Un homenaje merecido

Osmel Ramírez Álvarez

Idalia and Osmel

HAVANA TIMES – Aprovecho los días cercanos al 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, para escribir sobre el valor de las mujeres, ese que muchos no aprecian o fingen no ver, pero que está ahí, siempre mostrando espontáneamente su presencia vital. Y por valor se debe entender más que coraje.

Lucen tan huecas las expresiones machistas, sexistas  o patriarcales que todavía se escuchan de vez en vez. Peor es palpar cuanta discriminación aún existe y cuánto la toleran las propias mujeres, más allá de las leyes y las obras redentoras, por dependencia o simple tradición.

¿Qué hombre no es un poco machista? –yo admito que lo soy. Pero lucho contra esos rezagos, ¿acaso culturales?, que nos presionan en lo interno y lo externo, pero que con una actitud constructiva y consciente se superan o minimizan. Es una batalla constante, justa y muy productiva, tanto para las mujeres que nos rodean como para el propio hombre que la libra. Lo he comprobado.

Estoy casado desde hace cuatro años con una mujer, casualmente “no emancipada”. No trabaja por un salario, pero lo hace en casa cuidando los niños y en los quehaceres domésticos. Si no tiene una profesión no es porque yo se lo impida, es su elección. Tiene 28 años, la conocí así y por ahora quiere seguir así: es su proyecto de vida y se siente útil y reconocida por ello.

Si decidiera dedicarse a algo más la apoyaría sin ningún obstáculo. Incluso la he estimulado a que lo haga. He notado que tiene habilidades para pintar y tal vez cuando los niños crezcan un poco más la logre convencer para que le dedique tiempo. Antes no lo va a hacer.

En casa sé hacer de todo, pero confieso que solo me empleo asiduamente en la atención de mi bebita de dos años y alguna que otra cocinadita. Pero si hace falta me vuelvo un súper-amo de casa sin chistar. ¡Y cuántas veces ha hecho falta! Debo aclarar que mi anterior esposa estudió en  la universidad estando casada conmigo y luego trabajó. Me sentía igual de cómodo en la relación. Mi experiencia en ambos extremos solo me ha mostrado que las personas tienen diferentes proyectos de vida y “la emancipación” como trabajadora es un derecho, no una meta obligada.

Pero en esta fecha tan especial quiero resaltar que vivo rodeado de mujeres: crecí como el único varón, con mis dos hermanas; tengo a mi madre bien cerquita de mí desde que nací; en casa a mi esposa, que amo mucho y siento que me corresponde, y soy padre de dos lindas mujercitas, de dos y ocho años.

Muchos recordarán cuando estuve detenido por tres días en noviembre pasado que los reportes sobre mi situación los hacía mi esposa Idalia. Le había encargado esa misión y temía que no pudiera conseguirlo, por sus características: es muy nerviosa y tímida. Aun así confié en ella y sobrepasó mis expectativas. Me conmovió mucho su valor y más aún su firmeza al resistir la fuerte dosis de manipulación a que fue sometida en la cárcel, cuando infructuosamente intentó verme.

Llegaron a amenazarla con dejarla presa allí mismo, con la consecuencia de que los niños quedaran solos, mientras le aseguraban que yo lo estaría por largo tiempo. Igualmente, amenazaron con perjudicar económicamente a su familia y culparla de ello, todo para que dejara de informar a los medios digitales. Pero fue firme y prosiguió denunciando. Coincidió, para mayor penuria, que en esos días se había agotado el dinero en casa, no había servicio de agua porque el acueducto estaba roto y ni siquiera en el celular tenía saldo. No faltaron amigos y colegas que la apoyaran, lo cual aún me conmueve y agradezco infinitamente.

Solo cuando ya estuve en casa fue que mi fuerte Idalia se desplomó. Pasó varias semanas en las que estuvo muy afectada de los nervios, como si hubiese contenido todo el miedo, el dolor y la rabia por la impotencia, para cuando fuera posible padecerlos. Cuidé de ella con el cariño de siempre, pero esa vez salpicado de un inmenso orgullo, hasta que recobró la salud.

De todo el mal que provoca el autoritarismo es muy poco lo que se cuenta, no solo en Cuba, sino en cualquier país que lo padezca. Lo que llega a publicarse es solo la punta de un inmenso iceberg que queda oculto en memorias sombrías.

Mi madre enferma, súper obesa, cardiópata, hipertensa y que poco antes había salido de una recaída, me preocupaba mucho, al punto de debilitar mi entereza a intervalos y felizmente por pocos segundos. Pero ella fue igualmente firme. Ahora, aunque me dice a cada rato que me prefiere en el exilio, echándome de menos, que corriendo riesgos aquí a su lado por ser honrado y decir lo que pienso, ya sé cuán valerosa es y jamás me censura.

Así son nuestras mujeres, más fuertes de lo que parecen y más capaces de lo que ellas mismas piensan. Creo en la igualdad de derechos entre todos los seres humanos, aun siendo inevitablemente diferentes. Creo que no deben de existir límites sociales, de ningún tipo, que entorpezcan el desarrollo de la mujer u otro ser humano cualquiera.

El machismo aún existe tanto en hombres como en mujeres y tardará o nunca logrará subsanarse del todo, pero es mucho lo que se ha logrado y se debe seguir batallando por más. Todos los derechos y todas las oportunidades son poco para resarcirnos con las mujeres, pues en ellas fructifica la vida de todos. Es una tarea más que sagrada.

Osmel Ramirez

Soy de Mayarí, un pueblecito de Holguín. Nací el mismo día en que finalizó la guerra de Viet Nam, el 30 de abril de 1975. Un buen augurio, ya que me identifico como pacifista. Soy biólogo pero me apasionan la política, la historia y la filosofía política. Escribiendo sobre estos temas me inicié en las letras y llegué al periodismo, precisamente aquí en Havana Times. Me considero un socialista demócrata y mi única motivación comunicacional es tratar de ser útil al cambio positivo que Cuba necesita.

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