Sobre la represión y los abusos policiales en Cuba

… donde las víctimas son las que terminan condenadas

Agentes de la Policía Nacional Revolucionaria de Cuba tratan de organizar en una fila a compradores aglomerados en el exterior de una tienda de alimentos, en el municipio de Marianao, en La Habana, donde la clientela no guarda la distancia interpersonal preceptiva para contener el contagio de la covid-19. Foto: Jorge Luis Baños/IPS

Por Osmel Ramírez Alvarez

HAVANA TIMES – Es grande el júbilo del pueblo cuando se comenta en la calle, porque jamás dan las noticias así por los medios oficiales, que uno que otro policía está cesado de sus funciones y sometido a proceso judicial por algún delito. Casi siempre relacionados con ‘abuso de poder’ o ‘corrupción’.

Y no es porque esos delitos sean raros o la gente quiera una policía estricta, todo lo contrario, más bien es frecuente enterarse que algún funcionario público que ‘explotó’ y el pueblo prefiere a policías ‘maleables’ antes que inflexibles, en un país como este lleno de prohibiciones y trabas.

Es más bien, porque, como reza el dicho popular, “detrás de un extremista hay un oportunista”. Y coincide casi siempre que los policías enjuiciados son también los más abusivos con el pueblo.

La policía es vital para mantener el orden público, eso no tiene discusión. Es normal que en todo pueblo existan personas que delincan, desde el criminal de ‘cuello blanco’ hasta los cuatreros, y es necesario que tengan contención. Pero, lamentablemente, la profesionalidad de la policía en Cuba no es buena.

Las causas van desde la brevedad de los cursos de cualificación y ausencia de una Academia de Policías rigurosa, pasando por el también ausente Departamento de Asuntos Internos, hasta la naturaleza política, con complicidad y subordinación a la Policía Política (Seguridad del Estado), de los cuerpos del orden público, principalmente en los casos que involucran disidentes.

Se podría hablar de muchas cosas negativas, de quejas en la población y de videos que circulan en las redes sociales con escenas horribles de abusos policiales y evidente falta de ética y profesionalidad de los agentes. Pero lo peor y más sobresaliente es la ya célebre práctica de juzgar por desacato y atentado a la autoridad.

En la mayoría de los casos en que se penaliza a los ciudadanos por estos delitos, son ellos los que han sido abusados, vejados y golpeados por la policía. Y en vez de ser enjuiciada o cuestionada, los mismos uniformados se sirven de testigos y convierten a las víctimas en victimarias. Por lo que para mayor abuso terminan pagando penas muy duras.

Con seguridad en cualquier país normal ha de ser un bochorno para un policía acusar recurrentemente por ‘desacato o atentado a la autoridad’ a los ciudadanos. Eso sería casi una prueba de que no inspiran respeto. Por ello aconsejan y advierten varias veces para persuadir antes de apelar a este comodín, como debe ser.

Pero en Cuba es un arma de trabajo, una herramienta de abuso y persuasión a la obediencia. Ojalá tuviésemos acceso a las estadísticas, pues con toda seguridad Cuba es el país líder mundial en penalización por desacato y atentado a la autoridad.

El hecho de que esos casos progresen en la Policía, la Fiscalía y los tribunales es muestra de que no es una práctica aislada, sino una política institucional que involucra varios ministerios.

Esa es la razón por la cual a la Seguridad del Estado le resulta fácil enjuiciar por ese supuesto delito común a opositores, periodistas independientes, artistas contestatarios, en fin, a disidentes. Y así apartarlos de la vida pública, controlarlos y castigarlos.

Si eres disidente, tan solo basta con resistirse a una citación, a una detención o a un registro domiciliario injustificado y ya eres un delincuente, con una pena similar a un robo con fuerza.

Es fácil notar que la mayoría de las víctimas de abuso policial son negros, cuentapropistas y disidentes, precisamente los sectores sociales más estigmatizados oficialmente en la sociedad cubana actual. Algo que debe cambiar, pero sin duda será ya en la nueva Cuba democrática que tenemos que construir.

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Osmel Ramirez

Soy de Mayarí, un pueblecito de Holguín. Nací el mismo día en que finalizó la guerra de Viet Nam, el 30 de abril de 1975. Un buen augurio, ya que me identifico como pacifista. Soy biólogo pero me apasionan la política, la historia y la filosofía política. Escribiendo sobre estos temas me inicié en las letras y llegué al periodismo, precisamente aquí en Havana Times. Me considero un socialista demócrata y mi única motivación comunicacional es tratar de ser útil al cambio positivo que Cuba necesita.

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