El intento de salvar dos gatitos

Por Osmel Ramírez Álvarez

HAVANA TIMES – En mi casa a todos nos encantan los gatos, es la única mascota que tenemos. Nuestro gato se llama Michi y confieso que a veces siento celos porque recibe más cariño y atenciones que yo. Es que el cariño de mis tres hijos y mi esposa por los felinos supera tanto al mío que lo opacan. Pero hace poco, el 19 de diciembre, dos mininos más se sumaron a la plantilla felina de casa: Pixy y Dixy, así los bautizamos.

Al lado de mi casa hay una finca de dos hectáreas y en uno de sus extremos hay un sembrado de yuca. Desde temprano se escuchaba un maullido de gatos pequeños y por fin mis dos hijas detectaron que era en el yucal. Mi esposa fue con ellas y rescataron a dos gatitos, demasiado pequeños, que fueron abandonados para que murieran ahí. Estaban muy débiles y era inminente su muerte esa misma noche porque hacía mucho frío ya desde la tarde.

Fue totalmente maternal el cuidado que Idalia, mi esposa, tuvo con ellos. Me recordaba cuando atendía a nuestra última bebita, que ya tiene 7 años. Ponía el reloj para alimentarlos de noche y calentarlos con la secadora de pelo. Y una vez al día iba a casa de su mamá, a un km de distancia, para que mamara de una gata parida que había que aguantarla porque lo rechazaba.

Sabíamos que al haberlos separado de su madre tan recién nacidos era casi imposible que se salvaran pero aun así, todos queríamos que vivieran algunos días más aunque fuese y con la esperanza de un milagro recompensatorio, y pudiesen sobrevivir. Michi, el gato grande de la casa, se puso celoso y mientras estuvieron los pequeños no se subió más encima de Idalia ni le acarició las piernas con su cola, como de costumbre.

El más débil era Dixy y solo pudimos preservarlo por dos días más. Lo enterramos en el patio y las niñas le pusieron flores en su tumba. Pixy se aferraba a la vida y a los cinco días caminó en el piso, con fuerza. Al sexto día seguía fuerte y con mucho apetito pero notamos que comenzó a ponerse flaco. Idalia decidió que al otro día comenzaría a darle pan con leche descremada en vez de solo leche. Pero por desgracia al séptimo día amaneció muerto.

Idalia alimentando al gatito con una jeringa.

Nos dio mucha tristeza porque estábamos muy encariñados con él ya, al punto de manejar quedárnoslo en vez de regalarlo si se gozaba, como habíamos acordado al principio. Lo enterramos al lado de su hermano, debajo de la mata de güira del patio e igualmente las niñas le pusieron flores.

Dejaron un vacío en casa y aunque han pasado varios días seguimos extrañándolos. Increíblemente, Michi esa misma mañana retomó su cariño hacia Idalia y se le subió encima. Se enroló como un ovillo y desde entonces no ha dejado de hacerlo. Ya sabía que en su espacio no había intrusos.

Siempre he sido compasivo con los animales, por instinto. Y a pesar de vivir en el campo, donde cuando niño tener tirapiedras y matar pajaritos o reptiles es muy común, la verdad nunca tuve deseos de hacerlo y no lo hice. Solo capturé caguayos con lazos pero luego los soltaba, fue mi mayor maltrato animal que recuerde. Incluso estudié Biología en la Universidad de Oriente.

Sin embargo, no fue en la universidad donde adquirí una verdadera sensibilidad con los animales, al punto de dejar de ver con indiferencia a un perro sarnoso o hambriento, a un gatito recién nacido abandonado al lado de la carretera o cuando un cochero golpea al caballo para que corra al ritmo que desea. Fue en mi activismo cívico por una Cuba Mejor que conocía algunos animalistas y comprendí la sensibilidad e importancia de esa otra batalla, o esa otra parte de la misma batalla.

Especialmente con mi muy apreciada amiga Verónica Vega, que tanto hace por los animales y por las personas, por supuesto. En casa siempre está Verónica cada vez que vemos algo respecto a este tema. Mi esposa la quiere mucho y es una referencia para nosotros. Lamentablemente no pudimos salvar a los gaticos pero hicimos que vivieran un poquito más y aliviamos su sufrimiento.

Pero los que más ganamos fuimos nosotros: fue un ejercicio familiar de humanidad, de sensibilidad, de solidaridad y de amor. Les dedicamos mucho tiempo del que siempre nos falta en tantos quehaceres y eso nos hizo felices. Y ni hablar del mensaje educativo a los niños, muy importante para que sean mejores seres humanos. Y los gatitos no pasaron por el mundo sin dejar huella, como hubiese sido de morir en aquel yucal, ahora forman parte de nuestra historia familiar.

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Osmel Ramirez

Soy de Mayarí, un pueblecito de Holguín. Nací el mismo día en que finalizó la guerra de Viet Nam, el 30 de abril de 1975. Un buen augurio, ya que me identifico como pacifista. Soy biólogo pero me apasionan la política, la historia y la filosofía política. Escribiendo sobre estos temas me inicié en las letras y llegué al periodismo, precisamente aquí en Havana Times. Me considero un socialista demócrata y mi única motivación comunicacional es tratar de ser útil al cambio positivo que Cuba necesita.