Añorando el futuro

Por Paula Henríquez

Foto: Alejandro Arce

HAVANA TIMES – Me levanto como cada mañana para preparar el desayuno. Mi hija espera dormida hasta que se lo traigo a la cama. Mi esposo me ayuda en los preparativos. Es un día normal, uno más de escuela y trabajo.

Alistarnos no nos lleva tanto tiempo. Es toda una rutina, movimientos estudiados que si se siguen mecánicamente no tienen por qué hacernos demorar tanto. El camino a la escuela es hermoso, los árboles verdes, las flores multicolores, los pájaros cantores y hasta las ardillas parecen felices. Tampoco demora tanto llegar, es un lugar apartado pero bello, con vegetación frondosa.

Mi esposo sigue su recorrido y yo el mío. A él le gusta caminar hasta su trabajo. Labora en un taller, es lejos, pero de esa forma aprovecha para ejercitarse. Yo espero la guagua, en algún momento podré llegar a pie, pienso.

En el centro laboral la rutina nos acompaña. Seguir las normas, respetar los espacios, consultar las decisiones, es parte de la responsabilidad de cada persona que se desempeña en el departamento. No hay tiempo que perder. Es importante que no se pasen las fechas, que no olvidemos los eventos, que escribamos los correos, que asistamos a las reuniones y que cumplamos el horario.

La hora del mediodía nos sorprende. Nos reunimos en un pequeño salón, almorzamos, tomamos café, nos reímos y conversamos. Es el único momento de la jornada en que somos nosotros mismos.

Pronto llega el trabajo nuevamente. Nuestros puestos nos esperan. Escribir correos, asistir a reuniones, revisar las fechas y consultar las decisiones vuelven a estar a la orden, en este caso de la tarde. No hay tiempo que perder.

Las tardes no son diferentes. Tomar el transporte de regreso, volver al lugar bello y frondoso donde dejé a mi hija por la mañana, y de ahí, de vuelta a la casa, esas son las tareas vespertinas. En la casa, cocinar, hacer las tareas, hablar con la nena mientras cocino y conversar con mi esposo sobre nuestra jornada es primordial para finalizar el día.

Ya en la cama pienso en cuánto me gustaría tomar unas vacaciones. Es estresante el ir y venir, el respetar las normas, recordar fechas y asistir a reuniones. Mañana todo comenzará otra vez, pienso… y me quedo dormida.

Despierto… me sorprendo… el sol ya está afuera. ¡Me quedé dormida! Olvidé poner la alarma. Luego recuerdo… hace más de un mes que no trabajo. Hace más de un mes que mi hija no va a la escuela, ni mi esposo al trabajo. Me siento en la cama. ¡Qué sueño tan extraño! Parece otra vida, pienso. Y entonces echo de menos a la cotidianidad de ese sueño, no por no permanecer en casa con mi familia, sino porque ahora estar en casa significa que las cosas no andan bien.

La rutina ahora es otra. Me levanto y me preparo para ella. Ni modo, no queda otra, me digo. Y comienza el amanecer con esa esperanza de que todo vuelva a ser como antes… ¡no! Mejor que antes. Comienza mi día con esa añoranza futura.

Paula Henriquez

Paula Henríquez: Desde pequeña me han dicho que debo tener cuidado con lo que digo en público. “Piensa antes de hablar, sobre todo delante de los demás”, me decía mi mamá y, entonces, resultaba más un ruego que un regaño. Aún hoy la escucho… y la cumplo, solo que no hablo… escribo. Las letras, las palabras son mi escape, mi salida y las catarsis diarias, las que imprimo en el papel, me reavivan. Y esta foto… me refugia.

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