Ruinas de La Habana

Por Paula Henríquez

El círculo infantil.
El círculo infantil.

HAVANA TIMES — El círculo infantil Antón Makarenko es uno de los primeros creados por la Revolución para que las madres trabajadoras pudieran cumplir con su labor diaria. Ubicado en un barrio del municipio de Marianao, hasta hace solo unos años este centro, medio en ruinas, aún recibía infantes de todas las edades y cumplía con sus funciones.

Pero el peligro ya era inminente, la edificación estaba en muy mal estado y hubo que cerrarlo antes de lamentar cualquier accidente. Cesó sus funciones la entidad  y los niños fueron trasladados a otras del mismo municipio. Las autoridades dijeron que lo repararían y que pronto abriría sus puertas nuevamente.

De toda esa historia hace ya unos cinco años, puede que más, no estoy segura. Yo ni pensaba tener hijos cuando fue cerrado el local, pero sí recuerdo el ajetreo matutino de los vecinos con sus niños.

Ahora después de todo ese tiempo decidieron repararlo.  Este ya había sido tomado por los muchachos del barrio para jugar a las escondidas, las pocas ventanas de madera que quedaban habían desaparecido, el techo estaba a punto de desplomarse, en su patio trasero habían “construido” una cafetería, un puesto de viandas… en fin,  servía para todo menos para lo que fue designado en un principio.

Al barrio le alegró la noticia, sobre todo, a los padres, por supuesto. Los círculos más cercanos, paradójicamente, estaban bastante lejos y pagar una cuidadora particular no le da la cuenta a muchos.

Yo fui hasta allí, quería comprobar cómo marchaba la reparación. No sé si me alegró lo que vi o me molestó más. Sí, cambiaron o, mejor dicho, pusieron nuevas ventanas, de aluminio esta vez; repellaron las paredes e incluso las pintaron. Por fuera se ve bien, pero el interior… el interior deja mucho que desear.

Los techos fueron apuntalados con vigas de hierro, justo en el medio de cada habitación hay enormes vigas de hierro. No me parece la solución más eficaz para un lugar donde corren y juegan niños pequeños. ¿No hubiese sido mejor que lo repararan antes de tanto daño, ahorrando recursos a la vez? Por supuesto que se conoce la respuesta, pero uno siempre peca de ingenuo y se hace la pregunta de todas formas.

Luego recuerdo que quizás esté siendo egoísta. ¿Cuántos desamparados hay por el ciclón Matthew? ¿Cuántos aún viven en albergues, casas de tránsito, cuartuchos en malas… malas no, pésimas condiciones, por ciclones anteriores? o simplemente porque no tienen recursos para reparar sus casas y hacerlas más fuertes…

Sin embargo, por un lado vemos más y más construcciones nuevas, ninguna o casi ninguna destinada a la vivienda. Vemos reparaciones de lugares públicos, derrumbes de edificios viejos para convertirlos en parques, pero no que se reparen las viviendas o se construyan nuevas o,  al menos, son muy pocas.

¿Cómo pensar entonces en un simple círculo infantil? Cuando hay escuelas, casas y todo tipo de edificaciones destruidas, en ruinas. Demasiado es el daño infraestructural en nuestro país y muy poco se hace para mitigarlo. Dicen algunos que es problema de años y uno de los que nunca tendrá solución.

Yo quisiera pensar en que sí, que un día alguien finalmente razonará y se dará cuenta de que dejar destruir por completo un lugar, ya sea edificio, escuela, círculo, etc. no ahorra recursos, sino todo lo contrario, gasta mucho más. Algunas incluso no tienen solución cuando deciden repararlas.

Mientras, en el barrio todos esperamos por la reinauguración del Antón Makarenko, tal vez dentro de poco padres y niños puedan disfrutar nuevamente de la instalación, reparada a medias, pero al fin funcional. Tal vez sea este lugar fuente de inspiración para otros similares.

Paula Henriquez

Paula Henríquez: Desde pequeña me han dicho que debo tener cuidado con lo que digo en público. “Piensa antes de hablar, sobre todo delante de los demás”, me decía mi mamá y, entonces, resultaba más un ruego que un regaño. Aún hoy la escucho… y la cumplo, solo que no hablo… escribo. Las letras, las palabras son mi escape, mi salida y las catarsis diarias, las que imprimo en el papel, me reavivan. Y esta foto… me refugia.

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