos rumbo a la calle principal con la sensación fortalecida de que llegué a un país de personas educadas.