Entre agricultor y periodista, una experiencia de vida
Osmel Ramírez Álvarez
HAVANA TIMES – Soy del campo, del barrio de Guayabo, en el valle del río Mayarí. Uno de sus arroyos afluentes, que precisamente al descender de las montañas produce el salto de agua más elevado de Cuba, le da nombre a mi barrio. Aquí hay tierras muy buenas, entre las más fértiles del país, y con la particularidad de ser excelentes para el cultivo del tabaco. Porque, tal vez no lo sepan muchos, pero cualquier terreno no produce tabaco de calidad.
Las recientes variedades son menos exigentes, pero aun así hay lugares no aptos, donde el tabaco “no arde”, como se le dice cuando al torcer el puro sale apagón. Eso no ocurre aquí, en nuestro precioso valle sale un tabaco de gran calidad que arde continuamente, da buen aroma, gusto fuerte y con ceniza blanca. Compite con las mejores vegas de Vueltabajo.
Crecí entre tabacales, maizales y yuntas de bueyes. Pero mi padre no era campesino de oficio, ni mi abuelo tampoco. Eran obreros asalariados. Mi abuelo en el central azucarero de la United Fruit Company, luego Central Guatemala, y mi padre en el comercio, en una bodega. Sin embargo, la agricultura estuvo siempre muy presente en nuestras vidas. Aunque lo mío era estudiar, de vez en cuando ayudaba a mi abuelo, ya jubilado, en su siembrita.
Me hice biólogo, luego periodista ciudadano. Un salto profesional raro, pero la política y lo social siempre robaron mi atención. Y una vez en estos asuntos, para no depender de un empleo estatal que me haga más vulnerable a la represión, también me volví agricultor. Por azahares de la vida, algo inesperado, mi padre se hizo de una pequeña parcela, de poco más de una hectárea, que es la finca familiar donde vivimos. Pero no imaginen un lugar intrincado porque, como las familias han crecido tanto, ya el barrio rural suburbano parece un pueblo.
Tenemos varios árboles frutales, como mango, aguacate, guayaba, canistel, tamarindo, limón, naranja agria y anón manteca. Algunas plantas de plátano fruta (aquí se les dice guineos), burro (tambures) y plátano macho (simplemente plátano). No faltan a su sombra algunas plantas de malanga (la conocida como guaguí en occidente).
Detrás de la casa hay un palmar con doce plantas, que producen palmicha para los puercos. Siempre tenemos algunos, para comer o resolver un problema. Debajo algunos plantones de tambures y matas de café. Mi padre las sembró para el autoconsumo de la casa, hay robusta (brasileño) y caracolillo. En las cercas se siembra un frijol trepador, llamado caballero, que es buenísimo para el arroz congrí, pero no para potajes.
Teníamos un pozo al lado de la casa, pero durante unas lluvias muy fuertes, hace como una década, se derrumbó porque subió mucho el manto freático y al parecer tenía fisuras en el revestimiento. Hasta hace poco pasábamos mucha escasez de agua, pues el acueducto del Estado es inestable, siempre falla y tiene poca asignación eléctrica.
Por suerte, en la parte más alejada de nuestra propiedad, donde hubo antiguamente una casa, hay otro pozo utilizable. Ahí logré instalar, hace apenas dos meses, una bomba, y con una conductora llevo el precioso líquido hasta las casas familiares, a más de 100 m. Es un agua excelente, como toda la del valle.
Con la bomba riego también los sembrados. El área arable, que cultivo, es apenas de media hectárea. Ahora tengo sembrado frijoles, habichuelas para ensalada y yuca. En octubre sembraré también un poco de tabaco, pero no mucho.
Tal vez en los alrededores de La Habana, con una parcela así se pueda hacer mucho dinero. Allá todos los productos agrícolas son muy rentables. Pero aquí no lo es tanto. Lo bueno es que puedes disponer de muchos alimentos sin comprarlos, es decir, que ahorras. Y también hacer algo de dinero. Pero la cooperativa está al asecho, inspeccionando lo que siembras para que les vendas a ellos y así se gana muy poco. Tienen mecanismos de presión muy buenos, no es voluntario.
Realmente me gusta sembrar, no es un castigo. Soy una persona feliz que disfruta todo lo que hace, y más si es para compartir y sostener a mi familia. Pero creo que lo llevo mejor gracias al trabajo periodístico con el que alterno mi tiempo, porque así me siento que hago también un trabajo intelectual. Lo necesito realmente, es imprescindible para mí.
Así me muevo, entre plantas de yuca, tabaco y frijol, y mi laptop, el móvil y la WIFI. Una simbiosis de agricultor y periodista o de padre de familia y ciudadano, que se preocupa y ocupa en la sagrada causa de conseguir una democracia para Cuba, por conquistar toda la justicia posible sin dejar de ser padre, esposo e hijo. Y ahí vamos.